29 de mayo de 2009

Lavadora, novato y duende: trío mortal



La lavadora es un invento “moderno” que empezó su andadura allá por los años 20 en EEUU. Pero no fue hasta los años 40 y 50 cuando pasó a ser un electrodoméstico “deseado” por muchas amas de casa.

Hoy en día son muchas las lavadoras que funcionan a diario en el planeta. Algunos ya vinimos al mundo, no todos, con una lavadora en casa, porque todo hay que decirlo, en España los “adelantos tecnológicos” llegaron un poco más tarde. Por lo tanto, podríamos decir que hemos crecido con ellas, con sus vibraciones, sus días de puesta y, como no, con la incertidumbre de si tus vaqueros preferidos están dentro o fuera de ella.

Con el devenir de los años las características de las lavadoras han cambiado, pasando de ser meras “mareadoras” de la colada a poseer un equipamiento electrónico digno de cualquier avión a reacción.

Si bien cualquier otro electrodoméstico es bien recibido en una casa, máxime cuando se trata de un aparato electrónico de última generación y todos se pelean por conocer, indagar y apretar cada botón, con las lavadoras no pasa lo mismo. Podríamos decir que es uno de esos elementos que se le “atraganta” a más de uno, por muchos conocimientos que posea en otros campos y casi siempre terminas escuchando “es que yo no sé ponerla”. ¿No sabes poner la lavadora y sabes programar el dichoso disco duro multimedia conectado a la televisión de plasma con TDT incorporado?. ¿No sabes o no quieres saber?.

El primer error fatal que cometen los “que no saben”, pero que por diversos motivos se ven acuciados por la necesidad de probar el invento, es olvidarse de lo principal: “leer el libro de instrucciones”. Los dibujitos que traen las lavadoras en sus botones no son para divertir al personal, tienen un significado.

El segundo error: no saber discernir lo que es ropa blanca de la ropa de color. Siempre fue muy fácil escuchar en casa “Voy a poner una lavadora...¿alguien tiene algo sucio?” y allí que empezaban a aparecer prendas y más prendas, pero nadie esperaba a ver como se hacía la selección entre ropa blanca y de color, los distintos tejidos y las especificaciones propias de cada prenda (por si alguien no lo sabe, cada pieza de ropa trae una etiqueta de fábrica, con unos símbolos que también tienen significado).

El tercer error: el experto puede poner el detergente y otros aditivos “a ojo”, el novato, NO. En cada recipiente de detergente, suavizantes, blanqueadores, etc. vienen las instrucciones sobre cómo se miden las dosis.

El cuarto error: “Si la pongo en el programa 1 y tiene 16, digo yo que saldrá más limpia”. NO y NO. Según el tipo de ropa y la suciedad que tenga se usa un programa u otro. ¿O caso para grabar la serie de Tv de las 10 de la noche programas el grabador para que lo haga desde las 8 de la mañana?.

El quinto error: No preguntar al que si sabe. Parece como si admitir que uno no sabe usar una lavadora fuera poco menos que un "delito".

El sexto error: Saltarse a la torera la prohibición de usar “agua caliente” en algunas prendas o la especificación de “lavado en seco” de otras.

El séptimo error: Si has llegado hasta aquí y te sientes identificado con “el que no sabe”, te remito al punto uno. No lo sigas intentando, te quedarás sin ropa, pero antes, para terminar de convencerte, lee lo que sigue.

Si a pesar de todo, aún te sigue rondando por la cabeza lanzarte hacia tu primera lavadora sin más, te advierto estás conjurando al “duende maléfico” que vive en el intramundo de tu lavadora y que aparecerá para “aguarte” la colada.

CASOS REALES:

-Un antiguo amigo me contó que la primera vez que puso una lavadora, en su primer año de universidad, se le “coló” sin darse cuenta una camiseta roja dentro de la lavadora de ropa blanca (camisetas de interior, calcetines, batas de prácticas) y cual fue su sorpresa al sacar su “primera colada” y encontrarse con un nuevo fondo de armario de un “color distinto al original”. Entre risas y más risas confesaba que fue el hazmerreír de toda su clase cuando apareció, en sus prácticas, con una bata de “color rosa” y apuntaba “y eso que no me vieron por dentro, parecía un chicle”.

-A Rosa le hacía mucha falta, para salir con sus amigas, la camiseta "supermegaguay" que hacía poco se había comprado en las rebajas. Le quedaba “divina de la muerte” y por nada del mundo iba a resignarse a no poder usar “su novedad acrílica” por tenerla sin lavar. Pensando, erróneamente, que, si su madre ponía la lavadora con “los ojos cerrados”, ella sabría perfectamente hacerlo también, se aventuró a programar aquel “facilísimo ingenio”. El resultado fue una minicamiseta del tamaño de su antigua Barbie, porque pensó que aquel botoncito con el dibujo “ ºC “ quería decir “centrifugado a tantas revoluciones” y no los grados de la temperatura del agua.

- Un recién divorciado estuvo a punto de terminar “acorralado” por la espuma que salía de su lavadora. Pensó que si llenaba la cubeta del detergente hasta arriba, su ropa quedaría mucho más limpia que lo nunca la dejó su exmujer. Acabó por llamarla para pedirle “sus sabios consejos”.


Parece una tontería, pero el “duende maléfico” siempre ataca...cuando no sabes.
P.D. Este post está dedicado a Bicipalo por su reciente adquisición: UNA LAVADORA. Ánimo, no es tan difícil. (jejeje)

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26 de mayo de 2009

Pintados de rojo


En mis recuerdos de infancia siempre hay un grupo grande de niños jugando y correteando por las plazoletas. Escondite, pelotas, cuerdas, tejos, trompos, canicas, elásticos, cromos, etc. eran nuestros juegos habituales, todos ellos digitales e interactivos”, porque necesitábamos ser hábiles con dedos y manos y enfrentarnos a un contrincante o varios a la vez.
Es cierto que corríamos nuestros riesgos y muchas veces acabábamos con algún rasguño, más o menos importante, que nos obligaba a llevar las rodillas, codos y manos pintados de rojo" durante algunos días. Estos contratiempos, a la vez que podían hacernos brotar alguna lágrima y tener que escuchar la cantinela habitual de nuestras madres, tenían un premio oculto; una rodilla o codo lastimado y la aplicación de una buena dosis de Mercromina junto a su tirita correspondiente, podía avivarnos la imaginación de tal manera que no dudábamos en contarle a los demás la aventura “tan increíble” que nos había ocurrido, cuando en realidad apenas habíamos resbalado en el parque y nos habíamos raspado la piel, superficialmente. Pero todo gran premio tenía su sacrificio y para lucir una herida con fundamento había que enfrentarse a la temida agua oxigenada. Antes de conseguir tener esa apariencia de héroe accidentado”, teníamos no sólo que escuchar a nuestras madres aleccionándonos, sino que además teníamos que pasar por el calvario del lavado previo de la herida y la aplicación posterior del agua oxigenada, que por mucho que nuestras madres dijeran “no llores que no pica”, picaba y mucho. Al final, tras tanto sufrimiento, nos veíamos recompensados con la imagen y propiedad de una cicatriz de guerra que luciríamos, orgullosos, durante algunos días.

Pero con el paso del tiempo se puede ver como envejece tu barrio, porque donde antes pululábamos muchos niños, hoy sólo quedan nuestros padres y madres, que lentamente pasean a sus mascotas o se sientan en los bancos de las mismas plazoletas donde, años atrás, nuestras rodillas y codos cedieron su piel a cambio de un minuto de heroicidad.

Por ello, la otra tarde me sorprendió encontrarme con el ÚNICO grupito de niños, de menos de 10 años, que suele verse jugar por aquellos alrededores. Íbamos caminando en el mismo sentido y los observé; las rodillas llenas de tierra, de las manos mejor ni hablar, arrastraban una pelota candidata a la jubilación anticipada y parecían cansados de correr, saltar y reír. Entonces uno de ellos les dijo a los demás –“No, no, conmigo no cuenten porque salí desde las 3 menos 10 de mi casa y miren que hora es - Eran las 19:45. La sonrisa se cruzó en mi cara porque, en estos días, donde los niños solo saben jugar a las consolas y videojuegos, donde nos alarmamos por los niveles de colesterol que están presentando, donde se pasan horas y horas sin ejercitar siquiera un músculo, resulta que a modo de “tribu perdida” aún queda algún grupito de niños, en estas enormes ciudades que hemos creado, que aún pueden jugar durante horas en la calle, ejercitando sus cuerpos, adiestrando sus mentes e imaginando ser los héroes del barrio cuando un rasguño en la rodilla se convierte en una herida “casi mortal”. – “ Venga, a casa que ya es tarde para estar fuera”- les dije para terminar de cumplir el ritual: primero salir a jugar, encontrar a tus amigos, jugar sin mirar el reloj, hacerte una herida, volver a jugar sin pensar en el tiempo y, al final, alguien que siempre termina sentenciando: Es hora de ir a casa”.

Apenas hay diferencias entre ese grupito de hoy y el de ayer y aunque su herida sea amarilla (por el Betadine que se usa ahora) y la nuestra roja, tenemos algo que nos une por encima de todo lo demás: el agua oxigenada PICA y pica mucho.
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23 de mayo de 2009

Otra vez...


Ha vuelto a pasar otra vez y por más que me repita, una y dos veces, no volverá a ocurrir”, ocurre.

De nada sirve la experiencia acumulada, ni el cuidado que se ponga en la elección, ni siquiera la máxima atención que se le preste. Cuando acontece, acontece y por más vueltas que le des, no logras encontrar la solución, ni saber a ciencia cierta donde está el origen de tan desastroso final y mucho menos augurar un futuro.

Puedes optar por asumir tu responsabilidad sin más muestras de lamentos o incluso aceptar que, por este ritmo de vida frenético, por tu mala cabeza o por confiar demasiado en tu buena estrella, ahora desaparecida, no fuiste lo suficiente habilidoso como para mantener la unidad de la pareja.

Contado así se te puede ocurrir pensar que me estoy refiriendo a algún amor”, pero no... simplemente se trata de un calcetín desaparecido”.

Aunque bien mirado, puede que exista un extraño paralelismo entre lo que ocurre con algunos de los amores de nuestras vidas y un calcetín.

Los primeros, un buen día, desaparecen dejando atrás su recuerdo; el calcetín, en cambio, se volatiliza como por arte de magia en el espacio que hay entre tu ropa sucia y la lavadora, dejando un compañero desparejado. “¿Dónde diablos se habrá metido?” dices, con la cabeza, literalmente, metida en la lavadora, cuando no encuentras ni rastro del desaparecido, a sabiendas que, aunque lo busques desesperadamente por toda la casa, no aparecerá.

En nuestros cajones siempre hay un calcetín separado”, abandonado en una esquinita, esperando con resignación que algún día su “pareja” regrese y juntos puedan volver a andar por la vida.

¿Te imaginas si fuéramos calcetines?. Afortunadamente no es así y podemos seguir andando, aunque algunos de nuestros amores se hayan ido.

No sé por qué razón conservamos esos calcetines. De alguna manera, cuando guardamos un calcetín solitario, mantenemos la esperanza de volver a verlos juntos, mientras le condenamos a la eterna espera.

Te propongo algo: cada vez que abras tu cajón y encuentres un “calcetín solitario”, recuerda a alguien que te haya querido y así tendrá sentido su existencia.

“Aquel calcetín que un día mantuvo tus pies calientes, hoy mantenga el calor de tu corazón”.
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20 de mayo de 2009

Cinco mil


Apenas hace unos meses comencé esta aventura entre “redes” sin atreverme siquiera a pensar que caminos tomaría.

Hoy compruebo que más de cinco mil visitas han pasado por aquí, desde puntos distantes del planeta, dejando opinión o no y quien sabe si, tal vez, llevándose un ratito que espero haya sido agradable.

Pudiera parecer que cinco mil es un número pequeño, ridículo al lado de cifras de éxito descomunal como mantienen otros blogs, pero éste es mi blog, el de María, donde sólo dejo reflejadas cosas que me ocurren, pienso, imagino o invento y aún así he merecido la visita de tanta gente.

Con el gadget de Feedjit Live Traffic Maps he podido seguir desde qué partes del mundo me visitaban y cuales habían sido los posts elegidos. Mucha gente anónima desde distintos lugares como Moscú, Hollywood (EEUU), Emiratos Árabes, Malasia, Concepción (Chile), Londres, Suecia, Israel, Alemania, Argentina, México, Brasil, etc. han encontrado algo que llamó su atención y entraron a visitarme.
Las entradas consultadas han sido variopintas; algunas han formado parte de una única visita, como cuando alguien desde Suecia leyó el post La croqueta, esa gran desconocida tal vez pensando que en ella desgranaba, paso a paso, la receta de la susodicha, pero existen algunas entradas que se llevan el gato al agua, en cuanto a visitas, tales como El leer no ocupa lugar”, Acortar entradas o post con "Leer más", "Seguir leyendo" o "Read more"”, Lecciones magistrales: la economía de los sobres, “Lecciones magistrales II: los sobres y la pesca”, Ser feliz, básicamenteo "Me llamaban forastera". El por qué, no lo sé, pero algo tendrán.

Por otro lado, están aquellas personas que han querido dejar su comentario y que con ello me han mostrado el camino hacia sus propios espacios. Entre ellos están
ClaveDeSol (Madrid), Josep Julián (Barcelona), Bicipalo (Valencia) , Jabier (Venezuela), Dr. Jorge de Paula (Uruguay), Psicología del Deporte (Málaga) y muchos más, que han conseguido que me anime a participar, unas veces más y otras menos, en sus blogs y de paso, desde ellos he ido encontrando otros lugares a los que visitar.

También está el apoyo de los míos, como mi hermana desde su blog
Mamadameteta, con la que intercambio misivas entre comentarios como si no nos viéramos cada día. O de Luis que también sé que me lee, aunque no escriba nada últimamente. También está Carmen, una de mis compañeras de trabajo, a la que animo a dejarme algún comentario cuando le apetezca.

En definitiva, estos cinco mil visitantes representan algo que ni imaginé cuando un buen día de octubre, del pasado año, decidí probar a escribir para el mundo lo que desde tiempo atrás hacía solo para mí.

Gracias a todos por venir a mi espacio, que es vuestro, y espero que el futuro no sólo depare muchos nuevos visitantes, sino que muchos de vosotros, mis primeros cinco mil os hagáis amigos de este blog, sobre el que no hay pretensiones más allá del compartir lo que sale de mis teclas.

Saludos para todo el mundo desde esta isla atlántica llamada Tenerife.
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15 de mayo de 2009

Un trocito de felicidad en estado líquido


Hay momentos en la vida…
donde sentirse un poquito feliz parece inalcanzable, como si de un reto descomunal se tratara.
Hay momentos en la vida…
donde la tristeza me embarga y no soy capaz de despejar el alma.
Por eso, hay momentos en la vida…donde debo dejarme rozar por una brisa, un caricia, un arrullo o un aroma y que mis sentidos despierten.

La mañana me trae un nuevo rayo de sol que, tocando en mi ventana, me hará aprovechar esa energía para sentirme mejor.

Voy a por mi primer café del día.

Es un ritual, donde todo tiene sentido y sentimiento.
Preparo la cafetera cuidando de no olvidarme de disfrutar de los elementos: oír como se llena de agua fresca y transparente…manantial de vida; oler el café molido; tocarlo con los dedos, sentir su textura granulosa...y esperar, mientras el fuego extrae toda la fragancia y todo el sabor del grano . Mientras espero, elijo el recipiente adecuado para este momento.
Por fin, la cafetera comienza a humear, llenando el ambiente de perfumes de madera, semillas y sol.
Hago los honores y sirvo el café. Me instalo en la silla, me preparo para el instante mágico, lo observo desde cierta distancia.

Ahora empieza el principio de mi trocito de felicidad de hoy.

Lo tomo entre mis manos, notando su calor entre mis dedos….

Lo acerco hasta mis labios, pero sólo para atraer sus aromas a mi nariz. Lo huelo, lo husmeo. Me dejo embriagar por su fragancia fuerte, poderosa, que excita mis sentidos.
Lo retiro de mi, vuelvo a observar su color de ébano intenso…su cuerpo…su fluidez espumosa.
Nuevamente, lo tomo entre mis manos, lo acerco a mi rostro disfrutando de este preludio con los cinco sentidos.
Entonces, como una ciega pasión, mis labios se abren para recibir el oro negro que exalta mi conciencia .….y me dejo llevar por sus esencias.


Ese íntimo contacto, tan mío, tan suyo…ese dar y recibir, me complace de tal manera que, consigue hacerme soñar con lugares idílicos y calma mis ansiedades y angustias transformándolas en nada.

Así, lentamente, voy apurando mi primer café, mientras me cambia la cara y una sonrisa llena mi rostro.


Nunca nadie ha podido adivinar por qué mi primer café puede cambiarme tanto…no imaginan, siquiera, qué puedo estar pensando. Ahora, tú si lo sabes….

¿Te apuntas?

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8 de mayo de 2009

Tiempo de hornear


Por más evolucionados que sean los electrodomésticos hoy en día, algunos continúan necesitando que alguien les dicte el tiempo que van a tener que estar en marcha.


En este grupo se encuentran los hornos, incluidos los de última generación que, a pesar de su carro extraíble, autolimpieza pirolítica y toda clase de excelencias tecnológicas, necesitan de una mano experta que les indique la función tiempo.


Todos sabemos que la variable tiempo de horneado es tan relativa como lo es el grosor del pollo o del hojaldre, del número de kilos de chuletas o unidades de bollitos y estos ingredientes casi nunca coinciden, exactamente, con las indicaciones de la receta que estamos cocinando.


Por lo tanto, la expresión “tiempo aproximado” es la que normalmente nos encontramos tanto en las revistas de cocina, como en los programas de televisión especializados en este tema, o en las recetas que se adjuntan, gratuitamente, en el diario de los domingos. Para no arriesgarse, la traducción correcta sería:


“Depende: depende de tu horno, depende de los solomillos, depende del pan, depende...”.


El depender de tantas cosas hace que, la tarea de hornear, se convierta en comprobar varias veces que no nos hemos equivocado al programar los grados, en revisar que el reloj marque el tiempo estimado, en colocar de manera ordenada, alineada y correcta los alimentos, en preguntarse "¿por qué aún el queso sigue sin fundirse?" o cómo no... "¿quedará crudo?".

No hay nada más relativo que el tiempo de hornear porque si fuera tan exacto no nos pasaríamos todos esos minutos intentando escrutar desde el cristal si el plato se está cocinando tal como se espera, ni pensando si ese humo sospechoso será normal cuando aún faltan veinte minutos para acabar, o ¿por qué terminamos abriendo para cerciorarnos que todo va bien, perdiendo, cada vez, entre 25 y 50 grados de temperatura, retrasando el proceso que ya nos parecía lento?.


Cuando necesito centrar mi atención, preocuparme en exceso, dudar hasta lo más profundo, horneo una pizza. Si consigo armonizar todos estos factores “depende” y aún así termina siendo mi cena, siento que seré capaz de volver al día siguiente a la oficina y acabar en tiempo y a tiempo todos los asuntos pendientes, sin salir, por ello, chamuscada, porque la vida diaria es como tu horno, repleta de “dependes” y tienes que controlar tu “tiempo de hornear”.
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