30 de diciembre de 2009

Feliz Año Nuevo 2010

Ya se acerca el nuevo año, repleto de buenos propósitos, sueños, esperanzas, intenciones e ilusiones y, también, incertidumbres.

Desde aquí les deseo todo lo mejor para este año y que me permita a mi, al menos, llegar como hoy a felicitarles otro más.

Como todos, tengo buenos propósitos, algún sueño, algunas esperanzas, varias intenciones, algunas ilusiones y ciertas incertidumbres depositadas en el nuevo año y espero poder compartirlas con todos ustedes a lo largo de los próximos doce meses.

Este es mi primer deseo; ojalá se cumpla.

Feliz Año Nuevo 2010

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22 de diciembre de 2009

Feliz Navidad


Que los días que llegan nos permitan disfrutar con los nuestros y de "lo nuestro".

Que los buenos momentos se prolonguen y nos hagan desear que se repitan.

Que la ilusión nos renueve el alma y volvamos a ser niños por un instante ( o más).

Y que la brisa de la felicidad nos roce los sentidos.

Para todos, para mi familia, para mis amigos de siempre, para los nuevos amigos blogueros, para mis compañeros de trabajo (¡¡¡Carmen, sí..para ti también !!!), para todos los que me visitan...


FELIZ NAVIDAD




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24 de noviembre de 2009

"El Pena"


Al leer “Adversidad ¿para qué?” en el blog de mi amigo Germán Gijón, he recordado una de esas fatalidades que ocurren en la vida de algunas personas y que marcan el destino de éstas, definitivamente, para bien o para mal.

“Sebastián ya rondaba los 60, o casi, cuando le conocí; era padre de una gran familia, humilde, de pueblo, honrada y trabajadora. Su ocupación: el campo, día y noche, invierno y verano, ganancias o pérdidas, siempre enredado entre semillas, surcos y cosechas.

Como la gran mayoría de sus paisanos, Sebastián tenía apodo, le conocían como “El Pena”. Siempre llamó mi atención porque su uso nunca me había parecido tan injustificado como en ese caso. Era un hombre alegre, "buena gente" y que silbaba y tarareaba desde el amanecer, todos los días de su vida. Te lo podías encontrar calle arriba, silbando alguna copla o cantando entre dientes y al llegar “a tu vera”, pararse y, con una amplia sonrisa, decirte “A las buenas, niña”. Nunca entendí, ni nadie supo explicarme, el por qué de su apodo y lo achaqué a la fina ironía andaluza que donde no quiere decir, dice y donde ignora, señala. Simplemente, me hacía gracia “ ¡qué simpáticos! ” –pensaba, mientras imaginaba al “listillo de turno” que se había entretenido en apodarlo y señalarlo justamente con la característica más ausente en su forma de ser.

Personalmente, mi relación con “El Pena” y su familia giró entorno a la amistad que nos unía a uno de sus hijos, el mayor, otro Sebastián. Esto me permitió visitar su casa, conocer a todos sus miembros, relacionarnos y abrir un vínculo de respeto y amistad.

Lo recuerdo y le veo de camino a sus labores. “ ¡Buenas tardes, Sebastián! ” –le decía, levantando la mano para regalarle un saludo. “Vaya con dios” –respondía sonriendo mientras continuaba su ruta.

A Sebastián “El Pena” un día le visitó “la adversidad”. No sé si fue por teléfono, si poco a poco, si de golpe, no lo supe, pero alguien le dio la noticia: “ha tenido un accidente”. En ese momento, su vida dio un giro de 180º y donde florecieron los sonidos de su silbido, la amplitud de su sonrisa y el eco sonoro de sus coplas, se instaló el silencio para siempre. Un hijo, uno de sus queridos hijos, había tenido un accidente laboral. Se había precipitado, mientras trabajaba, desde varias alturas de un edificio en construcción y la vida se le rompió en mil pedazos. Atrás, y para siempre, quedaban los planes de boda, los proyectos con su novia, los muebles que no llegarían nunca al recién e ilusionado piso en común. Atrás, y sepultados para siempre, su juventud, su color moreno, sus preciosos ojos verdes y aquella bonita sonrisa, heredada de su padre “El Pena”.

Demasiado duro para Sebastián que no supo, no encontró o, simplemente, no quiso encontrar un motivo para seguir. Las últimas notas que lo emocionaron y escucharon sus oídos, tan acostumbrados a sus silbos y tarareos, fue el repique de campanas que anunciaba el último adiós a su hijo y desde entonces, en su mundo, solo reinaron el silencio y una tristeza infinita.

Todos sus conocidos, un pueblo entero, comentaban con preocupación el estado de Sebastián. “No quiere salir, no va ni al campo”- decían unos. “No sale para nada, ni un rayito de sol”- comentaban otros. “Demasiada tristeza para este hombre, acabará con él” pensábamos todos.

Un año y poco más tarde, las campanas volvieron a sonar por y para Sebastián. Esta vez en su entierro; se había ido sin ruido, en silencio, devorado por la tristeza y consumido por “la pena”.

Como hombre querido y respetado dentro de una comunidad tan pequeña, su muerte fue muy comentada entre el vecindario y esta frase se elevó por encima de muchas otras: “Quién le pusoEl Pena, no imaginó por qué lo hacía”.

Y así, “por amor y de pena”, Sebastián se marchó, dejando atrás a una familia que tendría que aprender a vivir con las ausencias del hijo y del padre".

Hay adversidades difíciles de superar y no siempre se consigue reaccionar a tiempo, porque las lágrimas no dejan ver la luz al final del túnel o se perdió la última brizna de motivación para seguir adelante.

Recordando a Sebastián "El Pena" en su adversidad, reflexiono sobre esos otros "grandes problemas" que, a veces, decimos tener; esas menudencias que terminan por quitarnos el sueño; esos momentos pasajeros que nos empeñamos en pintar como eternos o esas circunstancias muy "circunstanciales" que no son definitivas y pienso que, en todos los casos, seríamos capaces de seguir silbando.

Hagámoslo entonces, silbemos, porque para el silencio siempre habrá tiempo y no hay ninguna prisa por llegar antes.
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19 de noviembre de 2009

Noviembre: mes de la Informática, te guste o no


A pesar del título de la entrada, esto no es un anuncio publicitario de una gran superficie; así ha sido este mes, dedicado a la informática “sin remedio”. Si lo recuerdan, empecé noviembre con un modem roto y la película que tuve que liar hasta conseguir su sustitución. Cuando logré solucionar el problema, pensaba que mi cuota de “aprender cosas”, relacionadas con esta materia, se había satisfecho por el momento. Pero, uno propone y Windows dispone.
El domingo en la noche estaba buscando un tutorial de fotos para hacer flores (cosas mías, manualidades, etc.) y, de pronto, la página no llegó a cargarse. No le puse mucho interés, porque estaba intentando copiar una técnica japonesa, pero, pasados unos minutos, me extrañó que la página no respondiera. “Vaya, estaba bloqueado”- pensé. Como por rutina toqué al mismo tiempo ctrl – alt – sup y no pasó nada. Efectivamente estaba “tostado”. No tenía más opción que reiniciarlo y así lo hice. Entró bien y dada la hora que era, decidí apagar e irme a la cama.
En la mañana, antes de salir hacia el trabajo, tengo por costumbre revisar el correo, así que mientras termino de prepararme, conecto el pc para que todo se vaya cargando. En cambio, esa mañana cuando pasé por la puerta de la habitación algo llamó mi atención -“Parece un mensaje”- dije desde lejos; me acerqué, leí y :

“No se ha iniciado windows porque el siguiente archivo falta o esta dañado: Windows\System32\Config\System”

“¿Cómooooooo?, ¡imposible!, al ordenador no le puede faltar eso, si antes lo tenía, porque yo no se lo he quitado. Y si está dañado ¿cómo se reparará?”- pensé.

JA…JA…..JA…..REQUETE-JA. Pero ¡qué bonita es la ignorancia!, sobre todo, al empezar el día.

Lo primero, tras apagar el pc y salir hacia el trabajo, fue buscar información. Para ello llevaba escrito el código del mensaje en un trocito de papel, para no olvidarme.
Vaya, vaya, la cosa no parece tan fácil”- pensaba mientras iba leyendo páginas especializadas o foros donde otros usuarios contaban que se habían encontrado con el mismo problema.
Se perfilaban dos opciones como las mejores: intentar recuperar a través del cd original de Windows y su consola de recuperación o bien, reinstalar el sistema operativo, a ser posible tras formatear el disco duro, con la pérdida de información que esto supone.
Me tomé mi tiempo para preguntarle a otras personas, más habituadas y preparadas sobre este tema, para saber su opinión y preferencia sobre las dos opciones que se daban. En todos los casos, más por sentido conservador que por convencimiento, me recomendaron intentarlo primero con el cd. Yo también pensaba que era lo mejor, para empezar.
Aquella misma tarde, con la inestimable ayuda de Luis desde el otro lado del hilo telefónico, comencé a intentar reparar el archivo dañado. No hubo forma, ni por activa, ni por pasiva; ninguno de los trucos o comandos que se mostraban en las ayudas parecían funcionar. Parece ser que cuando me vendieron este pc, el Windows que traía instalado no era el mismo que me vendieron, de hecho, el mío estaba impecablemente empaquetado, sin abrir, sin usar. Después de hacer varios intentos, dejé que la idea de “reinstalar” fuera entrando en mi cabeza. “Oh, oh…si yo nunca he reinstalado un Xp y mucho menos he formateado un disco ¡ay que follón!”-pensaba, pero al mismo tiempo me daba ánimos diciendo “Si otros lo hacen ¿por qué no vas a poder hacerlo? Tan difícil no será! ”. Ya no había tiempo, era tarde, mejor dejarlo para mañana, ahora ¡a dormir!.
Durante el día siguiente iba repasando los pasos que tenía que dar y el orden previsto. Lo primero, instalar Windows para poder acceder a la información del equipo. De esta manera, también podría acceder al disco duro externo, “limpiar” los archivos que no quisiera y tener más espacio. Después, tras recuperar la información del pc y copiarla en el disco duro externo, tendría que formatear el disco y, posteriormente, instalar Windows.
Y así lo hice aquella tarde, otra vez, con la ayuda telefónica de Luis (menuda paciencia la suya). La recuperación y limpieza de los archivos del disco duro externo se me hizo eterno, porque había sido un disco duro de un antiguo pc, al que reconvertí en externo (por aquello de ir reciclando). A las 12 y media de la noche, cuando ya tenía a salvo todo lo que quería guardar, Luis me preguntó “¿Te vas a acostar ya?” y le contesté “Aún no” . “Si quieres formatear ahora, te indico cómo”- dijo. “¿Ahora?”-pensé- “Si, sí, vale, ahora”.

¿Ahora, ahora, ahora? Tardó casi un minuto por tanto por ciento, de manera que me regalé 100 minutos de auténtica espera. Los aproveché para hacer dos broches que me habían encargado: uno de Winnie The Pooth y otro de Jack, de “Pesadillas antes de Navidad” (Esto es otra historia, algún día la contaré) .

02:17 a.m. : Terminó el formateo. Ahora hay que reinstalar Windows.

03:00 a.m. : Arrancó, encendió bien, entró y todo está donde debe estar, lo poco que hay ahora, claro. Me voy a la cama, estoy muerta.


Al día siguiente, por la tarde, al llegar de trabajar, me puse a instalar los drivers de la placa, del scanner, de la webcam, el antivirus, etc. Todo parecía ir bien, hasta que dejó de parecerlo. Cuando reiniciaba, no me pasaba de la pantalla donde muestra el logo de la placa madre. Todo lo que veía era ASUS y nada que hiciera me permitía pasar de esa pantalla. Tuve un ataque súbito de desánimo "¿Qué será esta vez?".
Luis, de nuevo, al teléfono. "Mete el cd del sistema operativo en el cd-rom y reinicia, intenta entrar desde el cd". Entró. "Ahora desinstala lo último que hayas metido, reinicia cada vez y luego vuelve a instalar todo". Pero nada, seguía dando problemas. Al final, Luis creyó que si iba "enchufando" de uno a uno todos los periféricos, averiguaríamos cuál de ellos estaba dando el problema. Conectando en puertos USB distintos, de uno en uno y reiniciando cada vez, el problema dejó de aparecer.
Ya en la noche, instalé el nuevo Internet Explorer y el messenger y para mi descanso, todo funcionó correctamente.

Aún quedan 11 días para acabar este mes; espero no tener que aprender nada más de "informática", al menos, hasta el mes que viene.

Puede que Noviembre haya sido el mes de la Informática, con "remedio o sin remedio", pero ya estoy saturada y necesito un scandisk y luego un standby, porque he reiniciado demasiadas veces mi "equipo".

Vuelvo a estar "operativa", pero me lo tomaré con tranquilidad, no vaya a ser que la que empiece a dar "errores" sea yo.
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12 de noviembre de 2009

Manos abiertas


Ayer, operaron a mi madre de un “supuesto” quiste que tenía en la parte superior de la mano, desde hace un montón de tiempo.

En principio, nada complicado, cirugía menor, anestesia local y de vuelta a casa, pero como la Seguridad Social está saturada, derivaron su caso a una clínica privada. Lo cierto es que “vivió” una de esas escenas de Tv Movie americana, de las que ponen los domingos en la sobremesa. La citaron, se presentó y le iban a adjudicar una habitación, la 312. Me imagino la cara de sorpresa que tendría “Pero, ingresarme ¿por qué? Si sólo vengo a que me quiten esto”. Así debe hacerse y así se hará. Ya en la habitación, donde tanto ella como mi padre estaban asombrados, le indican que tiene que quitarse toda la ropa y ponerse una bata de esas de “hospital”, muy tapadita por delante, pero con abertura trasera. Los pobres no daban con el truco, no entendían el sistema de cierre; mi madre se la había puesto al revés, de la manera que ella entendía como lógica, “lo de abrochar para adelante”. No bien habían dado con la tecla de la “extraña bata” cuando vinieron a buscarla; la sentaron en una silla de ruedas y dijo: “Pero mi niño, que sólo vengo a por lo de la mano, puedo ir caminando” y el celador le contesta “Son las normas, no se preocupe”. Mientras ella iba a quirófano, mi padre se quedó esperándola en la habitación.

Tras una hora, más o menos, regresó con su mano vendada, con un corte considerable y con las indicaciones que le había dado el cirujano. De vuelta a su ropa, con las aberturas “normales”, marcharon hacia su centro de salud para que su médico le pudiera recetar los medicamentos que el cirujano había dispuesto.

Me reuní con ellos de camino a la farmacia y me fueron comentando todos los pormenores de su “aventura” médica. “¡Qué bien está esa clínica!” “¡Me llevaron en una silla de ruedas, ¿te lo puedes creer?” “Me operaron en un quirófano, no como la otra vez que fue, directamente, en la consulta del cirujano”.

Luego, ya en casa, les expliqué que toda la “parafernalia” de una clínica privada se cobra y aunque para su intervención ni hacía falta que la ingresaran con habitación incluida, ni un quirófano, ni la silla de ruedas, todos estos conceptos iban a engrosar la facturita que tendría que pagar la Seguridad Social por este servicio.
Después, tras revisar los papeles que le habían dado, le expliqué muy bien cómo y cuando tenía que tomarse los medicamentos y aunque protestó por tener que tomar un analgésico, al final, la convencí.

Esta tarde he ido a hacerle la primera cura. Ya había que retirar el vendaje, lavar la herida y ponerle el antiséptico. Cuando le retiré el apósito, miró la herida, pero, sobre todo, movió sus dedos. Siempre ha sido fuerte como una mula, más de lo que debería, pero la edad no perdona y descubrí que tenía una intranquilidad. Como tuvieron que tocarle mucho y muy cerca de los tendones, estaba preocupada por si había perdido movilidad en los dedos. Los ha movido todos juntos, de uno en uno, se los ha tocado una y otra vez y, hasta que no ha quedado convencida que todo iba bien, no se levantó para lavarse la herida.
Mientras ella hacía todos esos movimientos, yo observaba sus manos. Siempre pensó que ese bulto se debía a tantas y tantas horas con la fregona en sus manos, creía que era consecuencia directa de la que fue su ocupación laboral y puede que estuviera en lo cierto, o no, porque hay que esperar a saber el resultado del análisis que le harán a lo que le han quitado.

Esas mismas manos que ahora necesitan ser cuidadas, nos han regalado todo lo bueno que han tenido y que han podido dar y lo seguirán haciendo hasta que les sea posible.

Mirándola, mientras movía sus dedos, he pensado que si tuviera que simbolizar a mi madre, con una imagen, sería la de unas manos abiertas, siempre dispuestas a dar, enseñar, trabajar o colaborar, unas manos fuertes y cálidas.

No me extraña nada que estuviera preocupada; sus manos son, para ella, la herramienta indispensable para transformar su realidad y hacer posibles sus sueños, pero sobre todo, han sido el elemento principal para poder luchar en la vida por nosotros, su familia.
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4 de noviembre de 2009

¡Help!, crónica de una avería


Dia 1, por la mañana:
Mamá, no hay internet”- me susurra mi hijo mientras intenta, en vano, que abra los ojos; lo sé, es tarde, pero sigo remoloneando en la cama, riéndome del despertador y diciéndole “Hoy gano yo”.
“¿Qué me está diciendo de internet, ni santo internet?, ¿qué no funciona?"- pienso, mientras voy tomando conciencia de mi entorno. “Igual es un problema de red” le digo.
“Que no, ¿no lo ves? Todas las luces están encendidas, fijas, menos la primera. Eso no le había ocurrido nunca” –comenta mi hijo.
“Oh, oh, creo que no tengo más remedio que salir de mi remanso de sábanas y almohadas y enfrentarme, sin protección “cafeínica”, al mundo del byte”- murmuro mientras saco un pie fuera de la cama. “A ver, déjame, seguro que es una tontería”.


“Cable de red desconectado”


“Muchacho, agáchate ahí detrás y comprueba que el cable está bien puesto, seguro que sin querer le dimos con el pie y se ha soltado un poco”- le digo.


Tras esta comprobación vinieron otras: reiniciar el pc, desenchufar y enchufar nuevamente, de uno en uno, todos a la vez, volver a reiniciar, resetear el modem , darle unos toquecitos, levantarlo, darle la vuelta, soplar por los agujeritos…..y al final, desesperación: “Niño, creo que esto está roto, habrá que llamar al servicio de atención al cliente”.

Día 1, después de almorzar:
“A ver, vamos a buscar el número de atención al cliente en una factura…¡me cachis! siempre me olvido que es un 902, no saben nada éstos, ¿por qué no me darán el servicio gratis como las llamadas a fijos?”- me pregunto al tiempo que voy marcando los números en el terminal.

Una voz metalizada responde a mi llamada:
“Ha llamado Ud. a Suphone, para contratar el canal de fútbol, pulse 1, para comprar la película de estreno, pulse 2, para cualquier otra cosa, ESPERE”.

Espero…

“Para garantizar el mejor de los servicios Suphone le recuerda que esta llamada será grabada”- me anuncia otra voz de metal. “Diga el motivo de su llamada” –continúa.

“No tengo internet”- digo sintiéndome totalmente estúpida, mientras pronuncio adecuadamente y elevando el tono de voz, como si el ordenador tuviera sordera congénita.

“Su llamada será atendida de manera personalizada”- agrega.

“¡Hombre, por fin nos vamos entendiendo! ¡Quiero un humano al otro lado, por favor!" y sin acabar de pensarlo:

“Suphone, le atiende Winston Edgar, ¿en qué puedo servirle?” – resuena un acento distinto detrás del auricular.

“Ah, hola, buenas tardes, verá, soy cliente de Suphone y desde esta mañana el modem para la conexión por cable no funciona o eso creo” – le explico.

Unos segundos de silencio, no se muy bien si debido a ciertas comprobaciones que deben realizar o si es por la diferencia “excesiva” de acentos y cadencias en el lenguaje que hacen que la comunicación sea, cuando menos, dificultosa.

“Para poder acceder a su ficha necesito que me confirme algunos datos, ¿está de acuerdo?"- pregunta.
“Si claro, pregunte”- contesto.
"¿Me puede indicar el número de su DNI?" - pregunta.
“Si, es el 43.___.___. contesto
"¿Es Ud. el titular de la cuenta?" - pregunta nuevamente.
“Claro, soy el titular”- contesto.
“Bien, Doña María, no cuelgue que voy a acceder a su cuenta. Un momento, por favor”.- agrega.


Unos instantes después.


“¿Doña María?”- pregunta.
“Sí, dígame”- contesto.
“Necesitamos hacer algunas comprobaciones ¿está Ud. delante del ordenador, Doña María?”-pregunta.
“Sí, sí, dígame”- contesto.
“¿Ha probado Ud. a reiniciar el equipo?-pregunta.
“Sí, lo he hecho varias veces”- contesto mientras me pregunto “¿es una broma?”.
“¿Puede comprobar que todas los cables están correctamente conectados?”-pregunta.
“Todo está perfecto, se lo aseguro”- contesto
“¿Puede indicarme qué luces tiene encendidas su modem y si parpadean?”- pregunta.
“Las tiene todas, excepto una y están fijas, no parpadean”- contesto, mirando de refilón al modem.
“Un momentito, Doña María, el sistema va a comprobar su línea de cabecera”- comenta.


Espero, otra vez.


“Doña María, efectivamente, su modem no funciona y como hace más de dos años que lo tiene, no le corresponde servicio de sustitución. Aún así, por ser cliente de Suphone, le ofrecemos obtener un router-wifi superchachidelparaguay de autoinstalación por el módico precio de 50 euros; por supuesto, incluiría servicio técnico, reparación o sustitución en caso de avería, bla, bla, bla, el tiempo máximo de entrega será de 10 días.”-
dice sin parar ni a respirar, ni una coma, ni un punto, nada.


“ ¿¿¿¿ 10 días ????” – pregunto casi con exclamación, porque como se le ocurra mirar que vivo en Tenerife a lo mejor la espera se alarga, por aquello de la distancia. “Y dígame ¿cómo puedo estar segura que la avería es del modem y no del cableado o del propio pc? ¿no hay posibilidad de que envíen un técnico?” .
“Espere un momento que consulto” – comenta.


Vuelta a esperar.


“Bien, Doña María, en el caso de que pida un router-wifi superchachidelparaguay y esté interesada en la visita de uno de nuestros técnicos, el coste del servicio sería de 90 euros: 50 por el router-wifi y 40 por la visita técnica”
“A ver, un momento, yo no tengo ninguna necesidad de wifi, no tengo equipos para eso, ¿no podría ofrecerme un modem normal?” – pregunto.
“Un momentito que consulto”- vuelve a decir.


Paciencia, María, paciencia.


“Doña María, el coste de un modem sería de 90 euros que más el coste de la visita del técnico se remontaría en 130 euros”- me cuenta.
“¿Me está Ud. diciendo que un modem normal cuesta 40 euros más que uno wifi?”- pregunto alucinada.
“Así es, Doña María”.
“Mire, caballero, ¿y sería posible que yo pudiera adquirir un modem en otro establecimiento y conectarlo?”- pregunta de ignorante del tema.
“Si, claro, Doña María. En ese caso, Ud. debería comprar un modem sólo de las siguientes marcas: SinThom, Motaloro o Cientificlan. Una vez lo haya adquirido tendría que llamar para proporcionarnos el Mac y así poderle dar de alta en nuestro sistema. En un plazo de 48 horas tendría “el alta” de su modem para poder navegar”- me explica.
“Oiga, pues siendo así voy a intentarlo por esta vía, porque necesito con urgencia la conexión y esperar 10 días se sale de todos mis márgenes. Ha sido Ud. muy amable, caballero.”- le digo.
“Muchas gracias, Doña María, ¿puedo ayudarle en algo más?”- insiste.
“No, gracias, eso era todo”- sentencio.

Cuelgo el teléfono con una sensación de “derrota” increíble. 10 días, decía, ¡¡¡¡¡¡10 DÍAS !!!!!!.

Día 1, tarde:
Llamo a mi hermana por teléfono: “Oye, ¿a ti no te cobraron nada, hace menos de dos meses, cuando el modem tuyo se murió, verdad?" – le pregunto.
“Fue tu cuñado quien se ocupó del asunto, pero no, nos cobraron nada. Vino el técnico y con solo ver que el modem era de los más viejos, lo cambió y listo”- me contesta.
“A mi me piden tanto por uno y me puede tardar hasta 10 días ¿te lo puedes creer?. Mira, voy a ver si la oficina de Suphone está abierta esta tarde y miro a ver si puedo gestionarlo de otra manera para que no tarde tanto. Nos vemos, hermanita.” – le cuento.

Hay suerte, la oficina está abierta. Una chica muy amable nos atiende. Le cuento el caso y, sobre todo, que me parece excesivo el tiempo de espera.

“¿Y si yo viniera a darme de alta, como nuevo cliente, cuantos días tardarían en la instalación?”- le pregunto.
“Dos días, 48 horas máximo, ése es el tiempo para un alta”- comenta.
“¿Verdad que no tiene mucho sentido? Yo que soy cliente “vieja”, de varios años, tengo que esperar un montón de días, en cambio para un alta nueva corren que se las pelan”- le comento.
“¿No hay ninguna forma de agilizar el tema, de poder adquirir ese modem en menos tiempo?”.
“Señora, lamentablemente no puedo ayudarla. La comunicación de averías se hace a través del número de atención al cliente y yo no tengo, ni potestad, ni trato alguno con el servicio técnico. Si estuviera interesada en adquirir un modem por su cuenta, aquí, en los alrededores, hay varias tiendas relacionadas, puede Ud. probar, pero dudo que encuentre alguno”-
me dice.
Tras escuchar todas las respuestas y aclaraciones de esta estupenda comercial, me dirigí a algunos establecimientos informáticos. La respuesta fue igual en todos los casos. “Ah, no, ese tipo de conexión es especial y no creo que pueda encontrar un modem de esas características a no ser que lo pida expresamente a su compañía”.


No me lo podía creer. Toda la tarde dando vueltas y me volvía a casa con las manos vacías y lo que es peor, pensando que no habría más solución que esperar.

Día 2:
Me lo estoy pensando, aún no sé qué hacer. Debería esperar a que regresara mi hermana y probar mi modem en su casa para estar segura de su avería. Si llamo a Suphone para pedir un router-wife superguaydelparaguay, quiero estar segura, al menos, que éste es el problema y no otro.

Día 3:
Llegué al trabajo, comenté lo del modem y un compañero dice “Oye, pregúntale a Fulanito que creo que su hermano trabaja en Suphone”. Los ojos se me abrieron de par en par. En cuanto le vi pasar, ataqué.
“Fulanito, me ha dicho Perenganito que tienes un hermano que trabaja en Suphone, ¿es verdad?"- le pregunto.
“Si, si, así es, María. ¿Pasó algo?”- me contesta.
“Bueno, mira, me pasó esto con el modem y bla, bla, bla, pero claro a mi me gustaría que antes de gastarme las “perras” alguien me dijera “sí, tienen razón, todas las luces encendidas y fijas en su modem, significa que está cascado” – le cuento.
“Ah, mira, ahora mismo llamamos a mi hermano y se lo preguntamos”- dice para mi alegría.
“Oye, hermano, tengo aquí a una compañera que tiene un problemita…..bla, bla, bla y le gustaría saber si eso indica que está roto o no. Si, vale. Que llame, cable. Si, si. Vale, se lo digo. Oye gracias, hasta luego”.- le escucho decir.
“María, mira, mi hermano dice que desconectes el modem de la corriente, llames otra vez y digas que no tienes internet, pero que no sabes lo que pasa, que solo parpadea la primera luz del modem y así te mandarán a un técnico como máximo en 48 horas desde tu llamada”- dice.
“Pero si ya había llamado antes. Lo sabrán, ¿no?” – pregunto, desconfiada.
“No, no pasa nada, tú llama y a ver qué pasa”- me comenta.

Un par de horas antes de salir del trabajo, llamé nuevamente. Conté lo que me habían dicho que contara y tras un poco de “es urgente, lo necesito para trabajar, no sé lo que pasa”, la operadora decidió formular un parte de incidencias para enviar un técnico.
Me encontraba ya fuera del trabajo cuando sonó mi teléfono.
“¿Doña María?, soy el técnico de Suphone, ¿sobre qué hora le vendría bien que me pasara por su domicilio para revisar su conexión?”- pregunta una voz de la tierra desde el otro lado del auricular.
“Pues cuando quiera, ya estoy llegando a casa, así que cuando le venga bien a Ud”. – le contestaba, mientras no me creía lo que estaba pasando.
Cuando por fin llegó el técnico a casa, pasó hacia el estudio y me preguntó: “¿Qué problemilla tiene?”.
“Que no funciona, no sé qué pasa, pero no funciona”- le dije, guardándome mucho de meter la pata.
“Es el modem, está cascado” – dijo sin despeinarse siquiera. Abrió una cajita que traía consigo, cambió un modem por otro nuevo, lo activó y “Eso es todo, ya tiene Ud. internet”.
Yo miraba a un lado y otro, esperando la “factura” por algún sitio, un “recibí”, un “algo”, pero no; aquel hombre se marchaba, sin llevarse siquiera el modem roto.
“Muchas gracias, no pensaba yo que esto se solucionaría tan rápido, gracias de verdad”- le dije, mientras lo acompañaba hasta la puerta.
“De nada y si tiene cualquier problema, no dude en llamar, que para eso estamos”- dijo mientras se alejaba escaleras abajo.
No me lo podía creer. Ni router-wifi superguaydelparaguay, ni 10 días de espera, ni autoinstalación, nada de nada.
Estoy contenta de volver a tener red, de estar conectada, de tener un modem nuevo, pero no dejo de sentirme “estafada” como cliente. Llevo casi una década siéndolo de Suphone, sólo una vez tuve que llamar por un problema de IP, pago religiosamente mis facturas, no me beneficio de las ofertas que lanzan para nuevos clientes (es algo curioso lo que ocurre con este asunto: si eres nuevo, tienes ventajas; si eres antiguo te aguantas con las condiciones que contrataste) y ¿para una vez que tengo un problema, me la intentan clavar y por la espalda?.

No lo comprendo. Creo que el tema de la telefonía y sus compañías ha llegado a un punto “enfermizo” en su carrera por vender, por hacer clientes dando la lata las veces que hagan falta aunque molesten, por intentar colártela como sea, por crear necesidades donde sólo hay aire, por todo.

Mi recomendación: si tienes algún problema con la conexión a internet, llama, da el parte, sin muchas explicaciones, diciendo sólo: “No sé lo que pasa, pero no tengo internet” . Si pones en peligro su “negocio”, atenderán al cliente. Si le das pistas por donde actuar, te la intentarán colar.

FIN DE LA CRÓNICA

NOTA: Lógicamente, “Suphone” es un nombre ficticio, pero podría tratarse de cualquier compañía.
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2 de noviembre de 2009

Thomson TCM420, descanse en paz


El router-modem del pc de casa "ha muerto" o eso parece.

Por éso estaré unos días de "baja actividad", sin poder contestar a mis comentaristas, ni poder serlo de otros blogs.

Hasta que el servicio técnico de mi proveedor de internet se persone en mi casa y traiga la "solución" bajo el brazo, pueden pasar varios días... o no, ésto nunca se sabe. Te dicen 48 horas y el tiempo es una variable "bastante relativa" depende de quién lo mida.

Pues eso, a todos pedirles disculpas si mis respuestas no llegan, si mis correos flojean o si mis comentarios no aparecen tan rápido como suelen hacerlo. No depende de mi, esta vez...no.

Un saludo a todos
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30 de octubre de 2009

Reeducar saludando


Si no lo digo, reviento y como hoy es viernes, si no lo saco, me fastidia el fin de semana.

Y es que… no puedo con las personas MALEDUCADAS, me superan.

Puede que alguien piense que estoy chapada a la antigua, pero por las mañanas, cuando sales de casa, o llegas a la parada del tranvía, o más tarde al trabajo, etc. hay que desear los “buenos días”. Es básico, te abre el espíritu, te reconcilia con la gente, te trae de vuelta a los sentidos que aún yacen aletargados bajo la luz del nuevo día.

¿Es tan difícil decirlo? Dos palabras: BUENOS DÍAS, solo dos palabras.

Claro que hay personas tan míseras para las que desear los buenos días, sin obtener nada a cambio, es poco menos que “negocio frustrado”. Pues no, no todo es negocio, ni todo se vende, ni todo se compra; hay cosas gratis que tienen mucho valor: un buen deseo, una expresión bonita, una dedicatoria personal o, incluso, colectiva, etc.

Ayer estaba decidida a “contraatacar” el mal con mi super herramienta, “paciencia infinita, vas a tener Buenos Días hasta que te canses”, pero hoy, al volver a ver ese gesto de superioridad, de altanería, de mirar por encima del hombro a todo el mundo, tuve un momento de ira interna” de los que bien pueden terminar en “¿tú estás tonta o qué te pasa?” a poco que no controles y que me hizo olvidarme de sacar mi herramienta y darle con ella un par de toquitos, a ver si, entre un día y otro, logramos que se reeduque.

Estoy convencida que mi parecer y el de cualquier persona que no le reporte “beneficio” le importa un comino, eso ya lo tenemos claro, pero se ha olvidado de un detallito sin importancia, la que está fuera de onda no soy yo, la maleducada es otra ¿sabes a quién me refiero, verdad?.

No creo que la supuesta culpable de mi “momento negro del día” pase por aquí a leerlo; es posible hasta que piense que no sé escribir, jejeje, pero no me importaría que lo hiciera, que viniera, que leyera, que supiera que el lunes, sin falta, va a ser torpeada por una oleada de “buenos días, ¿qué tal?...¿a comer?..hasta luego, que descanses, que tengas buena tarde, hasta mañana, etc.” y así podría comprender el por qué alguien, con quien no “había cruzado ni un saludo”, la saluda, le pregunta de “buenas maneras”.

Ojalá hoy pudiera dedicarte “Que tengas un buen fin de semana”, pero no, no te has puesto a tiro y mira que lo tengo ensayado, eh?. Hubiera sido el principio de un cambio, de “lavado de cerebro”, de un “martilleo constante y permanente”, de demostrarte con el ejemplo que hoy eres una MALEDUCADA, pero se puede corregir con un poco de tu parte .¿Eres alérgica a la humildad?..vaya, pues te va a costar un poco más, pero no nos desanimemos, aún no lo sabes, pero el lunes, si todo va bien, vas a desayunar ración doble de Buenos Días y si te pones flamenca, otra de “Buenos Días, para la señoritaaaaaaa” y así hasta que caigas y lo digas. Aún no lo sabes, pero por un Buenos Días no me canso de esperar.

Para todos los demás, BUEN FIN DE SEMANA.

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26 de octubre de 2009

Un año de Blogear por Blogear


Hoy, 26 de Octubre, Blogear por Blogear cumple su primer año.

Cuando aquel domingo me dispuse a escribir “Cuando el orgullo se hace nombre”, para dedicarle a mi hijo mi primera entrada, no imaginé que este blog pasaría a formar parte de mi vida cotidiana como una tarea y diversión que ocupa y consume parte de mi tiempo.

Muchos han sido los “amigos” que he logrado a través de su participación en este blog y que han conseguido que participe en los suyos . Pero muchos más han sido los que me han visitado, como puedo comprobar a través del mapa de visitas.

Especialmente, tengo muchas visitas desde México, desde aquí mi saludo para todos. También son numerosas las que me llegan de Argentina, EEUU, Chile y Colombia. Creo que de casi todos los países de América han llegado a mi página. Como no, desde España; de los cuatro puntos cardinales, de norte a sur y de este a oeste, de donde han surgido maravillosos comentaristas “y mejores personas”. Algunas visitas llegaron de lugares insospechados y aún me pregunto qué pudo atraerles hacia este blog.

Gracias a todos, porque han conseguido superar las 12 mil visitas en un año. Para mí significa mucho, aunque sea una cifra muy modesta, pero dado el contenido de mi blog, sin grandes temas actuales, sin reclamos publicitarios, sin pretensiones, no está nada mal.

Mantener esta ventanita abierta al mundo, donde tantas ventanas hay, no solo me ha permitido interactuar con otras personas, sino satisfacer parte de mis ansias de aprender. He luchado con códigos html, he tenido que bucear en otras páginas hasta dar con el dato preciso, he leído cosas interesantísimas en otros blogs y he llegado a entender que tan importante es montarse en el tren de la conectividad, de la web 2.0.

Espero poder seguir alimentándolo con mis posts, algunos más interesantes que otros, pero siempre desde la humildad con la que lo he intentado desde el primer día.

Una vez más, GRACIAS, sin todos ustedes hoy no estaría apagando la velita y formulando mi deseo.
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22 de octubre de 2009

Un mapa con mucha tela


Desde hace algunos años, la palabra “reciclar” ha entrado en nuestras vidas como si fuera una idea nueva. En realidad, siempre se ha reciclado, pero no seleccionando de la manera actual, depositando en contenedores específicos nuestros desechos, sino dándoles nuevos usos o aplicaciones a cosas que, bien por desgaste o rotura, dejaban de cumplir su función original.

Tal vez, por la sociedad que nos ha tocado vivir, donde el consumismo no nos ha dejado aprender a reutilizar cosas que desechamos, casi, con alegría, el concepto “reciclar” ha tomado una nueva dimensión; divertirnos, innovar y compartir nuevos usos con materiales que pueden volver a tener una utilidad, aunque debería contener otros compromisos como generar menos desechos, ahorrar recursos y adecuar nuestros hábitos a formas menos derrochadoras.

Volver la mirada atrás, compartir viejas historias con nuestros mayores o aprender técnicas casi olvidadas sería un buen ejercicio para devolverle “vida” a lo que creemos “muerto”.



UN MAPA MÁS QUE FAMILIAR


El “mapa” que consta en los anales de mi familia tiene una historia con mucha "tela", pero ni se trata de un estupendo árbol genealógico, ni un esquema genético de relevancia; el “mapa” era el pantalón de trabajo de mi padre. Así lo llamaban ellos, con cierta ironía encubierta, en esos tiempos, donde "reciclar" no era una “moda”, sino una necesidad. Ese pantalón iba impecablemente cosido al trabajo y volvía con un nuevo roto. Mi madre, siempre hábil con la aguja, buscaba entre sus retales y recomponía la prenda, una y otra vez. Rescataba tejidos parecidos, de similar color, que lo mismo procedían de los antiguos y preciados sacos de azúcar, que de alguna otra prenda menos afortunada, pero terminó siendo lo que fue: un verdadero “mapa”. Había que arreglarlo como fuera, porque no había más y el otro, el de los domingos y fiestas de guardar, era para eso, para guardar, por si acaso se ofreciera.


Mi padre (con sombrero) y sus compañeros "geógrafos"
con mapas similares en sus pantalones


No es extraño que mi madre se escandalice cuando ve que hay pantalones que se compran “rotos” y por un precio nada despreciable. O que prefieran llevar los bajos arrastrando por el suelo, deshilando el tejido. “Estas modas nuevas no van conmigo” – dice mientras nos explica que mi abuela paterna siempre decía que en una casa nunca podía faltar una aguja y una bobina de hilo, porque era más feo ver a los niños con los tirantes colgando que con un botón de otro color. “Y hoy, casi nadie sabe coger una aguja, se rompe, se tira y se compra nuevo”- sentencia con disgusto.

De viejo se hacía nuevo” – nos cuenta. “No teníamos basura, porque todo se usaba: los pocos restos de comida, para los animales; si encontrabas un clavo torcido, lo guardabas; la ropa siempre tenía más usos; no generábamos basura. Con lo que tiran hoy en día, hubiéramos sido “ricos” en aquellos tiempos. Eso sí, unos podían estar un poco mejor que otros, pero todos éramos pobres, con las mismas dificultades, y no había diferencias entre tus vecinos y tú”.

No me canso de escucharlos contar sus historias, de lo que vivieron e ingeniaban y alguna vez le he preguntado a mi madre:


Mamá, cuando eras una niña e intentabas montar en aquel burro que jamás consiguió llevarte a la escuela ¿te imaginabas que tu vida pudiera cambiar tanto en tan poco tiempo? Que tuvieras carnet de conducir y coche, grifos de agua corriente por toda la casa, un microondas que calienta sin ir a buscar leña al monte, lavadora, nevera, un teléfono móvil, televisión digital.”


Y me contesta:


Cuando era niña y no tan niña, soñaba con tener un cuarto de baño, con una ducha, que me permitiera sentir caer el agua de la cabeza a los pies, por eso “inventé” mi primera alcachofa de ducha con una lata de sardinas agujereada colocada en un extremo de una caña, que a su vez conecté a un barril de agua que, primero tenía que ir a llenarlo a la fuente, traerlo a casa cargándolo en la cabeza y luego subirlo al muro del retrete para que tuviera presión, pero fue un invento maravilloso”.



De novios, mi padre con su traje de "guardar" y mi madre, antes de inventar su "ducha".

Ante estas palabras, estas historias de “reciclado ingenioso”...me quedo muda, mirándola y pensando. Sólo 8 años antes de mi nacimiento, inventó su ducha y yo no he vivido nada de lo que me cuenta, porque cuando llegué a casa ya había nevera, lavadora, televisión y “un cuarto de baño”.

Si ellos pudieron hacerlo por “necesidad”, ¿podríamos intentarlo aunque sea por “moda”, no?



P.D. : Josep Julián, queda desvelado el misterio del "mapa" de la familia, como verás tenía mucha tela y mucho reciclaje. Gracias a tu último post, recordé esta pequeña historia de cuando la vida era otra cosa, lo de "usar y tirar" no se estilaba y "all-in-one" sonaba a canción de Sinatra.


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16 de octubre de 2009

La silla de pensar


Hace unos días, una amiga de la familia y madre de dos niños, comentaba acerca del pequeño, recién incorporado a la vida escolar, lo siguiente:

“En cuanto pueda le voy a comprar a mi niño una “silla de pensar” como la que tienen en el cole, ¿verdad, Ángel?”.

Yo conocí lo que era una “silla de pensar” hace un par de años, cuando una amiga, profesora de preescolar, me comentaba que ahora no se puede decir “estás castigado” cuando un crío hace algo que no está bien. La palabra “castigo” es tabú. En su lugar se usa la “silla de pensar” que, además de ser una silla convencional, es un lugar de reflexión, donde los niños tienen que ir a meditar sobre la mala conducta que han tenido.

Comparando el sistema “educativo” (referido al comportamiento, no a los conocimientos) de ayer y de hoy, desde luego, nadie podrá decir que no son infinitamente opuestos. Una muestra o recordatorio “light” de lo que era, en tiempos pasados, lo podemos ver en el nuevo reality de Antena 3, "
El curso del 63",donde un grupo de adolescentes, de ahora, intentan adaptarse a las normas de ayer y hay que ver la cantidad de lágrimas y mocos que llevan derramados, porque aceptar, de repente, una disciplina de ese calibre, cuando no la habían visto así ni en pintura, les está pasando factura y de las gordas.

Tampoco se trata de volver a aquellos tiempos, pero lo de la “silla de pensar” me supera, desde cualquier punto que lo mire. A la temprana edad de 3, 4 o 5 años a la que pertenecen los niños de preescolar, lo de la reflexión parece que queda demasiado grande, lo suyo debería ser jugar. Yo no recuerdo haberme puesto a reflexionar cuando, en realidad, me estaban privando de “lo que fuera”, más bien rumiaba sin que me oyeran “lo cruel que es este mundo, nadie me entiende, nadie me quiere”. De hecho, aún conservo mi primer oso de peluche que era mi “refugio” particular para cuando las cosas se ponían feas; cogía a mi “osito” (nunca le puse nombre) y me metía debajo de la cama de mis padres como si, ese espacio reducido y de obligada posición horizontal, fuera un bunker a prueba de “regañinas” y le contaba lo desgraciadísima que era y lo poco que me entendían, "si yo no quise romper los huevos, solo tiré del cartón para ver lo que era y ...se cayeron".
Me imagino a un niño cualquiera que, después de tirar los lápices de colores porque no le gusta pintar, sobre todo porque tiene 3 años y aún no ha decidido si quiere hacer Bellas Artes, se encontrara “reflexionando” en la silla en cuestión:

“Ah..¿si?. Entonces cuando no quiera hacer algo, solo tengo que tirar los lápices y me mandarán aquí y NO lo hago.”

¡Qué bien! Ha dado resultado, el niño “ha pensado” algo.

Y encima parece ser que el origen de la "silla de pensar” es de lo más alejado a lo que se ha convertido: un castigo con otro nombre. Según un artículo publicado en la revista “Encuentro educativo”, este espacio fue creado para PENSAR, donde los niños pudieran recapacitar, reflexionar, sacar ideas sobre cualquier asunto que estuvieran tratando en la clase y no como un rincón donde te mandan cuando has sido malo.

Lo pueden llamar como quieran, lo pueden pintar de rosa si quieren, pero este espacio de “aburrimiento” no deja de ser lo que es, lo mismo que era para nosotros que nos pusieran mirando a la pared o nos sacaran de la clase si habíamos hecho algo mal. Eso sí, de cara a la galería, a la tontería tan grande que nos invade hoy, a ese ridículo de lo “políticamente” correcto, queda muy bien que, en lugar de usar la palabra castigo, se diga “silla de pensar”.

Lo triste es que PENSAR, para estos niños, estará relacionado siempre con CASTIGO.

Y si no, para muestra un botón. En un foro de la página “Crianza Natural” encontré el siguiente
comentario hecho por una de sus lectoras:

"Una tía mía ha sido abuela de un precioso niño adoptado hace poco. Tiene casi 3 años.
Situación: el peque quiere jugar con la pelota en el pasillo de casa. Le pide a su abuela que quite el jarrón que tiene, de porcelana, del medio del pasillo.
Mi tía le contesta: 'Muy bien, ¿al nene no le gusta romper cosas, verdad?'
Contestación: 'No, al nene no le gusta pensar..."


Cuidadito con lo que enseñamos.


Me pregunto cuántos lápices tiró “El pensador” de Rodin para verse anclado hasta la eternidad a una “silla de pensar”.



Si pensar es un castigo, quiero cadena perpetua.
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7 de octubre de 2009

Buenos días, Sol...


Cada día, al levantarme, me asomo a la ventana para saludar al sol. Nunca lo he considerado como algo espiritual, es más bien una manía, de las que no molestan a nadie, y porque tengo la gran suerte de poder disfrutar de la vista de un trocito de mar, encajonado entre los márgenes de los edificios que me rodean, pero que se extiende hasta el horizonte.

A lo mejor alguien puede pensar “¡Caramba, María, si vives en una isla ¿cómo es que lo consideras una suerte?¡”, en realidad es así. Vivo en la parte alta de la ciudad, en un tercer piso, altura suficiente para salvar otras edificaciones, porque aquí todo es pendiente, y una de mis ventanas está orientada al noroeste, lo que se traduce en “al fondo, el mar; a la izquierda y por encima de las azoteas, un trozo de la cordillera de Anaga y a la izquierda, y en días muy claros, el perfil de la isla vecina, Gran Canaria, asomando tras las antenas del edificio vecino".

Y es una suerte enorme, porque dentro de una ciudad, por muy cerca del mar que te encuentres, los edificios, las calles, las plazas y los parques hacen que sea muy difícil tener “vistas” a algo que no sea cemento, y aunque el aire pueda traerte efluvios del mar que te baña, sólo puedes intuirlo, sin verlo. Soy afortunada, porque tengo un trocito de mar para el deleite de mi vista y el resto de mis sentidos, allá al fondo, hasta donde el océano y el cielo se besan.

Durante este mes y hasta que el cambio horario se produzca, puedo contemplar, cada día, un espectáculo maravilloso. El sol, vestido de color naranja intenso o de amarillo luminoso, comienza a desperezarse tras el horizonte. En pocos minutos todo va cambiando, las nubes, el mar, el cielo. Su redondez lumínica lo inunda todo, sin que sea posible mantener los ojos clavados, durante mucho tiempo, en el paisaje que me brinda. Me retiro un poco y vuelvo a mirar y, como por arte de magia, el escenario ha cambiado; ahora su presencia es más altiva y, sin dudar ni un segundo, levanta su esfera hacia el reino de los cielos. Abajo, el mar, espejo de su alma, refleja su luz, creando un río brillante, que se mantiene durante algunos minutos sobre la superficie del agua, marcando un camino iluminado que me invita a dar los primeros pasos hacia el nuevo día. Es un momento mágico, lleno de luz recién estrenada.

Apenas son unos minutos, pero consiguen que olvide lo que me rodea y no es poco. Allá abajo, cerca de la costa, Las Torres, dos rascacielos que han pasado a formar parte del paisaje urbano hace poco, que serán “puro glamour” pero han fastidiado las vistas. Entre torre y torre diviso el Auditorio de Tenerife, diseñado por Santiago Calatrava con su peculiar estilo y que se ha convertido en una de las imágenes más representativas de la ciudad. En la parte central, las chimeneas de la refinería, la primera que tuvo España y que data de 1930; el crecimiento de la población y la expansión de la construcción han conseguido que su enclave forme parte del entramado urbano, con todo lo que ello implica. Un poco más a la derecha, está el Palmetum; hoy es una montañita ganada al mar, repleta de vegetación, pero esconde en su seno lo que fue el vertedero municipal, clausurado hace 25 años y conocido popularmente como “el lazareto”. Apenas puedo ver un trocito del Parque Marítimo César Manrique, único lugar donde los ciudadanos pueden disfrutar del mar en una ciudad que, a base de agrandar su puerto, le dio la espalda al océano. Todas estas cosas se encuentran en la zona llamada Cabo-Llanos, lugar hacia donde se ha expandido la ciudad y que, tras ser un rincón de gente humilde y trabajadora, ha pasado a convertirse en centro económico y funcional de la capital. El resto de lo que veo son edificios y azoteas de los barrios que se extienden desde la costa hasta mi ubicación, aquí arriba, en “las afueras”.

Así es la realidad

No soy ajena a mi entorno, conozco y reconozco lo que veo, soy consciente, pero en esos minutos, donde mi alma se recrea saludando al nuevo día, no hay más realidad que la que siento: un verdadero espectáculo de la vida, donde el sol, el mar y yo somos los protagonistas.


Buenos días, Sol... que la luz te acompañe (y no me dejes a oscuras).
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6 de octubre de 2009

Chilipú, más que un cuento


Hay cuentos y cuentos pero aquellos que fueron compañeros de almohada, cuando aún no alcanzabas a subirte bien a la cama, se recuerdan de una manera especial.
Mi padre no nos leía cuentos, se los inventaba y cada noche, durante un buen rato, nos deleitaba con la narración del que hubiéramos elegido.

El cuento del “Perrito Chilipú” está a punto de cumplir 50 años, y por ser de tradición oral, ha tenido varias versiones, pero todas con la misma esencia. Lo inventó mi padre para mi hermana mayor. Pasados los años fui yo la que lo escuchaba ensimismada en la historia y luego mi hermana menor. Entre una y otra pasaron 15 años. Más tarde, fue narrado para mis sobrinos, hoy con 25 años, y luego para mi hijo, que ya tiene 16. Espero que también mi pequeño sobrino Guillermo pueda disfrutar de la voz de su abuelo, que entre mantas y almohadas, le cuente:

“El perrito Chulipú vivía con su amigo, el Niño, en un pueblecito cercano al bosque. Chilipú era muy travieso y le encantaba correr y correr hasta desaparecer bajo los matorrales y árboles viejos que marcaban el principio del bosque.

Un día, Chulipú no aparecía. El Niño gritaba su nombre, por aquí, por allá, pero el perrito no daba señales, ni un lejano aullido.

-¿Ha visto Ud. a Chilipú, mi perrito?- preguntaba el Niño a cualquiera que encontrara en el camino.

-No- era la respuesta de todos.

- ¡Chilipú, Chilipú!- gritaba una y otra vez el Niño, pero el perrito no aparecía.

El Niño, cansado y triste, al llegar la noche regresó a su casa y entre lágrimas dejó que la luna se paseara por el firmamento hasta que las primeras luces se asomaron por el horizonte.

-¿Dónde estará Chilipú?- se decía mientras observaba por la ventana el camino por el que el día anterior su perrito corría, como siempre, y donde no volvió.

Una amarga tristeza se apoderó del Niño; no podía comer, no podía dormir, sólo pensaba en su perro ¿dónde estaría?.

Mientras tanto, en lo más interno del bosque, un leñador hacía su trabajo, talando las ramas secas y transformándolas en lo que alimentaría las chimeneas del pueblo cuando el frío, ya tan cercano, hiciera su aparición.

Tras el ruido que su hacha hacía entre golpe y golpe, le pareció escuchar un gemido lejano.
-¿Qué será eso?- se preguntó, pero al dejar de escucharlo siguió con su faena.

Un rato más tarde, el gemido se hizo más intenso y lastimero. El leñador dejó su hacha sobre la madera talada y guiándose por su oído se adentró un poco más lejos para encontrar el origen de aquél sonido.

Acurrucado entre unos matorrales y el tronco hueco de un árbol, el leñador encontró a un perrito. ¡Qué bonito era!

-Pero ¿qué te pasa, criatura? ¿por qué gimes de esa manera?- le decía el leñador mientras lo observaba para saber qué le ocurría.

El perrito comenzó a lamerse una de sus patas y el leñador comprobó que tenía clavada una gran astilla de madera, que le impedía moverse.

-Vaya, vaya, has estado correteando por el bosque y te has clavado una astilla. No te preocupes, te la sacaré enseguida y ya verás como todo pasa.

Y así, el leñador sacó la astilla de la pata del perrito y lo llevó hasta donde su hacha y su leña esperaban. Le dio agua y le dijo que debía seguir trabajando, pero que en cuanto acabaran se irían a casa. El perrito se quedó tumbado, esperando y mirando fijamente lo que su “salvador” estaba haciendo.

El Niño no había querido moverse del camino durante todo el día, ya atardecía y aunque su madre lo llamara una y otra vez, se negaba a abandonar el lugar por donde sus esperanzas le decían que Chilipú regresaría.

El sol ya se había escondido tras las lejanas montañas y apenas una tenue claridad mantenía el cielo iluminado, cuando a lo lejos, el Niño escuchó:
¡Guauu, guauu, guauuu!

No se lo podía creer ¿sería su Chilipú?, de verdad ¿podía ser su querido amigo?. Y antes de poder reaccionar, del fondo del bosque apareció la silueta del leñador con Chilipú en los brazos.

¡Chilipú, Chilipú!- gritaba el Niño con lágrimas en los ojos y el corazón en un puño al tiempo que corría por el sendero hasta su encuentro -¡Chilipú ¿dónde has estado?, ¿por qué no volviste a casa?.

El leñador le explicó cómo lo había encontrado y qué le había ocurrido. El Niño le agradeció sus atenciones y los cuidados dados a su perrito y con él en los brazos se dirigió a casa.

¡Chilipú, no vuelvas a alejarte sólo, eres muy pequeño y si te pasara algo no podrías regresar a casa y yo sin ti....!.

El perrito al ver a su amigo tan triste, lameteo su mejilla y movió el rabito en señal de alegría.

Chilipú y el Niño nunca más se separaron y

Colorín, colorado, este cuento se ha acabado."

Hoy, al tiempo que intentaba recordar los detalles de este cuento y plasmarlo como nunca antes se había hecho, he rememorado las imágenes que esta narración creaban en mi pensamiento cuando mi padre, mi Cuentacuentos particular, me contagiaba con la magia de su voz y he vuelto a ser la niña que, entre sábanas y mantas, esperaba con ansias el regreso de Chilipú.
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30 de septiembre de 2009

Luces de artificio


Cuando regresaba esta noche a casa "tropecé" con una vecina que, un tanto malhumorada, me dijo:

¡Tantas fiestas, tantas fiestas, con la crisis que tenemos!.

Ni siquiera tuve tiempo de reflexionar sobre qué asunto se refería porque el estruendo de los fuegos artificiales me hicieron tomar conciencia del “problema”.

Lo cierto es que llevaba caminando un ratito y no me había percatado de las fiestas que se celebraban en algún barrio de mi capital; ni las luces, ni el ruido habían logrado sacarme de mi rutinario paseo.

Mientras subía las escaleras, la frase que había pronunciado mi vecina volvió a mi : “...con la crisis que tenemos” y me dije “para el caso que les hacemos” . Por supuesto me refería a los fuegos artificiales, porque de la crisis todos tenemos algo que decir.

¿Quién no recuerda cuando niño la atracción que nos producía el ruido y los fulgurantes colores de los fuegos artificiales en las fiestas mayores de nuestros pueblos o ciudades?. Todos nos hemos sentido atraídos por esa luz colorida, de súbita aparición y débil permanencia. Palmeras de colores centelleantes que parecían hacerse dueñas del firmamento y que nos hacían girar la cabeza allá donde estuviéramos y elevar la mirada hacia lo alto, boquiabiertos y sorprendidos hasta que la traca final ponía el broche ruidoso al show lumínico.

El momento apoteósico de cualquier fiesta grande concluía con, un mayor o menor, espectáculo pirotécnico, según el municipio, la importancia del festejo y, como no, la dotación económica de la Comisión de Fiestas.

En el resto de eventos festivos, sólo los cohetes o voladores hacían su aparición, anunciando con su explosión y rastro de pólvora que las celebraciones habían empezado, lo mismo en la cabecera de la procesión del santo festejado, como en el comienzo y desenlace de la elección de la reina de las fiestas.

Hoy en día hay más variedad, pero también más cantidad y a no ser que unos ojos nuevos, recién estrenados, los vean por primera vez, ya no nos causan tanta admiración como antes, porque en cada rincón, cada barrio, cada evento, ya sea la despedida de un gran crucero o la inauguración de una plaza, hay fuegos de artificio y la traca final sólo consigue hacernos subir el volumen del televisor.

A fuerza de llenar el cielo de luces de colores, hemos terminado por no mirar hacia arriba.

Desconozco el precio de una sesión pirotécnica “discreta”, pero no es extraño que personas humildes, como mi vecina, se pregunten si con los tiempos que corren, donde tantas necesidades hay, sea tan “forzoso” llenar la bóveda celeste de segundos luminosos y humo para el deleite ¿de quién? en unas fiestas vecinales, cuando con un manojo de voladores hubiera sido más que suficiente.

Son muchísimas las veces que el sentido común choca de frente con los intereses “políticamente” correctos y cuando aquél te dice “aprieta el cinturón”, los otros dicen “una fiesta, un baile, unos fuegos de artificio y serán felices”.

Luces, ruido y humo que se desvanece, nada más, mientras muchos se preguntan si mañana cambiará su suerte.
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