29 de marzo de 2010

El cambio de hora y los bioritmos



Llegados a estas alturas del año, cuando la primavera no ha hecho más que asomar en el calendario y algunas florecillas comienzan a aparecer, nos vemos atrapados en el cambio de hora.
Esto que, a simple vista, parece ser algo más que apetecible, porque el día se alarga y las horas de luz nos hacen “florecer”, se convierte en un verdadero caos cuando pensamos que hay que perder una hora de la noche del sábado del último fin de semana de marzo. El verdadero problema no es cambiar la manecilla del reloj, el dilema comienza cuando intentamos comprender qué pasará mañana cuando el despertador suene “¿ahora qué toca, que todo esté más claro o más oscuro?” “¿si antes eran las 7, ahora que hora será?”. Cada año las mismas conversaciones en los trabajos, en las tiendas, en los coles y es que, al parecer, algo tan sencillo como adelantar una hora, nos trastoca las neuronas y nuestros biorritmos y aunque parezca casi imposible, hay quienes, después de pasarse años haciendo este mismo gesto, no sabe qué es lo que toca hacer cuando el cambio horario es en primavera o cuando es en otoño.
Yo aprendí lo que pasa en primavera del modo más drástico que existe: asumiendo la cruda realidad.
“Un lunes, como hoy, allá por los años ’80 y tras el famoso cambio de hora, mi madre me envió a hacerle unas compras. La tarde era ideal, la primera tarde larga de aquella primavera que nos acercaba a un verano lleno de aventuras y sin cole. Sin duda, era un acontecimiento para celebrar. Todos los amigos estaban en la calle, jugando y dejando pasar el tiempo porque aquella tarde sería eterna. No era cuestión de resistirse, sucumbí ante la tentación y me apunté a los juegos. El sol no dejaba de brillar en el cielo y la luz parecía haberse detenido, dándonos motivos sobrados para alargar los minutos.
Cuando me pareció que se acercaba la hora de volver a casa, fui, muy diligente, a hacer las compras que mi madre me había indicado, pero cuando doblé la esquina comprobé, casi sin entender, que la tienda había cerrado. Entonces fui consciente de lo que significaba “adelantar una hora”; también esa enorme tarde le pertenecía a todas las tiendas y sus empleados, a aquellos que casi nunca podían disfrutar de ver su sombra en una acera y de todos los que, por fin, podían regresar a casa sin que la noche se les viniera encima.
Pero mientras que, a todos ellos, la luz de la primavera los colmaba de alicientes, sobre mí se abatió una nube oscura y borrascosa:
-“Ay mi madre, ahora ¿cómo vuelvo a casa sin los mandados?-.
Pues así, sin ellos volví y allí estaba mi madre, esperando mi llegada. Tuve que explicarle que “la tarde tan maravillosa me había atrapado” y que el cambio de hora me había jugado una mala pasada y “todo, porque no tengo reloj”. No me sirvió de excusa, porque si tenía reloj, perdido en alguna zona de mi dormitorio y además mi madre no creyó casi nada de lo que le dije. En cambio, me sirvió para no olvidarme que en este ajuste horario te levantas más oscuro y la tarde se alarga, pero…. las tiendas cierran antes que te des cuenta".

Así es como funciona el cambio de hora: en primavera, tienes que darte prisa, aunque el día sea más largo, y otoño te sobrará el tiempo porque la noche estará presente antes de lo que te gustaría.

¿Te acordarás la próxima vez?
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18 de marzo de 2010

Soy un dato, con D


Después de tantos años escuchando en los telediarios o leyendo en los periódicos algo así como “Según la encuesta realizada por Sigma 2 para ….” ¡ME HA TOCADO!. Y yo que estaba convencida que estas encuestas eran leyendas urbanas. Las tenía, casi, clasificadas como “semejantes a los audímetros”. ¿Alguien conoce a otro que, realmente, tenga un audímetro en casa? Yo no y mira que he preguntado. Son de este tipo de cosas que funcionan como los dogmas de fe, crees en ellos o no, porque lo que se dice “verlos con tus ojitos” no los vas a ver, a no ser que ocurra un milagro.

Pues bien, hace dos tardes, estaba en casa contestando una llamada de teléfono, cuando sonó el timbre. Me acerqué a la puerta, más como acto reflejo que consciente, y la abrí. Con el móvil en la oreja e intentando atender lo que me decían, veo a un hombre, alto, corpulento que jadeaba frente a mi. Le hice una señal de espera con la mano y terminé la conversación telefónica.

¿Sí?”- le pregunté.


Y casi sin poder hablar, respirando con cierta dificultad, “el hombre que jadeaba en mi puerta” me dijo: “Buenas tardes, señora, soy Fulanito de Tal y Tal y estoy realizando una encuesta de Sigma 2 sobre los problemas de salud en esta zona”.

“Ah, muy bien, pues anote que la falta de ascensores en estos edificios agudiza esos problemas, como habrá notado”- no lo pude evitar, le faltaba tanto el resuello que más que tres pisos de escaleras parecía que había subido al Everest. Sonrió como pudo y tras hacerme las advertencias “legales” sobre la protección de mis datos y la información que le iba a proporcionar, etc., me preguntó:

¿Vive aquí algún joven?”.
Creo que al verme sonreír primero y contestar “Sí, uno de 16 años”, se dijo para sus adentros ¡¡¡¡BINGO!!!!, pero poco le duró la alegría cuando preguntó “¿Se encuentra en casa?” y obtuvo un no por respuesta.

“Hay que ver lo que me está costando encontrar a la gente joven en casa. Tengo que hacerle la encuesta a dos jóvenes entre 16 y 24 años y no hay manera”- me dijo como lamentándose del tremendo esfuerzo que había hecho escalando hacia los confines de mi edificio y su infructuosa búsqueda de la juventud.

“Hombre, es que …es difícil. Por la mañana, o están en clase o durmiendo y a estas horas, lo normal es que estén “rumbeando”, vamos, con el rumbo en otra parte, quiero decir”- intenté consolarlo.

Estuve a punto de preguntarle si nadie le había enseñado el teorema del “espejo joven”, aquel que dice algo así como “los minutos que un joven pasa delante del espejo (ya sea entre gomina, secadores o espinillas) son inversamente proporcionales al tiempo que pasa en las dependencias comunes de su hogar y directamente proporcional al tiempo que pasa en la calle, con sus amigos/as, churris o lo que sea”, pero ya se le notaba bastante afligido como para estarle pinchando con sarcasmos.

Miró un poco los formularios y casi de manera automática me dijo: “Sólo dos preguntas algo indiscretas, ¿puedo?”

“Adelante”- le indiqué.

“¿Es Ud. cabeza de familia?”
.


“Pues si, ahí si que has acertado”
.


“¿Edad?”
, mientras casi marcaba una casilla.


“41”
- contesté.


“¿41? Y yo que pensaba que ya me quedaba sin hacer la encuesta. Es que, además de los dos jóvenes, me faltaba una mujer entre 40 y 50 años, pero, sinceramente, no pensé que usted tuviera más de 38 y eso por que dijo antes que su hijo tiene 16; yo tengo 34 y estoy hecho una mierda (con perdón) . Entonces ¿no le importa que le haga unas preguntitas más, verdad?”

“No, claro, pregunta, pregunta”
- le contesté y juro por Snoopy y los Mosqueperros que nada tuvo que ver con que me echara unos años menos, es que una es así de colaboradora. Aunque sí pensé “Caramba, el teorema del “espejo joven” no se lo sabe, pero el del “espejo mentiroso” lo domina perfectamente” (jejeje).


El cuestionario estaba dirigido hacia preguntas relacionadas con las drogodependencias, consumos habituales, edades, situación en el entorno, etc. En mi caso no tuvo mucho trabajo, los NO superaban con creces al resto de contestaciones posibles y la velocidad que mostraba en marcar casillas dejaba claro que llevaba unos cuantos días dedicándose a la “puerta fría”, a esa en la que te abren y, con la misma, te la cierran, zassss, mientras se oye, como en un suspiro que se aleja, “No me interesaaaaaa”.

Ya estábamos finalizando, cuando el encuestador recibió una llamada de su compañera de trabajo, que se encontraba en el portal vecino, según me dijo después. Dos minutos más tarde, volvió a sonar el móvil.

“Ya voy, ya voy”
- dijo. “Le acaban de tirar una piedra a mi compañera en la calle”- me comentó.


“¿Una pedrada en mi barrio? ¿Desde cuando pa’ donde?”
- pensé- “Ni que aquí tuviéramos una Intifada particular”.


Rápidamente, me hizo la última pregunta y, dándome las gracias, se dirigió hacia los escalones.


“Voy a ver qué le ha pasado”
- dijo.


“Si, si, vete, vete”- le contesté. Pero cuando ya casi iba por el segundo piso, le grité desde arriba, partiéndome de risa: “Junto a la falta de ascensores, apunta las pedradas como problemas de salud en este barrio” y un “vale, vale”, entre carcajadas, se elevó por el hueco de las escaleras.

Y …¿quién sabe? A lo mejor cualquier día me encuentro en la prensa, o en la Tv, una noticia que diga: “Según los datos que se desprenden de la encuesta realizada a los vecinos de los barrios de esta capital, todo apunta a que la ausencia de ascensores en edificios de más de dos plantas parece que guarda alguna relación con la cantidad de pedradas que reciben los foráneos en sus proximidades. Asimismo, se constata que el número de problemas respiratorios son más frecuentes en los vecinos que habitan en las zonas más altas de estos edificios ,que los que viven en las plantas inferiores, dado que, aquellos, tan pronto como llegan a sus viviendas se encuentran más fatigados y con signos inequívocos de falta de aire”.

Porque digo yo ¿de verdad alguien se fía del resultado de las encuestas? ¿somos lo suficientemente sinceros o contestamos lo que creemos que deberíamos contestar? ¿sirven de algo? ¿tienen moraleja? .

Eso sí, al menos, ahora sé que las hacen de verdad, porque siempre pensé que se las inventaban.
En fin, ahora soy “algo” más que hace dos días; formo parte de la estadística.

Y a ti ¿te han preguntado, en serio, alguna vez? ¿contestaste con seriedad?.

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15 de marzo de 2010

Espacio vital



Desde hace más de dos años, cada día, para ir y volver del trabajo, uso el tranvía. Reconozco que me “viene al pelo”, porque su recorrido se adapta, perfectamente, a mis necesidades. Su puntualidad y frecuencia son dos de los elementos que más valoro, pero también la calidad de vida que me ha proporcionado, permitiéndome reducir el tiempo que perdía entre ir y volver.

Su trazado se ajusta tanto a mi recorrido que apenas en cuatro paradas me coloca en el destino deseado. Por ello, ni me molesto en sentarme; me sitúo cerca de una de las puertas y, casi sin darme cuenta, me dedico a observar a la gente, sobre todo, en el camino de la mañana.

Estudiantes universitarios, empleados, pacientes que se dirigen a cualquiera de los dos complejos sanitarios o abuelos representan el target habitual de una mañana cualquiera.

El tranvía está dividido en diferentes tipos de vagones; unos diseñados para asientos normales y otros, más específicos, para distintos posibles viajeros: pasajeros con escasa movilidad, carritos de bebés, bicicletas, embarazadas, etc. Para ellos hay un tipo de asiento distinto, de fácil acceso o, incluso, plegable para sujetar bicis, carritos de bebés o sillas de ruedas. De más está decir que estas indicaciones lucen muy bien en los cristales, pero brillan por su ausencia en la práctica.

A fuerza de repetir lo mismo cada jornada, un día caí en la cuenta de algo curioso: la manera, casi sistemática, en la que esos asientos se iban ocupando.
Estos asientos están dispuestos en dos grupos de cuatro, cada uno a un lateral del vagón. Un grupo es de asientos fijos y el otro es abatible, individualmente.

Lo normal es que primero se ocupen las cuatro esquinas. En este caso es indiferente el sexo de su ocupante, aunque casi siempre las primeras esquinas en ocuparse son las del grupo de asientos fijos.
Una vez están ocupadas las cuatro esquinas puede ocurrir lo siguiente.
Supongamos que en las dos esquinas superiores se han sentado dos mujeres y en las esquinas opuestas, dos hombres.
Lo que con toda probabilidad ocurrirá será que:
- Al lado de una mujer se sentará otra.
- Al lado de un hombre se sentará otro.
- Los dos asientos restantes se completarán sin distinción de sexo, aunque preferiblemente, enfrente de una mujer se sentará otra y lo mismo ocurrirá en el caso de los hombres.


También es posible que en el grupo de asientos fijos, se sienten dos pasajeros, cada uno en el extremo opuesto y de sexos distintos, pero en el otro grupo, solo uno se siente en la esquina y el otro pasajero, de igual sexo, ocupa un asiento dejando libre los de su costado, que quedarán sin abatir.
En este caso se podrán dar dos alternativas distintas, dependiendo del sexo que ocupe la mayoría de los asientos “iniciales”.

Caso 2 Caso 3
Una vez que todos los asientos están ocupados, las reglas de este periodo inicial se rompen, ya que siempre hay algún pasajero que cede su asiento a una persona mayor o a una mujer con niño/s.
Casi “encandilada” por semejante constatación, un día mientras íbamos en el tranvía, le comenté a Luis lo llamativo del asunto y me explicó que eso formaba parte de nuestro “lenguaje corporal”, del que se habían escrito muchas cosas. Un poco desanimada por el Nobel que ya no iba a recibir por tal descubrimiento (jejeje), decidí buscar un poco de información al respecto y esto fue lo que hallé en el libro “El lenguaje de los gestos” de Flora Davis (Si deseas verlo, pincha sobre el título, está digitalizado en Scribe).

Algunas veces la gente trata de hacer notar la posición de una porción de territorio público tan sólo por la ubicación que elige. En una biblioteca vacía, alguien que simplemente quiere sentarse solo, selecciona una silla en la punta de una mesa rectangular; pero en cambio, el que quiere desanimar abiertamente a otra persona a que se le aproxime, se sienta en la silla del medio. También podemos ver el mismo fenómeno en los bancos de las plazas. Si la primera persona que llega se sienta en una punta, la segunda lo hará en el otro extremo y después de esto, suponiendo que se trate de un banco corto, si la primera persona se sienta exactamente en el centro, podrá lograr mantenerlo para ella sola durante un lapso...” (Pág. 53, “El lenguaje de los gestos” de Flora Davis).

Ahora lo que me intriga es saber ¿quién nos enseña a actuar así? ¿es algo innato o lo aprendemos sin darnos cuenta?.

Mientras tanto, sonrío la mañana en la que se cumplen los pronósticos, porque no deja de darme una pequeña satisfacción haber hecho esta “investigación” entre bostezos, legañas y asientos de tranvía. Lo sé, casi es lo mismo que un banco en una plaza o en una biblioteca, pero yo lo he hecho en “movimiento”.

Seguiré observando....
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8 de marzo de 2010

Fuerza Chile


Escribo envuelta entre el sonido sugerente de una bosanova, que escapa por los altavoces de mi ordenador, y una maraña de temas posibles, reales, tangibles, pero sin ningún nexo en común más que mi propia observación.

No consigo decidirme por uno en concreto, me está costando concentrarme, pero también se que, en el fondo, lo tengo elegido aunque no sepa muy bien por donde empezar.
He podido leer en varios blogs amigos acerca del uso de las herramientas de la web 2.0; de su utilidad o complejidad, de lo que es moda o lo que quedará tras ella, de la importancia de subirnos a su carro o de saber protegernos con malabares de los “malewares”.

Como en muchas otras facetas de la tecnología, y de la vida misma, me autoproclamo “ignorante”, y si pudiera hacer un alegato en mi defensa sería algo así como “lo intento, de verdad, lo intento”. Voluntad de aprendizaje le pongo, otra cosa es que llegue a conseguirlo.

A pesar de ello, soy capaz de entornar los ojos y decir “tenían razón, fíjate tú para lo que sirve esto”.
Y esto, justamente, es lo que he hecho esta última semana, donde la Tierra y la web 2.0 coincidieron en el mismo punto caliente.

El pasado 27 de Febrero, la Tierra tembló como pocas veces hemos sido testigos. El suelo de Chile se quebró tras el feroz seísmo de 8.8 en la escala Ritcher, el 5º en intensidad del que se tiene conocimiento en el mundo y miles de personas quedaron aisladas del resto. No solo sin los servicios básicos, literalmente “se quedaron con lo puesto”, única y exclusivamente. Lo que no destruyó el terremoto, se lo llevó el tsunami. Miles de sueños rotos, e incluso, algunos perdidos para siempre, bien bajo las aguas, bien bajo los escombros.
Y la tecnología comenzó a dar su fruto de inmediato. Se crearon plataformas de ayuda, páginas especiales como “TerremotoChile” que conocí gracias al enlace que puso mi hermana en su blog. Desde allí, el acceso desde el resto del mundo hacia las zonas azotadas se hizo posible: televisión online, últimas noticias, mapas actualizados, Twitter, fotografías, vídeos, listas de fallecidos, búsqueda, ayudas, voluntariado, recomendaciones, etc.

Personalmente, toqué en varias puertas: yahoo messenger, facebook, hotmail, para intentar contactar con un antiguo amigo, chileno, residente en Santiago pero natural de Concepción. Y hubo respuesta. “Todos bien, mi familia de Conce, bien, las niñas, bien…fue muy fuerte”. Sonrío mientras pienso ¿cuánto hubiera tardado en tener noticias de ellos de no haber existido la red?. Tampoco los hubiera conocido, pero …

No lo pude evitar y me enganché a la televisión online, a Tvn Chile, a su canal 24 horas, a sus reporteros, a los presentadores de los programas, a los testimonios, a las denuncias, a las imágenes de desolación, pero también a las de esperanza. De vez en cuando, miro los mensajes que saltan continuamente a través de Twitter: “Fulanita busca a Perenganito en Constitución, llamar al 5656565656”, “Se busca a familia Villegas, desde Argentina”, “Mi abrazo para todos los chilenos, arriba Chile”, “No sabemos nada de Pedro X, estaba en Talca, llamar al 45454545”, “Apareció Fulanito en Conce, está solo, busca familia en Santiago”, “Gracias a todos, apareció mi sobrina en Penco”.

Sea como sea, lo cierto es que, casi, desde el primer momento comenzaron a aparecer estas webs, que alguien se preocupaba de actualizar e incluir contenidos y donde los “no afectados”, tanto chilenos como del resto del mundo, nos asomábamos buscando información, buscando saber, buscando lo importante: una esperanza.

¿Qué ha tenido este terremoto que no haya tenido el de Haití, por ejemplo? En principio, más intensidad, pero menos muertos, mucha destrucción, pero otros medios y entre ellos, no cabe la menor duda, que internet ha tenido una parte muy positiva, permitiendo que el mundo pudiera acercarse a Chile en estas horas tan tristes. Ha tocado mucho y muy hondo, pero en un país donde el desarrollo es distinto, donde existía un plan de emergencias, donde a pesar del caos, normal y comprensible para tamaño suceso, se ha tenido una directriz para empezar a gestionar el desastre. Ya llegarán las críticas, nunca faltan a una cita como ésta, pero no dejo de preguntarme ¿quién puede tener tanta experiencia en seísmos como éste y en su gestión como para no errar? ¿Qué pasaría en mi ciudad con algo parecido? Nos caen “cuatro gotas” y se nos cae el mundo, la electricidad, los transportes.

La presidenta
Michelle Bachelet ha tenido una amarga despedida. Desconozco los detalles de su política durante su mandato, no sé si los chilenos estaban contentos o no con ella, pero la visión que nos deja de su cargo, durante estos días tan difíciles, es el de una chilena que se ha movido de un lado al otro sin importarle que el próximo jueves acabe su cargo electo. Me quedo con su imagen entre escombros, al pie de una escalinata recibiendo ayuda internacional, con su embargada emoción durante una entrevista o el abrazo sincero y espontáneo que compartió con el nuevo presidente electo, Sebastián Piñera, al finalizar el recuento de donaciones en el Teletón que se organizó para recaudar fondos, el pasado fin de semana, donde se alcanzó la cifra de 30 mil millones de pesos (43,291,294.474 euros) destinada a la reconstrucción de las zonas afectadas por el seísmo y que demostró que la gente de este país sabe compartir.


Y si sus últimos días como Presidenta han sido muy duros, no menos lo será para el próximo Presidente, Sebastián Piñera, quien tendrá que trabajar mucho para que Chile vuelva a colocarse en el lugar donde se encontraba, como una nación emergente y consolidada.

Y todo esto he podido observarlo desde casa, delante de mi pc, a miles de kilómetros de distancia pero en tiempo real, gracias a esta tecnología que, a veces, se me escapa, pero que no cabe duda, nos acerca al mundo.

Ojalá, en tiempos no demasiados lejanos, podamos volver a disfrutar de estampas renovadas de tantos y tantos rincones chilenos a los que hoy, desgraciadamente, no les queda nada, solo gritar

“Fuerza Chile”
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