6 de octubre de 2009

Chilipú, más que un cuento


Hay cuentos y cuentos pero aquellos que fueron compañeros de almohada, cuando aún no alcanzabas a subirte bien a la cama, se recuerdan de una manera especial.
Mi padre no nos leía cuentos, se los inventaba y cada noche, durante un buen rato, nos deleitaba con la narración del que hubiéramos elegido.

El cuento del “Perrito Chilipú” está a punto de cumplir 50 años, y por ser de tradición oral, ha tenido varias versiones, pero todas con la misma esencia. Lo inventó mi padre para mi hermana mayor. Pasados los años fui yo la que lo escuchaba ensimismada en la historia y luego mi hermana menor. Entre una y otra pasaron 15 años. Más tarde, fue narrado para mis sobrinos, hoy con 25 años, y luego para mi hijo, que ya tiene 16. Espero que también mi pequeño sobrino Guillermo pueda disfrutar de la voz de su abuelo, que entre mantas y almohadas, le cuente:

“El perrito Chulipú vivía con su amigo, el Niño, en un pueblecito cercano al bosque. Chilipú era muy travieso y le encantaba correr y correr hasta desaparecer bajo los matorrales y árboles viejos que marcaban el principio del bosque.

Un día, Chulipú no aparecía. El Niño gritaba su nombre, por aquí, por allá, pero el perrito no daba señales, ni un lejano aullido.

-¿Ha visto Ud. a Chilipú, mi perrito?- preguntaba el Niño a cualquiera que encontrara en el camino.

-No- era la respuesta de todos.

- ¡Chilipú, Chilipú!- gritaba una y otra vez el Niño, pero el perrito no aparecía.

El Niño, cansado y triste, al llegar la noche regresó a su casa y entre lágrimas dejó que la luna se paseara por el firmamento hasta que las primeras luces se asomaron por el horizonte.

-¿Dónde estará Chilipú?- se decía mientras observaba por la ventana el camino por el que el día anterior su perrito corría, como siempre, y donde no volvió.

Una amarga tristeza se apoderó del Niño; no podía comer, no podía dormir, sólo pensaba en su perro ¿dónde estaría?.

Mientras tanto, en lo más interno del bosque, un leñador hacía su trabajo, talando las ramas secas y transformándolas en lo que alimentaría las chimeneas del pueblo cuando el frío, ya tan cercano, hiciera su aparición.

Tras el ruido que su hacha hacía entre golpe y golpe, le pareció escuchar un gemido lejano.
-¿Qué será eso?- se preguntó, pero al dejar de escucharlo siguió con su faena.

Un rato más tarde, el gemido se hizo más intenso y lastimero. El leñador dejó su hacha sobre la madera talada y guiándose por su oído se adentró un poco más lejos para encontrar el origen de aquél sonido.

Acurrucado entre unos matorrales y el tronco hueco de un árbol, el leñador encontró a un perrito. ¡Qué bonito era!

-Pero ¿qué te pasa, criatura? ¿por qué gimes de esa manera?- le decía el leñador mientras lo observaba para saber qué le ocurría.

El perrito comenzó a lamerse una de sus patas y el leñador comprobó que tenía clavada una gran astilla de madera, que le impedía moverse.

-Vaya, vaya, has estado correteando por el bosque y te has clavado una astilla. No te preocupes, te la sacaré enseguida y ya verás como todo pasa.

Y así, el leñador sacó la astilla de la pata del perrito y lo llevó hasta donde su hacha y su leña esperaban. Le dio agua y le dijo que debía seguir trabajando, pero que en cuanto acabaran se irían a casa. El perrito se quedó tumbado, esperando y mirando fijamente lo que su “salvador” estaba haciendo.

El Niño no había querido moverse del camino durante todo el día, ya atardecía y aunque su madre lo llamara una y otra vez, se negaba a abandonar el lugar por donde sus esperanzas le decían que Chilipú regresaría.

El sol ya se había escondido tras las lejanas montañas y apenas una tenue claridad mantenía el cielo iluminado, cuando a lo lejos, el Niño escuchó:
¡Guauu, guauu, guauuu!

No se lo podía creer ¿sería su Chilipú?, de verdad ¿podía ser su querido amigo?. Y antes de poder reaccionar, del fondo del bosque apareció la silueta del leñador con Chilipú en los brazos.

¡Chilipú, Chilipú!- gritaba el Niño con lágrimas en los ojos y el corazón en un puño al tiempo que corría por el sendero hasta su encuentro -¡Chilipú ¿dónde has estado?, ¿por qué no volviste a casa?.

El leñador le explicó cómo lo había encontrado y qué le había ocurrido. El Niño le agradeció sus atenciones y los cuidados dados a su perrito y con él en los brazos se dirigió a casa.

¡Chilipú, no vuelvas a alejarte sólo, eres muy pequeño y si te pasara algo no podrías regresar a casa y yo sin ti....!.

El perrito al ver a su amigo tan triste, lameteo su mejilla y movió el rabito en señal de alegría.

Chilipú y el Niño nunca más se separaron y

Colorín, colorado, este cuento se ha acabado."

Hoy, al tiempo que intentaba recordar los detalles de este cuento y plasmarlo como nunca antes se había hecho, he rememorado las imágenes que esta narración creaban en mi pensamiento cuando mi padre, mi Cuentacuentos particular, me contagiaba con la magia de su voz y he vuelto a ser la niña que, entre sábanas y mantas, esperaba con ansias el regreso de Chilipú.

10 comentarios:

Fernando López dijo...

María:

Me encantan los cuentos. Gracias por compartirlo. De vez en cuando es muy saludable acurrucarse entre las sábanas y volver a ser niño, recreándose en todo aquello que nos hacía felices.

Un saludo y gracias

GLORIA dijo...

Chilipú ¿de dónde se sacaria el viejito ese nombre?
Hemos sido unas privilegiadas no solo hemos tenido unos padres que compartían su cama con nosostras si no que además nos regalaron un personaje de cuento......
Besos

Germán Gijón dijo...

Hola, María:
¿sabes lo que más me gusta del cuento? La imagen de tu padre (el abuelo) contándolo a los nietos después de haber instruido a sus hijos en el mundo del relato.
De modo que Olé por tu padre (el abuelo) y todos los abuelos cuentacuentos.
Felicítalo de parte de un bloguero.
Un abrazo.

María Hernández dijo...

Hola Fernando:

Gracias a tí por leerlo; hasta esta tarde nunca se me ocurrió escribirlo y ya ves, ahora hay más gente que conoce a Chilipú.

Un saludo.

María Hernández dijo...

Gloria:

Lo de compartir "la cama grande" ha sido parte de nuestra vida y que hemos sabido repetir con los nuestros. Y es que no hay nada como la "cama grande"; Carlos me decía, cuando era pequeño, que era "curativa", jajaja. La de mocos pegados que acaban en ella, jaja.

Hemos sido y aún somos afortunadas por tener los padres que tenemos. Dices, "nos regalaron un personaje de cuento", yo diría que muchos más, porque cualquier retazo de su memoria está llena de personajes "reales" que acaban formando un cuento; es la grandeza del viejito, transformar su memoria en un gran escenario donde todo ha ocurrido, ocurre o puede ocurrir.
Besos, hermana.

María Hernández dijo...

Hola Germán:

Sin duda alguna, lo mejor de este cuento es el Cuentacuentos, eso dalo por descontado.
Nuestro padre es, para nosotras, un fuera de serie, alguien al que adoramos, un "puntazo" como dirían sus nietos.
Si quieres saber algo más sobre "el viejito" (así lo llamamos cariñosamente), ya le dediqué una entrada anterior llamada "Ser feliz, básicamente", creo que es del mes de febrero.

Gracias por tu comentario, un abrazo.

Economía Sencilla dijo...

Qué bueno, me parece que ya sé a quién contárselo hoy por la noche, gracias por compartirlo...

Un saludo
Pablo Rodríguez

María Hernández dijo...

Hola Pablo:

¡Qué bien!, pero no te olvides de remarcar que el prota es Chilipú; el Niño ni siquiera tiene nombre, porque es el Sufrimiento Universal. Chilipú, aún siendo perro, no deja de ser el "niño revoltoso, curioso y atrevido" que desobece las órdenes de no alejarse.
Lo pienso y me parece increíble que mi padre fuera tan...tan audaz; usar la figura de un perro donde todos hubiéramos colocado "al niño perdido".
En fin, gracias por pensar en contarlo y si te animas, inventa uno, quien sabe, a la vuelta de 50 años puede que alguien quiera contarlo.
Un abrazo

Josep Julián dijo...

Muy bonito el cuento y sobre todo, muy bonito el gesto de un padre cansado que por las noches tiene todavía ganas de inventar cuentos para sus hijas.
Como dices, el cuento de Chilipú ha trascendido y tu padre aún lo cuenta. Un día sus nietos también lo harán a sus hijos y esa será una forma muy bonita y útil de mantener el recuerdo del abuelo cuentista. Las generaciones vienen y van pero la tradición oral sigue manteniendo el vínculo entre ellas.
Muchas gracias a él por inventarlo y a ti por hacérnoslo llegar.
Un beso.

María Hernández dijo...

Josep Julián:

Como padre sabrás lo "cansado" que uno llega a casa. Al mío, tanto como a mi madre, les recuerdo agotados; el trabajo físico es muy duro y muele hasta el alma, aunque cuando somos críos, con tanta energía, no somos conscientes del cansancio de ellos.
Un día, cuando era adolescente, mi padre y yo salimos de casa al mismo tiempo; él camino de su "obra" (de cemento y vigas) y yo a coger número para el médico (aún lo de la cita previa no existía). Al pasar por un edificio, un perro estaba acostado sobre las escaleras exteriores, dormitando con una pata aquí y la otra allá. Los dos lo miramos y mi padre dijo "Quién fuera perro" y se me hizo la luz y comprendí que aquella alegría de padre solo era fachada matutina y que sus músculos cansados hubieran preferido tumbarse en el suelo antes que volver al trabajo.
Creo que ese día me hice un poco mayor.
Un abrazo, Josep.

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