31 de enero de 2011

No me llames iluso


No, no lo hagas si lo que pretendes es acusarme de serlo como si fuera algo malo.
No lo hagas, si entre tus pretensiones se haya la de embajonarme.
No lo hagas, simplemente, no lo hagas.

Lo que si les recomiendo a todos es que vean este vídeo, es largo, más de una hora, pero se pasa muy rápido. Es ameno, divertido y, sobre todo, revelador.

Dicen por ahí que no hay casualidades; no podría asegurarlo, pero este vídeo llegó hoy a mi "window" y no pudo elegir un momento mejor. Gracias, amigo, aunque no lo creas, hay cosas en mí que sembraste para siempre.

"La actitud de ilusionarse con la vida", ahí es nada y es todo. VEÁNLO y cuéntenme que les pareció.


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26 de enero de 2011

Me llovió un árbol

Durante la noche había estado lloviendo; sentí la lluvia golpeando en las persianas como redoble de tamborilero en noche de procesión; su golpeteo era constante, rítmico y fuerte.

Al levantarme en la mañana, las calles estaban mojadas y actuaban como espejo improvisado de los nuevos rayos del sol.

“¿Te huele a lluvia, a tierra mojada, a campo?” –me pregunto mientras espío tras los barrotes del patio de la cocina, en tanto que mi cuerpo intenta adivinar la temperatura exterior: “jersey,  camiseta y rebeca, tal vez ¿jersey y rebeca?, si es que una no sabe que ponerse con tanto cambio de temperaturas” – asevero, al tiempo que meto mi soja con café en el microondas: “ponle 20 segundillos más, que te va a salir helada” – me dice, por dentro, mi Pepito Grillo particular, que más que grillo debe ser una chicharra, porque no para nunca, ¡qué barbaridad!.
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Y era verdad, hacía frío para lo que estamos acostumbrados. Que si alguien de Teruel, en estos días, me escucha diciendo que con 14º C estoy helada, es posible que se acuerde de mi madre y toda mi parentela. Pero, no tengo culpa: el cuerpo es así, siempre se acostumbra a lo bueno y de buenas temperaturas, en Canarias, sabemos un poco.  También sabemos de paro, de sobrecarga poblacional, de tantas cosas negativas que, al menos, en cuanto a temperaturas  “somos de lo mejorcito del país, oiga”.

Tampoco hay que llevarse a engaño, ¿eh?. Mientras en mi barrio llovía, en el Parque Nacional del Teide nevaba; y lo ha vuelto a hacer esta noche; porque temperaturas cálidas  tenemos casi siempre, pero cuando toca frío en la cumbre, toca bajo cero.

Tras calentar la barriga, con mi soja caliente, enfilo mis pasos hacia el dormitorio donde me espera una sesión de cálculo rápido entre muchas variables posibles.

“Si sólo llevo esto, cuando enciendan el puñetero aire acondicionado de la empresa voy a quedarme tiesa como un garrote”. Y es que el aire acondicionado cuando solo es para enfriar, enfría, te guste o no.
“Si me pongo el polar con el jersey sudaré por el camino”. Porque los caminos se hacen al andar y si andas mucho, sudas y el mío es cuesta arriba con el tiempo justo para llegar a fichar en hora.
“Entonces, mejor me pongo la camiseta y el jersey para el trayecto y me llevo la chaqueta para el trabajo”. “¡Bien! Por fin te decides”- comenta mi superchicharra Pepito Grillo.

Tras cerrar la puerta del portal, me encuentro con los primeros charcos en la acera, los cuales evito por prudencia, pero en los que me encantaría saltar y chapotear. Me gustan, soy así.

No está lloviendo.

Miro la hora en el móvil y pienso “Voy bien, si me apuro seguro que cojo el tranvía de las y 37”. Y sin dejar que ningún otro pensamiento me guíe, me dispongo a correr sin correr, pero casi.

Bajo un buen tramo de escaleras, trotando. Lo hago así siempre, porque tengo el presentimiento de que el día que no pueda hacerlo tendré que plantearme, seriamente, “te estás haciendo mayor”. Por eso me pruebo a diario; si puedo trotar, todo está bien y escaleras para comprobarlo me sobran.

Último escalón de este tramo, giro a la derecha y ...

DILUVIA, de golpe y porrazo me caen encima cantidad ingente de goterones enormes de agua, suficiente cada uno de ellos como para ahogar una mosca al instante.

Pero “¿de dónde cae esto?”- digo mirando hacia arriba. Y ahí está él, un ficus de más de 35 años, grandioso, dueño y señor de la esquina del jardín vecinal. 

Una ráfaga de viento, la culpable. Lo meció de un lado a otro y éste aprovechó la ocasión para sacudirse toda la lluvia que había quedado atrapada en sus hojas enormes.

No había nada más que hacer que seguir corriendo sin correr. Como no llovía al salir de casa, no me había puesto el chubasquero y ahora mi jersey y mi camiseta estaban empapados. Maldije al ficus, a la lluvia, al camino en cuesta, al aire acondicionado y a mi puñetera chicharra Pepito Grillo que me gritaba sin contemplaciones: “Ya verás como terminas resfriada”. ¡¡¡Grrrrr, cualquier día cometo un chicharricidio!!!.

Esta mañana, al bajar trotando las escaleras que llevan al ficus, me tropecé con dos operarios del servicio de jardines del ayuntamiento. ¡Estaban podándolo!.

Y otra vez la chicharra: “Claro, como ayer te pusiste hecha una fiera contra el pobre ficus, mira, ahora lo están podando”.

Es posible que el ficus me eligiera como blanco perfecto de su última broma de día de lluvia; es posible. Pero hoy he sentido pena por él, por sus ramas podadas y por las heridas que quedarán en su tronco.

Si ayer me llovió un árbol, hoy me llovió el corazón y hasta que llegue la primavera, cada día, le dedicaré mi trote de escaleras, como obsequio por su “broma de lluvia”.  Lleva más de 35 años viéndome pasar y yo viéndolo a él, en su reino de la esquina y nunca antes habíamos compartido “vida”. Ya era hora.
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