27 de marzo de 2009

Lecciones magistrales II: "los sobres y la pesca"


En un post anterior Lecciones magistrales: “la economía de los sobres” intenté reflejar los conceptos de economía básica que una gran mujer, mi madre, ha ido utilizando a lo largo de los años para el sostenimiento, fortalecimiento y permanencia de su empresa privada: su familia.

Sus lecciones no sólo nos enseñaron a llenarlos de “peces” sino que gastó gran parte de su tiempo en adiestrarnos, de mil formas distintas, para que pudiéramos “pescar” por nosotras mismas. Nuestro aprendizaje se basó en su ejemplo, en sus ganas de aprender cosas nuevas, inventar, investigar, practicar, etc. Siempre nos permitió estar a su lado, observando, mientras arreglaba algún enchufe, un pequeño electrodoméstico, hacía un bordado o cocinaba y nos dejó libertad para intentarlo, para aprender esas otras “cosas” que no nos iban a enseñar en la escuela. Otra de sus máximas fue: “lo que se hace mal y no se corrige, queda mal para siempre”, de manera que nunca ha perdido la paciencia si ha tenido que volver a empezar un trabajo para que quede bien “hasta la eternidad”.

Hoy en día cuando aún necesitamos algo vamos a su casa, preguntamos ¿tendrás un poco de…? y ella, alegremente, nos abre las puertas de sus armarios, sus cajas y cualquier rincón donde pueda encontrarse lo que le solicitamos para que nuestra “pesca del día” sea productiva y llegue a buen puerto. Podemos encontrar cualquier cosa: desde un tornillo hasta el retal de tela increíble. Ella lo guarda todo mientras piensa “por si a las niñas les hiciera falta algún día”. Sé que disfruta viéndonos crecer en experiencia, cuando le mostramos nuestras “obras”, cuando observa nuestras habilidades, nuestras distintas “artes para pescar”. Se siente satisfecha del resultado de su dedicación hacia nosotras.

Otra de sus grandes enseñanzas ha sido mostrarnos la necesidad de invertir en “valores seguros”, en nuestras manos, las únicas herramientas que dependen, únicamente, de uno mismo. Cuando preparaba mi boda, mi madre, me aconsejó que, en lugar de gastar todo el dinero que me habían regalado mis abuelos para el vestido de novia, usara sólo la mitad, porque “solo es para un día y todas las novias están guapas” y que el resto lo invirtiera en futuro: una máquina de escribir (hablo de 1987) y una máquina de coser. “La máquina de escribir porque puede abrirte las puertas del trabajo, de tu independencia y la máquina de coser porque puede cerrarte los agujeros que sufran tus ropas o tu vida”. Y así lo hice; fui una novia muy guapa que incluyó en su ajuar una máquina de escribir y otra de coser; lo moderno y lo conservador.

Gracias a aquellas teclas mis horizontes laborales se abrieron y hoy, a pesar que la mecanografía , que tanto me costó aprender, está pasada de moda, puedo tener un trabajo decente. Pero fue gracias a la máquina de coser que pude ganar el dinero suficiente, cosiendo en un taller, para salir adelante por mi misma, con mis manos, en un momento en que mi vida se tambaleó sin previo aviso. ¿Clarividencia?, no lo creo. Experiencia materna y de la vida, en todo caso.

Si alguna vez le enseñamos algo nuevo que hemos aprendido, otra habilidad, sonríe y dice: “Si, mi niña…eso se va guardando en el sobre porque nunca se sabe si algún día hará falta tirar de ello”. Si su familia fuera una multinacional, sus sobres de conocimientos serían la formación continua, las actualizaciones de software, el reciclaje del personal, la implantación de nuevas tecnologías, la introducción de nuevos métodos y herramientas, pero solo es una madre y las cosas que nos ha enseñado no tienen titulación académica, ni títulos rimbombantes.

¡Ay, esos sobres! , los sobres de mi madre, que lo mismo se llenan de "peces” que de “artes para pescar”. Y han sido éstas y no otras las que han logrado que seamos autónomas, independientes, con ideas para afrontar cualquier situación por rara, mala o extraña que parezca.

Nosotras, fieles a sus “fórmulas magistrales” seguimos aprendiendo y guardando en el sobre, por si acaso.
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18 de marzo de 2009

Entre el muro y el asfalto


El sol se abre paso, tímidamente, entre las nubes altas. Después de tantos días de frío, lluvia y humedad se agradece sentir sus rayos, como un abrazo siempre tibio. Camino, lentamente, disfrutando del momento, porque pronto llegará la primavera pero sus prólogos ya son visibles.

Entre las grietas que hay entre el muro y el asfalto que recubre la calle, un mundo vegetal se asoma sin timidez. Sin esperar el nacimiento de la próxima estación, ya lucen sus galas de color: amarillos, malvas, blancos, verdes. Se muestran exultantes, como si supieran, con certeza, que son las primeras en llegar, pavoneándose ante nuestros ojos, que ya se habían acostumbrado al gris de la estación invernal, dándonos la primera oportunidad para celebrar que un nuevo ciclo vital se acerca.

Son frágiles, pero al mismo tiempo supervivientes; son pequeñas, pero con una capacidad de expansión tremenda; son simples, pero abundantes... Son las “malas hierbas”.

Pasamos a su lado y apenas les prestamos atención; si aparecen en nuestros jardines o huertos nos afanamos por hacerlas desaparecer. Es una lucha constante; la supervivencia a pesar de todo.

Para tener alguna oportunidad, sus semillas se agarran a la vida en cualquier grieta que les permita germinar y, desde allí, salir al exterior con la esperanza de poder dar un “paso más allá”. Pero para que esto ocurra deben ser las primeras; las que crezcan sin espacio, las que estén más expuestas a la destrucción, las que florezcan antes, llamando la atención de los insectos que, atraídos por sus colores brillantes, se encargarán de esparcir su futuro más allá de la grieta que las vio nacer. Algunas poseen sistemas propios de propagación; después de florecer, se convierten en esferitas peludas que serán mecidas por el viento hasta que se desprendan, iniciando un vuelo hacia lo desconocido, más allá del muro.
Cerrajas amarillas, los exuberantes cardos marianos floridos, las lechuguillas, alguna ortiga mansa, cebada bastarda, también muchas hierbas canas, en definitiva, todas aquellas que buscan un lugar mejor.

Observo como se muestran, tan frágiles y jóvenes, con más ganas que experiencia, y se me ocurre que las “malas hierbas” deben ser la “adolescencia de la vegetación”, esa parte tan necesaria y, a la vez, tan descontrolada de la Naturaleza.

Las “malas hierbas” son las flores nuevas que, estando al pie de un camino, aún no saben que dirección tomar, aunque se muestran activas y dispuestas, sin muchos adornos, pero radiantes, como todas las jovencitas.
Una amapola es la flor que estando al pie de un camino, partió hacia el prado y entre trigales, que le dan protección y escenario, muestra su hermosura, y aún sabiendo que su vida será breve, también sabe que su lugar está ganado, como una mujer madura.

Pronto llegará la primavera, pero la vegetación adolescente ya se asoma, sin timidez, por la grieta que hay entre el muro y el asfalto, proclamando su existencia, casi, a gritos. Allá, en aquel jardín, las rosas, azucenas y claveles siguen durmiendo; no hay prisa, Mayo, el mes de las flores, aún queda lejos.
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15 de marzo de 2009

Premio SYMBELMINE




PREMIO OTORGADO POR GLORIA DE http://mamadameteta.blogspot.com/


«Este premio es otorgado en agradecimiento a los blogs, premiando su trabajo y como un motivo más para estrechar lazos existentes, para que así no nos olvidemos de esos blogs que hacen que cada día queramos seguir haciendo lo que hacemos».


AL ACEPTAR ESTE PREMIO, ACEPTO TAMBIÉN SUS REGLAS:

1. Elegir siete candidatos que por sus cualidades creas que merecen el premio.

2. Editar una entrada mostrando el premio y hacer referencia a quien te lo entregó.

3. Notificar a tus candidatos


PREMIO A ESTOS BLOGS QUE CONSIDERO EXCELENTES CON EL PREMIO SYMBELMINE:

Mar "Año nuevo, vida nueva" : http://siloquiereshazlo.blogspot.com/

Pedro "Entre pedales, homos, ciervas y mamuts" : http://bicipalodivagando.blogspot.com/

Euralia Alcancia "Domadores del euro" : http://www.domadoresdeleuro.com/
Mariano Lozano "Mi ciénaga": http://www.marianolozano.com/
Jabier "Casa de los cuentos": http://casadeloscuentos.blogspot.com/
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10 de marzo de 2009

Me llamaban forastera



Hace más de 20 años, con la maleta llena de deseos, los bolsillos repletos de juventud y el corazón a rebosar de sentimientos, partí de mi tierra natal para emprender un viaje hacia al futuro. Un destino que me separaba 2000 kms. de todo lo que había conocido hasta entonces.

Si viajas de una región a otra de tu propio país, no te consideras, ni consideran, emigrante, pero lo eres en cierta manera: sales de un lugar, llegas a otro, gente diferente, costumbres distintas.

Cuando cambié mi pequeña ciudad isleña, casi pueblerina, por aquel pueblecito agrícola, blanco, repleto de sol, al sur de Andalucía, yo no era emigrante: me llamaban “forastera”.

Confieso que al principio me hacía gracia la palabra; me transportaba a las películas del oeste, con pistoleros e indios, donde desde la puerta de la cantina alguien, con la mano en el revólver, advertía “Cuidado, forastero”. Lejos de molestarme, comprendí que sólo era una palabra que ayudaba a la gente del lugar a identificarme, cuando la confianza no era tanta como para conocer o llamarme por mi nombre de pila. Si, mujer… ¿cómo no vas a saber?...la forastera que llegó hace poco y que está viviendo en la avenida nueva.

En los pueblos es muy común utilizar un apodo como identificación dentro de la comunidad. Algunos son propios, del individuo, pero otros van pasando de generación en generación como si se tratara de títulos nobiliarios. Pero cuando llegas de otro lugar, sin pasado, sin historia, sin apodo, es como si no tuvieras filiación, como si te faltara todo un entorno que arropara tu existencia. No es extraño entonces que, hasta que no hagas méritos para tener tu propia denominación, los lugareños intenten ubicarte de la mejor manera posible usando para ello lo que te diferencia del resto y te distingue.
Fui bien acogida, viví entre ellos, adopté sus costumbres, trabajé con algunos, reí con muchos, lloré con otros, pero a pesar de todo y de los años, siempre fui “la forastera”. Tenía su mismo color, el mismo idioma, la misma patria, pero había algo que destacaba por encima de todo: procedía de otro lugar.

¿Y acaso no era verdad?. Había nacido a 2000 kms lejos, en el mar, cerca de África. Hablaba, según ellos, raro, con un acento que se les antojaba, casi, caribeño. De mi cocina escapaban olores y aromas diferentes que no sabían identificar. Mis propias costumbres, mi forma de ser y desenvolverme en la vida eran distintas. Pero ellos, que terminaron conociéndome, queriéndome y arropándome, continuaron llamándome “la forastera”.

Una palabra, por si misma, solo es el envoltorio de algo; es el continente para un contenido. Su significado, el real, el completo, no se ciñe sólo a su significante; copa ¿de cristal basto o de Bohemia?; televisor ¿de pantalla plana o plasma?; noticia ¿política o del corazón?; ensayo ¿de teatro o científico?; Una palabra sin sus satélites apenas es un esbozo de su realidad.

- “Sí, la forastera… sí, mujer, esa chica tan agradable, morena, que habla así como si fuera de telenovela, sí, sí, ésa misma, la que camina muy rápido por las calles del pueblo cuando va a trabajar, que parece que va a apagar un incendio, ja, ja, ja. Parece muy buena chica, la forastera; educada, amable, trabajadora, respetuosa. Un encanto de chiquilla.”-


No deberíamos darle tanta importancia a las palabras que sólo intentan identificarnos por lo que nos diferencia del resto, por ese rasgo que sobresale y nos hace destacar dentro de un grupo: el pelirrojo, la forastera, el negro, la invidente, el moro, la china, el gordo, la rubia, el extranjero. Sólo son palabras, sin afecto, sin penas, ni glorias. Mucho más nos deben preocupar los actos de quienes las pronuncian.

Fui forastera y era verdad.

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3 de marzo de 2009

Lecciones magistrales: "la economía de los sobres"


Abro la puerta, silbo anunciando mi llegada y una voz, al final del pasillo, me responde. Encamino mis pasos hacia ella y allí la veo, con el lápiz en la mano, los tickets del supermercado en la otra, a punto de comenzar a hacer sus balances sobre el tablero blanco melaminado que utiliza como mesa de corte para sus arreglos de costura.
Hasta hace poco, su pizarra mágica era la mesa azul de formica que, con más de cuarenta años, aún reina en la cocina. Sobre esa superficie, la vi muchas veces, demasiadas, haciendo cuentas, borrando con el dedo sus cálculos y volviéndolos a hacer, apilando montoncitos de monedas contadas o colocando los billetes en sobres separados.
Ella dice que “siempre vivió en crisis”. Es su forma de sintetizar lo que significa administrar lo mejor posible los ingresos de la familia, sobre todo, cuando éstos nunca fueron espléndidos.
Su nacimiento, en 1941, la convirtió en “niña de la postguerra” española haciendo que en su infancia conociera las cartillas de racionamiento, el estraperlo y la escasez económica. Creció y aprendió el “oficio” gracias a otra de las grandes de la economía: mi abuela. De su madre, siempre habla con devoción, sobre todo, cuando nos relata todas las peripecias que realizaba para que “las penas, que eran llovidas, fueran menos”. Aquellos fueron unos tiempos muy difíciles, donde todo escaseaba y había que agudizar el ingenio para cubrir las necesidades, trabajar de sol a sol y donde el arte de reciclar no era una opción, sino una realidad. Una estampa similar puede verse hoy en día en otras partes del mundo.

No pudo ir al colegio, porque, entre otras cosas, no se veía necesario para una niña rural pero, de este pasado de carencias, aprendió todo lo necesario para intentar evitarnos penurias futuras. No es que tenga la receta del milagro del pan y los peces, sino toda la sabiduría que el paso por la vida y sus circunstancias van dejando tras sí junto a incansables horas de trabajo.

Sus reglas para evitar el caos económico son básicas, pero efectivas:

-Nunca gastar lo que aún no se tiene. Dilapidar un sueldo que no se ha cobrado, solo lleva al descalabro.
-No adquirir deudas que no sean estrictamente necesarias.
-Pensar que los imprevistos siempre son más previsibles de lo que se cree. Todo el mundo enferma, todo se avería, todo se rompe...alguna vez.
-Lo que se destina para un uso, jamás hay que gastarlo en otra cosa pensandoya lo repondré”.
-Planificar con tiempo los gastos futuros y priorizarlos por orden de necesidad.
-Intentar ahorrar cada mes, de manera, que se puedan afrontar algunos proyectos a largo plazo, sin éstos provoquen un quebranto en la economía familiar.
-Pero sobre todo, trabajar. Nadie tocará en tu puerta para traerte dinero, hay que salir a buscarlo.

Con todas estas premisas no es extraño que, los días de cobro (antes en efectivo), la viéramos sumando y restando sobre su mesa azul, separando el dinero del transporte mensual, los importes de los recibos de la casa, la luz, el agua, el teléfono, etc., calculando con cuánto contaba para la compra de alimentos, los gastos de las “niñas”, los famosos imprevistos, en definitiva, poniendo en práctica la “economía de los sobres”; éste para los recibos, éste para el transporte, éste para la comida, éste....éste para lo que ha sobrado.

Una vez le escuché decir a una amiga cubana que su madre era “económica”, término empleado para lo que conocemos como economista. Recuerdo que al oirlo pensé directamente en mi madre.

A pocos días de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, el 8 de Marzo, quiero dedicarle este post a mi madre por todo el trabajo, esfuerzo, dedicación, sacrificio y voluntad que ha puesto a lo largo de todos estos años, y sigue poniendo aún estando jubilada, por todo lo que hemos aprendido de ella para que nuestra vida, la mía y la de mis hermanas, haya sido inmensamente más fácil de lo que jamás pudo imaginar en su niñez.

A mi madre, con todo mi amor y respeto, por haber sido y ser una MUJER con todas sus letras.
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