Situémonos...
Un día cualquiera dentro de un medio de transporte colectivo. Lleno a rebosar, todos los asientos ocupados y buscas un rinconcito donde asirte y resguardarte hasta que llegue tu parada.
Como siempre empiezas a mirar a tu alrededor, clasificando al personal (no digas que no, porque todos lo hacemos). Ese niño jugando con el paraguas parece peligroso. Esa señora tan mayor y nadie le cede el asiento ¡qué sinvergüenzas!. Anda, mira, ahí va el vecino de mi tía. Y así hasta que completas el reconocimiento visual de tu entorno.
De repente, se escucha a alguien hablar en voz alta. Te revuelves en tu rincón intentando vislumbrar al dueño de ese monólogo. Miras, vuelves a mirar y ahí está; es una chica, joven, que parlotea sin parar, mueve las manos, gesticula, aunque, aparentemente, no tiene aspecto de trastornada.
Ella sigue su conversación particular, mientras no dejas de preguntarte qué razones tendrá para ponerse de esa manera. Entonces caes en la cuenta que lleva unos auriculares, sigues el cable y crees reconocer un micrófono incorporado, sigues mirando y, con cierta dificultad, adivinas que está hablando por teléfono móvil. ¡Claro, era eso!.
El espectáculo continúa: esta tarde ha quedado en la plaza cercana al centro comercial, su interlocutor debe estar intrigado porque “no puedes ni imaginarte a quién vi hoy”, todo eso acompañado de unas manos que vuelan hacia la cabeza. Y sigue, y sigue....
No se está dando cuenta, pero todos a su alrededor hemos sido partícipes de su tecnología punta; esos auriculares la aíslan de su propio tono de voz, que es bastante elevado, mientras los demás nos hemos enterado de todos sus planes.
Es curioso, vivimos inmersos en el mundo de la comunicación y la tecnología nos trae estas instantáneas: personas que se aíslan del mundo a base de artilugios que les confieren conectividad vía satélite, pero que, al mismo tiempo, les impide tener un mínimo de intimidad.
Ejemplos varios: aquél al que le suena el móvil mientras está afanado en el W.C.; aquél otro que gesticula sin parar mientras espera en un semáforo porque su bluetooth es lo más de lo mejor, etc.
Un día cualquiera dentro de un medio de transporte colectivo. Lleno a rebosar, todos los asientos ocupados y buscas un rinconcito donde asirte y resguardarte hasta que llegue tu parada.
Como siempre empiezas a mirar a tu alrededor, clasificando al personal (no digas que no, porque todos lo hacemos). Ese niño jugando con el paraguas parece peligroso. Esa señora tan mayor y nadie le cede el asiento ¡qué sinvergüenzas!. Anda, mira, ahí va el vecino de mi tía. Y así hasta que completas el reconocimiento visual de tu entorno.
De repente, se escucha a alguien hablar en voz alta. Te revuelves en tu rincón intentando vislumbrar al dueño de ese monólogo. Miras, vuelves a mirar y ahí está; es una chica, joven, que parlotea sin parar, mueve las manos, gesticula, aunque, aparentemente, no tiene aspecto de trastornada.
Ella sigue su conversación particular, mientras no dejas de preguntarte qué razones tendrá para ponerse de esa manera. Entonces caes en la cuenta que lleva unos auriculares, sigues el cable y crees reconocer un micrófono incorporado, sigues mirando y, con cierta dificultad, adivinas que está hablando por teléfono móvil. ¡Claro, era eso!.
El espectáculo continúa: esta tarde ha quedado en la plaza cercana al centro comercial, su interlocutor debe estar intrigado porque “no puedes ni imaginarte a quién vi hoy”, todo eso acompañado de unas manos que vuelan hacia la cabeza. Y sigue, y sigue....
No se está dando cuenta, pero todos a su alrededor hemos sido partícipes de su tecnología punta; esos auriculares la aíslan de su propio tono de voz, que es bastante elevado, mientras los demás nos hemos enterado de todos sus planes.
Es curioso, vivimos inmersos en el mundo de la comunicación y la tecnología nos trae estas instantáneas: personas que se aíslan del mundo a base de artilugios que les confieren conectividad vía satélite, pero que, al mismo tiempo, les impide tener un mínimo de intimidad.
Ejemplos varios: aquél al que le suena el móvil mientras está afanado en el W.C.; aquél otro que gesticula sin parar mientras espera en un semáforo porque su bluetooth es lo más de lo mejor, etc.
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