18 de marzo de 2009

Entre el muro y el asfalto


El sol se abre paso, tímidamente, entre las nubes altas. Después de tantos días de frío, lluvia y humedad se agradece sentir sus rayos, como un abrazo siempre tibio. Camino, lentamente, disfrutando del momento, porque pronto llegará la primavera pero sus prólogos ya son visibles.

Entre las grietas que hay entre el muro y el asfalto que recubre la calle, un mundo vegetal se asoma sin timidez. Sin esperar el nacimiento de la próxima estación, ya lucen sus galas de color: amarillos, malvas, blancos, verdes. Se muestran exultantes, como si supieran, con certeza, que son las primeras en llegar, pavoneándose ante nuestros ojos, que ya se habían acostumbrado al gris de la estación invernal, dándonos la primera oportunidad para celebrar que un nuevo ciclo vital se acerca.

Son frágiles, pero al mismo tiempo supervivientes; son pequeñas, pero con una capacidad de expansión tremenda; son simples, pero abundantes... Son las “malas hierbas”.

Pasamos a su lado y apenas les prestamos atención; si aparecen en nuestros jardines o huertos nos afanamos por hacerlas desaparecer. Es una lucha constante; la supervivencia a pesar de todo.

Para tener alguna oportunidad, sus semillas se agarran a la vida en cualquier grieta que les permita germinar y, desde allí, salir al exterior con la esperanza de poder dar un “paso más allá”. Pero para que esto ocurra deben ser las primeras; las que crezcan sin espacio, las que estén más expuestas a la destrucción, las que florezcan antes, llamando la atención de los insectos que, atraídos por sus colores brillantes, se encargarán de esparcir su futuro más allá de la grieta que las vio nacer. Algunas poseen sistemas propios de propagación; después de florecer, se convierten en esferitas peludas que serán mecidas por el viento hasta que se desprendan, iniciando un vuelo hacia lo desconocido, más allá del muro.
Cerrajas amarillas, los exuberantes cardos marianos floridos, las lechuguillas, alguna ortiga mansa, cebada bastarda, también muchas hierbas canas, en definitiva, todas aquellas que buscan un lugar mejor.

Observo como se muestran, tan frágiles y jóvenes, con más ganas que experiencia, y se me ocurre que las “malas hierbas” deben ser la “adolescencia de la vegetación”, esa parte tan necesaria y, a la vez, tan descontrolada de la Naturaleza.

Las “malas hierbas” son las flores nuevas que, estando al pie de un camino, aún no saben que dirección tomar, aunque se muestran activas y dispuestas, sin muchos adornos, pero radiantes, como todas las jovencitas.
Una amapola es la flor que estando al pie de un camino, partió hacia el prado y entre trigales, que le dan protección y escenario, muestra su hermosura, y aún sabiendo que su vida será breve, también sabe que su lugar está ganado, como una mujer madura.

Pronto llegará la primavera, pero la vegetación adolescente ya se asoma, sin timidez, por la grieta que hay entre el muro y el asfalto, proclamando su existencia, casi, a gritos. Allá, en aquel jardín, las rosas, azucenas y claveles siguen durmiendo; no hay prisa, Mayo, el mes de las flores, aún queda lejos.

1 comentarios:

Pedro Bonache dijo...

La primavera siempre nos despierta el sentimiento,la sonrisa despues de esos frios...,como bien dices,Maleni. Y ahí las describes..., en el asfalto, donde no deberian estar pero desde donde se asoman..., como adolescentes que cacarean entre adultos..., eso interpreto en tus dulces palabras..., yo pedaleao y subo a mas de 300 metros de altitud para ver los lirios..., tu encuentra esa belleza y esa vida emergente..., junto a tu casa, como recibiendote, como regalandote una sonrisa efimera...,las amapolas, es cierto, tan frágiles y hermosas, como labios rojos ardientes que las brisas terminan deshojando..., ¿sabes, Maleni...?, aquí, cerca de la Cartuja de Porta Coeli, hay un vallecillo escondido en el que crecen unas enormes amapolas azules..., solo las he visto ahí, en su prado salvaje y secreto.

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