Hoy, contra todo pronóstico, he ido a presentar mi currículo
de manera presencial y personal a una empresa.
Lo normal, hasta la fecha, ha sido presentar vía internet, a
través de las páginas de las empresas, colocarlo en varios buscadores de
trabajo, o incluso, a través de correo electrónico a modo “de boca en boca”, de
un amigo que tiene otro que sabe quien puede saber algo de un remoto empleo.
Ya de entrada iba mal. Las referencias que me habían dado no
eran claras, procedían de una tercera persona, ni siquiera conocía el nombre de la persona por quien
tenía que preguntar. Muy mal para empezar, pero tenía que intentarlo.
Aún así, como siempre, me preparé antes. Sopesé los pros y
los contras, la actitud que debía mantener y qué imagen, incluso, debía dar, busqué
información de la empresa, a qué se dedicaba, etc.
Supuestamente, tenía que presentarme ante “la subdirectora”
de la firma; ya me extrañó que un cargo así se dedicara a supervisar,
personalmente, las ofertas de empleo, pero era el único dato que tenía. Bueno,
eso y que debía presentarme entre las 4 y 5 de la tarde de hoy.
Salí de casa con tiempo suficiente para ser puntual pero sin
adelantarme a la hora convenida.
Cuando entro, la empleada más cercana a la puerta me
preguntó el motivo de mi visita. ¿Cómo explicarle?.
-¿La subdirectora, por favor?- dije por ver si así era
suficiente.
- Pero, Ud. ¿con quién quiera hablar, cómo se llama?- me
pregunta la muchacha.
- Sinceramente, no sé su nombre. Ayer vino alguien y la
persona que la atendió le dijo que me presentara entre las 4 y las 5 y
preguntara por la subdirectora- señalé por ver si así se aclaraba algo.
- Es que...aquí no hay ninguna subdirectora.
“Vaya – pensé- vamos muy, pero que muy mal".
-¿Cuál es el motivo de su visita? Tal vez así pueda ayudarle-
dijo la empleada.
Ya no había marcha atrás, todo había empezado mal, así que
no quedaba otra que tirarme a la piscina con la respuesta clásica.
-Vengo a entregar un currículo- dije mientras casi
visualizaba como mis “méritos escritos” iban a parar a una papelera.
- ¿Su nombre? ¿Cómo se llama la persona que la envió? ¿Tiene
ahí el currículo?.- apuntó descargando su batería de preguntas.
(“Lo dicho....acabará en la papelera"- pensé).
-Por supuesto, aquí lo tiene. Mi nombre es María y quien me
envió se llama “XXX”.
- Espere un momento, veré si la pueden atender- dijo
mientras se alejaba.
Al cabo de unos minutos escasos, regresó y me dijo que
esperara, al tiempo que me devolvía el currículo.
Y esperé y esperé...Mientras, aproveché para observar el funcionamiento
de aquella oficina. Habían, al menos, 18 personas. En cada rincón de la sala
había una cámara de seguridad y las imágenes que captaban se podían ver en un
plasma colocado en una de las paredes. A pesar de contar con un importante
número de empleados al teléfono, reinaba un silencio administrativo peculiar.
No había una voz más alta que otra, ni siquiera el sonido del teléfono era
estridente.
Tras un buen rato observando, pude identificar a la empleada
que me había atendido como responsable o encargada de un departamento. Escuché
que le decía a otra empleada: “No puedes contestar así al teléfono, como con
desgana” e imitó las formas de la reprendida. Eso me hizo confirmar mis
sospechas: era la responsable del grupito de empleados de esa zona.
Contrastando con ese silencio entre gente, desde el fondo
llegaban retazos de una conversación, más bien, un monólogo algo alterado.
Coincidía su procedencia con el camino que había tomado la encargada cuando
tomó mi currículo.
“Vaya, vaya...creo que estoy esperando para hablar con esa
persona que grita al teléfono. Mal asunto”- pensé mientras seguía con mi repaso
visual de la oficina.
En varias ocasiones mis ojos se cruzaron con la mirada de
otra empleada, situada en un rincón. Estaba rodeada de expedientes, cuidadosamente
colocados y parecía que su función era la de revisarlos, contar las páginas,
anotar algo y poner y quitar algunas grapas. Cuando acababa con un montón se
dirigía a un armario archivador, los colocaba en su correspondiente carpeta
colgante y, después, comprobando un listado en su poder, volvía a tomar un
grupo grande de expedientes para continuar con el mismo trabajo.
Al otro lado de su mesa, había un joven al que otra empleada
estaba instruyendo. No sé si estaría de prácticas o haciendo alguna prueba,
pero la ausencia de uniforme, presente en el resto de la plantilla, me hizo
pensar que era recién llegado.
En un momento dado, un señor, algo mayor, salió del pasillo y
se dirigió a una empleada diciendo:
-¿Puedes venir un momento?.
La chica, algo confundida, le indicó con el dedo si se
dirigía a ella y éste le dijo:
-Si es a ti, pero no te asustes, no es nada malo.
Pensé...”Ahí está, el miedo del que tiene un trabajo y no
sabe cuando lo perderá”.
No era nada malo, al señor le urgían unas fotocopias y para
éso la había requerido, nada más, solo eso. Imaginé el suspiro interior que
habría dado la muchacha tras saber que solo le pedían unas copias.
Mientras repasaba, mentalmente, todo ese lenguaje corporal
que debía controlar en el momento de la entrevista, mis ojos seguían paseándose
por cada rincón de la oficina; eso sí, sin girar la cabeza de modo descarado,
ni tampoco modificar mi postura para alcanzar ver rincones ocultos.
Todo estaba bastante limpio. Los puestos de trabajo, casi
todos de naturaleza informática, cumplían con los requisitos mínimos de salud
laboral; altura correcta de sillas y pantallas, reposapiés en todos los
puestos, buena iluminación, los cables bien organizados en sus canaletas, etc..
Solo eché de menos auriculares inalámbricos dado el trabajo que realizaban, con
muchas llamadas, al tiempo que usaban los pcs.
Tras hora y media de espera, regresé al mundo real. Saliendo
del pasillo, una señora, de mediana edad, se acercaba a mi.
-¿Es Ud. quién me espera?- me dijo.
- Si- contesté.
- Espera un momentito- dijo, guardando el Ud. y dirigiéndose
hacia un teléfono.
Se perdió, nuevamente, por el pasillo. Desde lejos volvía a
resonar su voz, fuerte, como de excesivo carácter.
Minutos más tarde regresó y, esta vez, me indicó que la siguiera
hacia una sala. No sé cual fue la razón pero cambió de idea y nos dirigimos,
directamente, a su despacho, mientras me preguntaba qué formación tenía.
Ya en el despacho, se mantuvo de pie tras su mesa y yo hice lo propio.
Tomó mi currículo y sin mirarlo siquiera, me dijo:
-Solo ofrezco dos plazas para comerciales, pero según te
miro, no das el perfil del tipo de comercial que busco- me espetó.
-No busco trabajo de comercial, soy buena en otras
gestiones, pero ser comercial no es lo mejor que sé hacer.- le contesté.
-Todos esos empleados que ves ahí son universitarios. Hoy en
día es muy importante tener estudios superiores, si no estás perdido porque la
oferta es grande- apuntó.
Pensé en la chica de las grapas.
- ¿Qué edad tienes María?- preguntó.
- 43 – respondí.
-Pues lo tienes muy negro- sentenció.
-Lo sé, llevo año y medio buscando trabajo y apenas he
conseguido un par de entrevistas. Tengo 43 años, es cierto, pero tendré que
trabajar hasta los 67- dije por si captaba el mensaje oculto.
- Además, hay mucho joven preparado esperando trabajar-
continuó.
- Lo sé, pero además de mi experiencia, tengo otras
ventajas: no voy a faltar por maternidad, ni por enfermedad de hijos pequeños;
tengo uno, pero de casi 19 años, ya no es obstáculo para mi y a mis 43 soy más activa que nunca- aproveché para dejarle
caer.
Durante toda la conversación intenté controlar mis gestos.
Sin duda, estaba delante de un “león con dientes puntiagudos” y no quería que
notara ni un ápice de sumisión.
Y comenzó a soltarme un discurso sobre la situación actual,
sobre sus logros, sobre lo que debería hacer el gobierno respecto a las
empresas para salir de la crisis.
Sus fórmulas:
-Ni un duro a los sindicatos; éstos enfrentan al trabajador
con la empresa.
-Acuerdos entre trabajador y empresario, al margen de,
imagino, la ley.
-Controlar los medios de comunicación porque si siguen
mostrando los enfrentamientos no se avanzará hacia delante.
-Bonificaciones especiales. Por ejemplo: Si contratas a
María que tiene más de 40 años, tres años sin pagar seguros sociales. Si
contratas a su hijo de 19 años, sin experiencia y por un salario reducido, dos
años de bonificaciones totales. (los ejemplos los puso ella, que conste).
-Nada de paro, ni indemnizaciones. Se trabaja en una
relación de mutuo acuerdo y cuando se acabe, se acabó...”no tengo por qué darte
nada”. “El trabajador y el empresario se tienen que querer, mutuamente”.
- Solo debería haber paro para las personas que se queden
sin trabajo, de golpe, por la quiebra de la empresa.
- A los hijos habría que ponerlos a trabajar desde los 18 y,
si pueden, que estudien además.
- Etc., etc., etc.
¡Qué gran suerte la mía que aprendí a morderme la lengua, a
respirar con conciencia y a no dejarme llevar por el arrebato!.
Estaba muy claro que la conversación no iba a llegar a
ningún lado productivo, pero ella seguía alzando la voz, gesticulando sin
parar, haciendo gala de su entusiasmo empresarial y, de vez en cuando, usando
expresiones humillantes.
-Le agradezco el tiempo que le he robado, le pido disculpas
por ello, porque intuyo que es Ud. una mujer muy ocupada- le dije para intentar
acabar con aquella situación tan rocambolesca de una manera “formal”.
-No te preocupes, María. Me gustaría ayudar a muchos, pero
ya sabes cual es el panorama. Déjame tu currículo y si me entero de algo, te
aviso, pero lo tienes muy negro, negro, negro- volvió a repetirme.
-Lo sé, lo sé – dije.
Y entonces, saliéndose del papel que había interpretado
hasta ese momento, se acercó a mi para despedirme con un beso en la mejilla, como si nos conociéramos de algo más
que aquella extraña cuasiconversación.
Admito que este detalle me descuadró completamente.
-Por cierto, ¿su nombre es?- le pregunté.
- Bond,
Fulanita Bond- respondió.
(Obviamente, el nombre real no es éste, pero sirve para
identificarla).
Me despedí, al salir, de la empleada que me había atendido y
con un “Buenas tardes a todos”, salí por la puerta.
Al arrancar el coche, pensé:
-“Bonito futuro nos espera ... y sobre todo NEGRO”.
Al llegar a casa de mis padres, les comenté todo el asunto
y, precisamente, les dije:
- Nada me gustó, pero lo del beso en la mejilla al
despedirse...no me cuadra.
Al empezar a escribir este post, se me ocurrió hacer una
búsqueda en google con el nombre de la señora en cuestión y no como lo había
hecho anteriormente, con el nombre de la empresa.
¡Oh, sorpresa!
Muchos comentarios en foros, advirtiendo sobre esta empresa,
sobre su dueña y sus formas, sus humillaciones constantes hacia el personal,
sobre la forma de trabajo y los abusos, e incluso, sobre su orientación sexual aplicado a la empresa.
¡JODIDO BESO DE DESPEDIDA!,
ya me había descuadrado, pero ahora todo cuadra perfectamente.
Lo de seguir a pie juntillas los consejos para una
entrevista y mantener, siempre, la mirada, tal vez no fue, en este caso, muy
adecuado.
Con casi total seguridad no me llamarán de esa empresa, dado
su perfil de contratación, pero, sinceramente, espero que no lo hagan y si lo
hacen, ojalá ya esté trabajando en otro
lugar, porque de lo contrario y “sintiéndolo
mucho”, seré yo quien diga:
“Negra, puede, pero esclava...JAMÁS”.
Mucho he disfrutado leyéndote en estos dos años, pero este post te ha quedado "bordao"; con los colores puros y primarios, con hilaturas de gran calidad y con el diseño perfecto para la ocasión.
Yo también soy radical en mis PRINCIPIOS, sean o no sean del gusto de los demás o parezcan o no políticamente correctos.
Sólo espero, y en ello confío, en no vivir para ver, o sufrir en carne propia, que los principios tengan que sucumbir ante las necesidades.
A pesar del calor de estos días, hay muchas nieblas que oscurecen el futuro, pero si se quiere pasear, la oscuridad no es un obstáculo: me compraré una linterna.
Un beso, Josep. Te felicito por ser radical y expresarlo de esta manera.