31 de agosto de 2009

Al kiosco


Apenas hemos guardado los últimos vestigios de nuestras “bien merecidas” vacaciones cuando volvemos a odiar ese pitido digital, que nos despierta cada mañana, anunciando la hora del comienzo de nuestro show.

Volver a coger carrerilla, ponerse las pilas, estar atentos, despiertos, con todos los sensores a punto no es tarea fácil tras haber disfrutado de unos días de descanso, olvidándonos de este estrés que o bien acaba con nosotros o nos pasará factura más pronto que tarde.

Hay que volver a organizar horarios, niños, colegios, trabajo, actividades, comidas, ropa, visitas médicas y un sin fin de tareas que hemos descontrolado en esos días de asueto.

Sin duda alguna, Septiembre es un mes complicado para muchos, donde el factor tiempo juega un papel primordial y donde cinco minutos pueden marcar la diferencia entre llegar a tiempo o llegar tarde.

Pero no todo es negativo. Al parecer, estos días de descanso nos han recargado las baterías y, en el fondo, nos vemos capaces de realizar todo eso y mucho más, incluidos los “nuevos propósitos” para este “nuevo curso”.

Así deben pensarlo los responsables de las distintas editoriales que cada año, al finalizar las vacaciones, nos bombardean con nuevos e “¿ interesantes ?” fascículos de casi todo: casas de muñecas, relojes del mundo, coches en miniatura, punto de cruz, el barco de tus sueños, abanicos con arte, aprende inglés, alemán, francés o chino, etc.

Que levante la mano quien no tiene, al menos, el nº 1 de alguno de estos fascículos en su estantería, aquél que por un precio módico no solo te abrió las puertas a una nueva actividad “relajante”, sino que además te regalaba las dos o tres primeras piezas de la colección. Eso sí, el número de personas que realmente se “enganchan” definitivamente es muchísimo menor, no sólo porque el precio aumenta en las sucesivas entregas y por lo difícil que, a veces, se hace para conseguir el numerito del mes, sino porque perdemos interés, pero eso también lo saben las editoriales que sólo publicarán una cantidad mayor de los primeros fascículos, rentabilizando, seguramente, el lanzamiento completo.

Y yo me pregunto con todo lo que se cuece en septiembre ¿quién tiene tiempo para dedicarse a hacer maquetas? ¿por qué ahora nos venden la “idea” y no en pleno noviembre, con el frío, la casa calentita y el sofá?. Sin duda juegan con nuestras baterías recién cargadas y con los nuevos propósitos que cada año, al empezar el curso, nos hacemos: “este año aprenderé algo, estaré más en casa, intentaré relajarme, me lo tomaré con más calma”, no en vano, aún nos queda otro año por delante para volver a decir
“Por fin, VACACIONES”.

Tal y como están las cosas a lo mejor me animo a hacer un cursillo de “Hazte un huerto en tu balcón” y, al menos, los tomates terminarán en mi ensalada y no en una estantería, olvidados y desparejados, como los hilos del último cuadro de punto gobelino que llevan más de una década esperando a que “me de el punto”.
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14 de agosto de 2009

Lo que tiene mi barrio


Uno de los privilegios que tiene estar de vacaciones es poder pasear por tu barrio en diferentes horas y momentos, cosa que no puedes hacer mientras trabajas.

El movimiento de un barrio, de una ciudad o un pueblo, es distinto según va pasando el día, porque los objetivos y tareas son diferentes según sea una hora u otra.

Por las mañanas está el tránsito habitual de quienes salen a hacer la compra, visitan al médico, acuden a comprar el pan o el periódico. Es un movimiento ligero y activo.

Durante las horas del mediodía, están los que llegan a casa a comer, aquel niño solitario que se empeña en jugar al sol y poco más, porque el resto parece haber desaparecido. Apenas hay ajetreo.

La tarde nos trae el ruido de los niños jugando, sus risas y gritos, los paseantes que recorren los mismos caminos a diario para “no perder la forma”, los que salen con sus perros y los que, definitivamente, han acabado su jornada laboral y regresan a su casa. También es momento para los grupos que se apiñan en cualquier esquina o en el banco del parque para charlar animosamente de lo que ha sido su acontecer. Durante estas horas la gente se mueve a un ritmo más pausado, pero es un río constante que no cesa hasta bien entrada la noche.

A mí me encanta fijarme en la gente, ver cómo se mueven, cómo dan sus pasos y en qué gastan sus horas por lo que aprovecho, estos días, para hacerlo con más tranquilidad y llenarme de imágenes.

La última que me ha hecho sonreír es la de un vecino del barrio. Lo conozco desde que era niña y aunque suelo verlo a menudo, nunca antes me había percatado de un sutil detalle: su indumentaria.

Durante los días de invierno apenas llego a verle la cara, enfundado en su abrigo con capucha, tanto si hace frío como si no. Nos damos las buenas noches y cada cual pasa al lado del otro en sentido contrario; él hacia su casa, yo hacia la mía.

Pero en estas jornadas veraniegas, lo he podido ver más a menudo y no he podido dejar de fijarme en sus camisas. Son alegres, de inmenso colorido, lo mismo del tipo hawaianas que con dibujos enigmáticos. Cada día una distinta. Me pregunto dónde se podrán conseguir tantas camisas diferentes pero con ese punto “playero” al mismo tiempo. Y no es que tenga mal gusto, porque siempre combina el color de sus bermudas con los de sus camisas. ¡Tremendas camisas!


Me recuerdan a las corbatas de Carrascal, aquel presentador de noticias que cada día nos invitaba “al filo de la medianoche”.
Eso sí, nadie podrá decir que el “Carrascal” de mi barrio no es el abuelo más veraniego de todos estos contornos.
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7 de agosto de 2009

Destino: staycation


Hoy empiezan mis vacaciones anuales y es posible que el blog también tenga un movimiento distinto.
Algunos días pasaré más seguido, otros me perderé un poco, pero es lo que tiene el STAYCATION, que nunca sabes muy bien cómo, dónde y con quién pasarás la jornada.

Aunque parece el nombre de un deporte urbano, no lo es. Se trata de una nueva palabra, “simbiosis” entre “stay” y “vacation” y que se traduce algo así como: vacaciones que se pasan en casa o alrededores cercanos de la vivienda habitual. Vamos lo de toda la vida pero con más glamour, porque lo dices con “acento”.

Para los que salen a hacer turismo, para los que vamos a practicar staycation, para los que regresan, para los que aún no se han ido, para los que odian la playa, para los disfrutan la montaña, para los navegan, para los que vuelan, para los ecoturistas , para ti, para mi, para todos… sonrían, por favor, porque el mejor destino es la felicidad, esté donde esté.
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6 de agosto de 2009

Sudando la gota gorda


Agua, música, ritmo, mucha gente…. ¿espectáculo veraniego? NOOOO, es fitness acuático, mi nueva “disciplina olímpica”.

He pasado muchos horas de “aburrida” actividad en los últimos meses, corriendo hacia ninguna parte, pedaleando hacia ninguna meta, remando sin puerto o patinando sin patines y siempre me entretenía observando el movimiento en la piscina, a través del gran ventanal. Niños y mayores aprendiendo a nadar, un grupo más especializado entrenando en la calle central, los bebés en la piscina más pequeña y “calentita” y más allá, durante días alternos, un grupo de mujeres parecían pasárselo bomba mientras intentaban seguir el ritmo y los movimientos de su monitor.

Reconozco que desde mi “posición” en la lontananza, me divertía seguir sus clases. Con ellas me evadía del cansancio “mental” que provoca ser consciente del tiempo que llevas y el que te falta para terminar un ejercicio. Ya lo expliqué en su momento:
la relatividad .

Tal vez arrastradas por el calor del verano, que hace de la actividad física “indoor” casi un martirio, o tal vez porque, al igual que yo, observaban desde el gimnasio lo bien que parecían pasarlo en la piscina, el caso es que, poco a poco, habituales compañeras de maquinaria aeróbica fueron buscando el frescor de la piscina, al tiempo que podían compaginarlo con ejercicio.

No fui menos y un día, preguntándole a algunas “veteranas” del
aquagym, me decidí a probar. Tuve suerte durante la primera toma de contacto, porque el monitor que nos tocó ese día es uno de los considerados más “light”, por lo que ni me resultó difícil seguir la clase, durante sus 45 minutos, ni padecí “grandes consecuencias” al día siguiente, a nivel muscular.

No ocurrió lo mismo en la siguiente ocasión. Al compás de música latina, merengue, salsa y, sobre todo, mucho ritmo, nuestro monitor se ensañó con cada uno de nuestros músculos hasta tal punto que cuando fui a salir de la piscina le dije a una de las compañeras “Oye ¿cuántos minutos tenemos ahora?” y ella con cara de no entender nada me responde “Minutos ¿para qué?” “¿Para qué va a ser? Para ¡recoger los trozos que han quedado intactos!” le dije y reímos las dos, mientras ella me decía
“No te preocupes, sólo dos monitores son así, los más duros, el resto se lleva bien”

Ahora, no solo disfruto con la clase, sino que se han animado más y la media de edad se ha rebajado notablemente, con las últimas incorporaciones, pasando de ser una clase de “mantenimiento para abuelas” a otra del tipo “Cañita para jóvenes, no tan jóvenes, maduros y abuelos con mucha resistencia” y además, también, se va animando el sector masculino, aunque aún sigue estando poco representado.

Ayer, nos divertimos muchísimo porque nos tocó hacer
aquastep , de forma que teníamos que unir la coordinación propia del step a la resistencia del agua. Además, Kaly, mi “profe” y atleta aeróbica donde las haya (al menos, dentro del gym) consintió en bajar a la piscina y al final, aunque sigue prefiriendo la actividad aeróbica, dijo “me he reído mucho, no estuvo mal”. Hoy ha confesado que tiene agujetas, jeje.

Ojalá terminara por incluir el deporte dentro de mi rutina diaria, de momento, lo voy intentando, porque aunque algunos piensen que lo hago por algo “físico” a la vista está que no es así. Obligarme a hacer el ejercicio, que trabajando no hago, es intentar mantener “el tipo” en cuanto a salud, para vivir mejor.
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3 de agosto de 2009

3 de Agosto


En un día como hoy, subí por las escalerillas del avión que me traía “de vuelta a casa”.

Atrás se quedaba un pedazo muy importante de mi vida, trece años de historia y una parte de “mi libro personal” finiquitada.

Por delante, un futuro incierto. Sin hogar, sin trabajo, todo ello aderezado con sentimientos que no sabía como gestionar.

Aquí, me esperaba mi familia y su apoyo incondicional, la tierra que me vio nacer, los antiguos vecinos, los amigos que olvidé y, aún así, estaba tan perdida que no sabía por donde comenzar a dar mis nuevos pasos. Todo me resultaba tan nuevo y tan antiguo a la vez; las mismas calles, los nuevos negocios, el mismo barrio, las caras nuevas, que mezclaban mis recuerdos con las imágenes presentes.

Tenía tanto por hacer que mi cabeza no paraba de dar vueltas:

“Primero, el empadronamiento, luego tienes que ir a que te designen médico para el niño. Tienes que abrir una cuenta en el banco. Buscar trabajo pero ¿dónde?. ¿Cuando volveré a tener un techo al que llame hogar?”

Para caminar solo basta con poner un pie delante del otro y comenzar. Y eso hice, poco a poco, caminando.

Habían pasado menos de dos meses desde mi llegada, cuando la primera entrevista de trabajo surgió. No era mucho, pero era más de lo que tenía en ese momento y acepté. Tras cinco años de inactividad laboral, volver a empezar es muy difícil y necesitaba acumular nueva experiencia como fuera.

Un año más tarde ya tenía mi propio hogar, en el mismo barrio por el que corría de niña entre amigos de “toda la vida”.

El motor principal de mi camino ha sido mi hijo, pero sin el apoyo constante y desinteresado de los míos, de mi familia y de la gente que me quiere, lo hubiera tenido mucho más difícil para “volver a empezar”.

Nueve años más tarde, hoy, 3 de Agosto, tengo una vida distinta a la que dije adiós desde aquel avión. Muchas cosas han cambiado; desde mi propia percepción de la vida hasta la forma de enfrentar el camino.

No arrancaré las hojas del libro que quedaron atrás, porque forman parte de mi historia, pero nada me impide seguir escribiendo otras historias, con tinta y caligrafía renovadas.

Este es mi deseo, seguir caminando, un pie delante, otro detrás, y que los senderos se vayan abriendo.
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Bajo el fuego abrasador



Cada verano, el fuego devora miles de hectáreas de terreno en España. Cada año, nos impactan las noticias que nos llegan desde lugares distantes, dentro y fuera del país, donde las llamas se han hecho dueñas de todo lo que encontraban a su paso.

Nunca está demasiado lejos como para estar a salvo.

Hoy, la isla de La Palma sigue ardiendo. La tengo cerca, muy cerca.

Mientras charlo con mis padres sobre el tema, me cuentan cómo antes, en su juventud, se cuidaba el monte. Todos sabían que más que una masa forestal sin más, era un medio para ganarse la vida y había que respetarlo y cuidarlo. No lo veían como un lugar de ocio, sino como algo propio, al que le debían un respeto.

En aquellos días, no quedaba una brizna de pinocha en el suelo de los montes, ni zarzas en los barrancos u orillas de los caminos. Caminaban durante horas para llegar hasta los lugares donde aún quedaba algo, para luego regresar con grandes fardos de leña, pinocha o rastrojos. Se le pedía permiso a los dueños de las fincas para "limpiarlas" de zarzas y otros matojos. Todo se aprovechaba.

De la pinocha lo mismo se hacían colchones, que servía de “cama” para el ganado y después pasaba a formar parte del estiércol con el que se fertilizaban los campos.

El mismo final tenían las zarzas y otras malas hierbas. Se troceaban y pasaban a ser el “cisco” con el que se enriquecían los terrenos antes de cultivarlos otra vez.

“¿Recuerdan Uds. algún gran incendio en la isla, en esos años?” les pregunto.

“No, grandes no. Incendios siempre hubo, pero recuerdo como mi padre junto a 10 o 12 personas más eran capaces de controlar un fuego en poco tiempo. Esa gente si sabía como hacerle frente, porque conocían el monte como la palma de su mano y aunque no tenían medios, como hoy en día, sabían como atajarlo. Mi padre decía que no había que dejar que el fuego llegara a las copas de los pinos y sólo era agricultor”- contesta mi madre.

“Eso sí, el monte estaba limpio, no había nada que ardiera que no fuera árbol o arbusto”- apunta.

“Ahora ya no es así, ni la gente puede ir a buscar pinocha al monte sin permiso, ni se mantiene limpio por las brigadas forestales, ni se conoce como se conocía antes, ni se cuida, ni respeta como lo hacíamos entonces. En cualquier sitio te encuentras hoy una botella, un cristal roto, y eso junto a las altas temperaturas del verano y la cantidad de material combustible que hay en los montes es como tener estopa”- comenta mi padre.

“También hay mucho sinvergüenza, que aprovecha los días más complicados del verano para meterle fuego al monte. Si los pillan no deberían dejarlos salir de la cárcel. Eso no se hace.” – dice mi madre.

“¿Qué solución ven a este tema?”- les pregunto.

“En primer lugar, hay que limpiar el monte, los barrancos, los cortafuegos y orillas de carreteras. No es posible controlar un incendio, sea natural o intencionado, con esa cantidad de material combustible. Aquí, en las islas, el pino no para de generar pinocha, en algunos lugares se alcanza hasta el metro y eso cuando prende no para. Los barrancos están llenos de zarzales. Las orillas de las carreteras no están limpias y no sirven para hacer de cortafuegos improvisados, porque el fuego pasa de un lado al otro enseguida.”

“Pero... ahora los agricultores que quedan tampoco pueden subir al monte a coger pinocha, porque necesitan permisos especiales. Muchos de ellos han desechado la idea porque si lo hacen parecen que son delincuentes.”

“Se tienen que dar cuenta YA, sólo con tener helicópteros no van a conseguir salvar los montes. O se limpia el monte antes de la llegada del verano y se le busca una “salida” a ese material o los incendios cada año serán más y más complicados de apagar”.



Si bien es cierto que la capa de pinocha sobre el suelo del monte evita la erosión y favorece a los acuíferos, también lo es que en verano es como gasolina esperando a ser prendida. ¿Tendrá mi madre razón? ¿No sería inteligente limpiar los montes, las orillas de las carreteras, los barrancos, antes de la llegada de los meses de julio y agosto? ¿No valen nuestros montes tal esfuerzo?. Si los montes se queman, con o sin pinocha, la erosión y la desertización llegarán.

El pino canario tiene una “rara peculiaridad” y es su enorme resistencia al fuego, al parecer, por el grosor de su corteza, que le permite brotar, si el incendio no lo ha calcinado en su totalidad. Somos afortunados por ello, pero
¿debemos relajarnos?
No todo es pino en nuestros montes, también hay gran variedad de flora y fauna autóctona que merece ser protegida de las llamas.
Cada verano los factores a tener en consideración aumentan: las imprudencias humanas, los actos criminales de otros, las altas temperaturas, los vientos desafortunados, los montes llenos de material combustible. Algunos son inevitables, pero ¿y los demás?.

Leyendo la prensa llama mi atención este titular:

Iberdrola Renovables inaugura en Guadalajara la primera central de biomasa forestal de España

Al parecer, han inaugurado una planta de energía renovable, basada en biomasa procedente de los residuos forestales de los bosques de la zona, que podría abastecer de energía eléctrica a unos tres millones de personas.


Entonces, ideas y proyectos hay... y no es que lo digan mis padres.

¿Será falta de voluntad?
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