30 de abril de 2009

Pandemia


Reviso con avidez los titulares de la prensa digital. Lo reconozco: estoy preocupada.

La primera noticia, de lo que está pasando, la conocí mientras leía, el pasado viernes, un post en un blog amigo de México. Apenas era el comentario de una madre que, ante las noticias que iban surgiendo en su país, había rechazado la invitación a un cumpleaños de algún amiguito de sus hijos. En ese instante me pareció anecdótico el celo de esa madre hacia sus vástagos.

Poco a poco, pero sin pausa, han ido apareciendo más y más noticias sobre la “nueva gripe”. Los casos se van extendiendo por el mundo gracias al transporte humano, que atraviesa fronteras y continentes en pocas horas. Aparecen “sospechosos” en muchos sitios a la vez y hasta el momento , en el que estoy escribiendo, hay 114 casos confirmados por pruebas de laboratorio.

La OMS acaba de elevar la alerta a nivel 5: riesgo inminente de pandemia, debido a los casos que se han confirmado y que, previamente, no habían viajado a México.
Algunos países comienzan a aplicar medidas drásticas como la prohibición de vuelos hacia o procedentes de México, el sacrificio de todos los cerdos en Egipto, declaran el estado de emergencia en California, etc.

Y cada vez me preocupo más, sobre todo, porque hay un dato que no llego a comprender, será por ignorancia, pero no me cuadra.
Compruebo las edades de los contagiados, personas jóvenes, muchos estudiantes que viajaron a México por diversos motivos y que a su vuelta se encuentran enfermos. Otros tantos estudiantes en EEUU.

Normalmente, cuando anuncian las campañas de vacunación contra la gripe, se hace mucho hincapié en los grupos de riesgo: personas mayores, pacientes crónicos (diabéticos, asmáticos, etc.) o inmunodeprimidos porque, precisamente, son los más expuestos a contagiarse y a padecer complicaciones.

Y me pregunto ¿qué tiene este virus que es capaz de contagiar a una persona joven, supuestamente sana, que es capaz de cruzar medio mundo para hacer un viaje de estudios y que, a priori, no se encuentra en los grupos de riesgo?.

Aquí, en España, todos los casos, hasta el momento, parecen ser personas jóvenes, entre 21 y 29 años.

Sinceramente, estoy preocupada. Este nuevo virus parece tener un patrón “no habitual” y, cuando estamos poco acostumbrados a ver algo, es posible que “algo” se nos esté escapando y no es momento para dejar cabos sueltos.
Seguiré pendiente de los titulares de la prensa digital. Ojalá que quienes se dediquen a la investigación encuentren pronto los motivos, los cómo, dónde y por qué de esta pandemia, mientras los que tienen que velar por nosotros lo hagan lo mejor posible, desde el médico de familia que nos atiende, hasta el político que deba tomar las decisiones más “saludables” para nuestros países.

El mundo está en crisis....de salud.
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14 de abril de 2009

La voz del Silencio


Se conocía lo suficiente como para saber que algo no funcionaba bien. Siempre ocurría de la misma forma, las mismas señales, los mismos síntomas.

Hacía varias noches que no podía conciliar el sueño; daba vueltas en la cama, tejiendo una red de pensamientos amorfos, sin fundamento, un ir y venir a ninguna parte. El tic-tac del despertador, la mayoría de las veces desapercibido, controlaba el aire y se convertía en el pulso de la noche, acompasado, fuerte, determinante, sin prisa, sin pausa. Otra vuelta a la almohada, cambio de postura, nada conseguía el milagro, continuaba despierta. Los minutos se iban fundiendo en horas; las horas en desesperación – Tengo que dormir, tengo que dormir- . Luego, durante el día, la falta del descanso nocturno, le pasaba factura haciendo, de su rutina diaria, un perfecto tormento.

Otra de esas señales inconfundibles era la aparición súbita de unas ganas irrefrenables de hacer algo con las manos, dedicarlas plenamente a la realización de tareas manuales, donde poder concentrar y focalizar su pensamiento; movimientos concretos, dirigidos, con principio y fin, con orden y concierto, con un propósito, una finalidad, con un plan trazado para poder seguirlo sin dudar.

Por encima de cualquier señal había algo que no dejaba duda alguna sobre su estado de ánimo: el SILENCIO.

Para alguien al que le gusta compartir su tiempo con los demás, pasar las horas charlando, disfrutar conversando de cualquier tema, quien, incluso, es consciente de su propia verbosidad, llegar a este momento mudo resulta llamativo, cuando no, clarificante.

Una voz interior, sin sonido pero con palabras, le decía:

- Silencio, necesitas silencio, dejar de oír lo externo para poder escuchar lo que tiene que decir tu interior. ¿Qué te está pasando? ¿Qué te perturba? ¿Cuál es tu temor?” - .

Silencio voluntario, necesario, deseado.
Silencio para meditar, escuchar, respirar.
Silencio, sólo silencio.
Sentarte en silencio,
Escuchar tu silencio,
Hablarle al silencio con el pensamiento.
Silencio, sólo silencio
.


El momento había llegado. ¿Por cuánto tiempo? ¡Quién lo sabía!. Cogió lo necesario; una manta para sentarse y taparse si tuviera frío y agua para beber, no precisaba nada más. Marchó hacia la playa, acompañada de su silencio, su eterno y fiel compañero, quien como nadie la conocía por dentro, quien adivinaba sus cuitas, quien mejor interpretaba el aire de sus suspiros, quien aparecía cuando algo comenzaba a tambalearse. Él…su silencio, le proporcionaría las claves para desenmarañar su interior.

Se conocía lo suficiente como para saber que entregando su voz al silencio, las palabras regresarían….algún día.
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1 de abril de 2009

Noche oscura


Era entrada la noche, fuera todo estaba oscuro, el escenario adecuado para los que gustan infringir miedo. Sus voces y los golpes en el portón sobresaltaron a la familia.


Abran...abran la puerta”- gritaban sin importarles el descanso ajeno.


Él y sus hermanos menores se arremolinaron en una esquina de la cocina asustados y temblorosos.
Aquellos hombres, en nombre de la ley, tras abrir la puerta, entraron y sin mediar explicaciones se llevaron al padre.
Ignoraban los motivos, pero algo estaba claro, había sido arrestado y se lo llevaban. Y así, junto a aquellos hombres del terror, vieron marchar a su padre, por el camino hacia no sabían donde.
Eran tiempos difíciles, revueltos, donde la desgracia le podía llegar a cualquiera, sin distinción, en cualquier momento y desde cualquier flanco. Sólo hacía falta que una voz, a menudo cobarde y malcarada, mentara un nombre y ellos aparecían, arrestaban y negaban la presunción de inocencia, aunque no hubieran pruebas fehacientes de ningún delito.

El padre no había podido presagiar que su desgracia se había fraguado la mañana de aquel mismo día, cuando alguien le habló:

Hoy habrá una marcha en favor del Movimiento y tendrás que acudir, como todos, ya están las banderas preparadas”- dijo la mujer con arrogancia.

Él rechazó la invitación alegando las muchas faenas que le esperaban durante la jornada para conseguir dar de comer a su prole, siete hijos que tenía en ese momento, en aquellos días donde la miseria era el pan de cada día, pero antes de marchar agregó:

Si Pedro se llama el que manda, yo lo llamaré Pedro y si es Juan, lo llamaré Juan”- dijo con rotundidad, dando con su respuesta fin a la conversación y continuó su camino.

Nada hacía suponer que aquellas palabras, expuestas sin mala intención, pero con la verdad del hambre en los labios, serían las mismas que usaran para denunciarlo. Y tras esa acusación injusta, al amparo de la oscuridad, acudieron a llevárselo.

La madre, mujer de temperamento fuerte y decisión resuelta, no tardó en ordenarle a sus hijas mayores que se ocuparan de sus hermanos pequeños, mientras ella estuviera fuera. Tenía que ir a ayudar a su esposo, tenía que hacerlo porque era inocente de cualquier cargo que pretendieran achacarle, ella lo sabía, estaba segura. Corrió en la oscuridad durante mucho tiempo hasta llegar a la casa de quien, en su tormento, pensó que sería la única persona capaz de ayudar a su marido: el párroco.

Él conocía bien al ahora detenido. Sabía de su talante pacífico, del amor hacia su familia, de los trabajos que pasaba para sacarlos adelante. Conocía que había servido a la Patria durante varios años en África, bajo el reinado de Alfonso XIII y la dictadura de Primo de Rivera, a pesar de dejar atrás a su mujer, dos hijas y otra por nacer. También sabía que sus manos de artesano estaban siempre dispuestas a ayudar en lo posible a sus paisanos, aunque las miserias fueran muchas. Él mismo, en varias ocasiones, había acudido en su busca para algunas faenas necesarias para la iglesia y siempre estuvo a su disposición. Sabía de qué pasta estaba hecho.

Cuando la esposa le contó lo sucedido salió sin dilación en busca de respuestas, de los motivos que habían hecho que aquél buen hombre se encontrara detenido. Indagó sobre su paradero y las condiciones de su detención. Sus contactos y su propia persona fueron suficientes para que al día siguiente lo dejaran libre, sin cargos; todo había sido un error. ¿Un error? Así llamaban a las injusticias.

Aquel padre, antes de salir de las dependencias donde lo tuvieron retenido, solicitó que nada de aquello quedara escrito, que su nombre no se viera manchado por algo que no había cometido. Quería y exigía, que por su inocencia, no quedara rastro de aquella noche tan amarga. Y así fue.

Tan pronto como pudo retornó a su casa, a su hogar, para tranquilidad de los suyos. Aquél pequeño que temblaba junto a sus hermanos lo vio aparecer por el mismo camino que la noche antes se lo había llevado y la alegría llenó su corazón.

Hoy, 70 años después, me lo relata como si apenas hubieran pasado unos días, con la emoción en el rostro recordando aquella noche oscura, de miedo, de incertidumbre, donde los hombres del terror se llevaron a su padre.

Aquel niño es mi padre, mi abuelo fue el detenido y esta historia no es un cuento.
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