Día 7, sábado, 21:00 horas, hipermercado, colas en todas las cajas y ahí estoy yo, con un sólo artículo en la mano, un pelador de verduras, mirando a un lado y otro, con la esperanza del milagro en mis pupilas.
Tras comprobar que, mirara donde mirara, solo había colas, opté por colocarme tras una familia con carro "de primeros de mes". Al menos parecían bien organizados; el hijo mayor iba colocando, con bastante buen tino y agilidad, los productos en la cinta, el padre, al final de ésta, iba rescatando todo el arsenal "alimenticio" y lo colocaba en bolsas, la madre, tras el carro, miraba con la misma atención a la cajera y a la pantalla de la caja y la niña intentaba trepar por el lateral del carro mientras su hermano, muy atareado, le decía: "Estate quieta".
Entonces se me ocurrió buscar, con la mirada, a mi "medio limón" que me esperaba tras la línea de fuego. Su movimiento de cabeza y un gesto apenas perceptible me dijeron: "¿Pero qué haces ahí, no ves que éso parece un carro de combate?". Ya sabía que iba a tardar un poco, pero ¿por qué cambiar de caja?. Aún así, volví a mirar a mi alrededor y "Oh, my God", en la caja de al lado la situación parecía más "light": solo dos clientes con pocos artículos. Me cambié rápidamente y entonces ocurrió lo que siempre tiene que ocurrir: a un artículo le faltaba el código y, aún así, el cliente quería llevárselo.
"Ahora si que la has hecho buena, María"- pensé, mientras me reprobaba internamente no haber seguido mi primer instinto.
Tras comprobar que, mirara donde mirara, solo había colas, opté por colocarme tras una familia con carro "de primeros de mes". Al menos parecían bien organizados; el hijo mayor iba colocando, con bastante buen tino y agilidad, los productos en la cinta, el padre, al final de ésta, iba rescatando todo el arsenal "alimenticio" y lo colocaba en bolsas, la madre, tras el carro, miraba con la misma atención a la cajera y a la pantalla de la caja y la niña intentaba trepar por el lateral del carro mientras su hermano, muy atareado, le decía: "Estate quieta".
Entonces se me ocurrió buscar, con la mirada, a mi "medio limón" que me esperaba tras la línea de fuego. Su movimiento de cabeza y un gesto apenas perceptible me dijeron: "¿Pero qué haces ahí, no ves que éso parece un carro de combate?". Ya sabía que iba a tardar un poco, pero ¿por qué cambiar de caja?. Aún así, volví a mirar a mi alrededor y "Oh, my God", en la caja de al lado la situación parecía más "light": solo dos clientes con pocos artículos. Me cambié rápidamente y entonces ocurrió lo que siempre tiene que ocurrir: a un artículo le faltaba el código y, aún así, el cliente quería llevárselo.
"Ahora si que la has hecho buena, María"- pensé, mientras me reprobaba internamente no haber seguido mi primer instinto.
La cajera cogió el teléfono, llamó donde tuviera que llamar y empezaron a pasar minutos y minutos sin que le dieran solución al problema. La caja seguía sin fluir, la cola se iba haciendo mayor y ocurrió lo inevitable: se inició una conversación entre señoras, que no se conocen de nada, pero tienen algo que contar.
La situación era bastante irónica; yo con un pelador de verduras en la mano y las señoras hablando sobre la dificultad que encontraban a la hora de que sus hijos comieran verduras, sobre todo, las "verdes".
No lo pude evitar y a pesar de mi preferencia por los vegetales, me uní al "foro" de "SOS Madres: ¿cómo le doy espinacas?", pero en el papel de abogada del diablillo, es decir, en defensa de los niños que "odian" las espinacas.
Se me ocurrió intentar convencerlas con este simple argumento: "Si tantos niños en el mundo, de generaciones distintas, de padres, hábitos alimentarios, costumbres tan diferentes ponen cara de "asco" ante un plato de verdura "verde", ¿no será por algo que va más allá del "no me gusta"?.¿Sería posible que en este tipo de verduras haya algo que sea, al menos, un poco incompatible con el tamaño de su organismo?. Seguro que hay algún tipo de verdura que sus hijos comen sin rechistar. Al mío le gustaban las "pelotitas verdes" o guisantes y hoy come de casi todo. Parece que tenemos obsesión por verlos delante de un plato de espinacas, como si le fuera la vida en ello y la culpa es de Popeye que, por otro lado, no me extrañaría nada que su adicción a la clorofila estuviera basada en ciertos intereses ocultos".
Justo cuando la cola comenzaba a moverse, llegamos a un punto de acuerdo: "sí que comen verduras, las que les gustan". Pagué mi pelador de verduras y salí del hiper sin poder evitar una sonrisa, mientras mi mente de abogada perversa inventaba un monólogo interior para el niño que sale en este anuncio.
"Me cachis, otra vez estas cosas verdes. ¡Qué felices deben ser los esquimales!. Pero ¿por qué mi madre me castiga con ésto?. No me lo merezco, marqué dos goles. Si está verde, no está maduro. ¡ODIO A LAS ESPINACAS, A LA NEVERA Y A POPEYE!".
Y es que una buena forma de incrementar su desgana hacia "el mundo vegetal" es obligándoles a comer algo por imposición y el asunto se convertirá en la pescadilla que se muerde la cola. A algunos la fobia les durará muchos años hasta que un buen día descubran, por casualidad, que no sólo no estaban tan malas, sino que están riquísimas.
Aún así, para todas las mamás, abuelas y tías que aún piensan que las espinacas son una fuente inmejorable de hierro, deberían saber que "no todo es hierro lo que reluce". Es cierto que contienen hierro, pero por esos caprichos de la naturaleza que Popeye desconoce, también contienen ácido oxálico que bloquea la absorción del hierro, por lo que el empacho de espinacas es sacrificio inútil. Existen otras fuentes de hierro, tanto vegetales como animales, sin tampoco caer en la trampa de desprestigiar a las espinacas, porque aunque cojeen en lo del hierro, también aportan otros muchos elementos.
¡Cuántos malos ratos nos hubiéramos ahorrado, los que fuimos y los que hoy son niños del mundo mundial, si en lugar de decir "no me gusta" hubiéramos podido decir "Toma mamá, este librito sobre alimentación PA' QUE APRENDAS, con todo mi amor y cariño!".
Y en eso estamos....aprendiendo.