Hay quienes a lo largo de su infancia cuentan con la apreciada presencia de un “amigo invisible”. Seguramente, jugar debe ser parte de una obligación infantil innata y cuando las circunstancias no permiten tener amigos de carne y hueso, para compartir unas horas de diversión, la fantasía viene a suplir esta carencia haciendo “aparecer” a estos seres.
Yo, que recuerde, no tuve ninguno, pero mi hijo tuvo TRES y al mismo tiempo.
No puedo establecer con claridad el momento exacto de su aparición en casa, pero los recuerdo con mucho humor. Mi hijo tenía unos tres años y sus “inseparables” se llamaban Güisa, Antonio y Javier.
De pronto, lo escuchaba charlando, animosamente, con sus amigos; les daba explicaciones sobre la manera correcta de colocar sus coches “medianos” en la alfombra o cómo hacer una larga caravana que ocupara todo el pasillo. Otras veces, emulaba ser su mentor y les daba grandes dosis de medidas correccionales, como de qué manera tenían que sentarse o lavarse las manos.
Hasta aquí todo era normal, pero el asunto cambiaba cuando mi pequeño lord hacía que sus imaginables formaran parte de las escenas cotidianas.
Un día, por ejemplo, al irme a sentar en el sofá, escucho – “ Nooooooo,. Mamá, que están sentados Güisa, Antonio y Javier, los vas a aplastar”- y yo me quedé a medio camino del sofá, con el trasero en pompa y con cara de póker.
En otra ocasión, casi cometo un asesinato en serie cuando puse en marcha la aspiradora y casi atraigo hacia la tripa del electrodoméstico a los amiguísimos; menos mal que una vocecita de alarma me gritó – “ Mamiiiiii, no, nooo…que Güisa, Antonio y Javier están durmiendo, escondidos en los cojines”. Tuve que esperar a que se despertaran y “amablemente” decidieran cambiar de ubicación.
Pero sin duda, el episodio más divertido ocurrió cuando íbamos a irnos de vacaciones. No sabía que iba a pasar cuando mi hijo no pudiera explicarme cómo diablos pensaba llevarse a sus amigos, porque, evidentemente, no íbamos a pagar tres billetes más de avión. Así que puse mucho cuidado en no nombrarle a sus amigos durante los preparativos del viaje. Llegado el día de nuestra partida y ya dentro del avión, mi hijo me dice – “Antonio y Javier no han venido”- . Lo miro con cara de …”Oh my god” y continúa – “pero Güisa si viene”. Enseguida me puse a temblar porque imaginaba lo que podría pasar cuando el pasajero del asiento contiguo viniera a sentarse, ¡qué espectáculo!, pero muy resuelto me dice mi vástago -“Güisa está allí”- señalando hacia la parte delantera del avión, tras la cortina. Carambaaaaaa con Güisa, iba en clase preferente.
Estando en casa de los abuelos, mi queridísimo hijo localizó una preciosa cabeza especial para prácticas de peluquería de su tía y se entretuvo, muy calladito, en pintarrajearle la cara, como si de un maquillador se tratara. Cuando descubrimos el desastre, le pedí explicaciones sobre su comportamiento y me dijo – “Es que Güisa quería estar guapa”- y al adquirir forma “humana” (algo rara, eso sí), Güisa desapareció para siempre, lo que me hace pensar que todo, en nuestras fantasías, es más perfecto y deseable y que cuando lo hacemos realidad pierden parte de su misterio.
A veces me pregunto, si Güisa, Antonio y Javier, habrán crecido tanto como mi hijo o se han quedado para siempre escondidos entre los cojines de aquél sofá.
Yo, que recuerde, no tuve ninguno, pero mi hijo tuvo TRES y al mismo tiempo.
No puedo establecer con claridad el momento exacto de su aparición en casa, pero los recuerdo con mucho humor. Mi hijo tenía unos tres años y sus “inseparables” se llamaban Güisa, Antonio y Javier.
De pronto, lo escuchaba charlando, animosamente, con sus amigos; les daba explicaciones sobre la manera correcta de colocar sus coches “medianos” en la alfombra o cómo hacer una larga caravana que ocupara todo el pasillo. Otras veces, emulaba ser su mentor y les daba grandes dosis de medidas correccionales, como de qué manera tenían que sentarse o lavarse las manos.
Hasta aquí todo era normal, pero el asunto cambiaba cuando mi pequeño lord hacía que sus imaginables formaran parte de las escenas cotidianas.
Un día, por ejemplo, al irme a sentar en el sofá, escucho – “ Nooooooo,. Mamá, que están sentados Güisa, Antonio y Javier, los vas a aplastar”- y yo me quedé a medio camino del sofá, con el trasero en pompa y con cara de póker.
En otra ocasión, casi cometo un asesinato en serie cuando puse en marcha la aspiradora y casi atraigo hacia la tripa del electrodoméstico a los amiguísimos; menos mal que una vocecita de alarma me gritó – “ Mamiiiiii, no, nooo…que Güisa, Antonio y Javier están durmiendo, escondidos en los cojines”. Tuve que esperar a que se despertaran y “amablemente” decidieran cambiar de ubicación.
Pero sin duda, el episodio más divertido ocurrió cuando íbamos a irnos de vacaciones. No sabía que iba a pasar cuando mi hijo no pudiera explicarme cómo diablos pensaba llevarse a sus amigos, porque, evidentemente, no íbamos a pagar tres billetes más de avión. Así que puse mucho cuidado en no nombrarle a sus amigos durante los preparativos del viaje. Llegado el día de nuestra partida y ya dentro del avión, mi hijo me dice – “Antonio y Javier no han venido”- . Lo miro con cara de …”Oh my god” y continúa – “pero Güisa si viene”. Enseguida me puse a temblar porque imaginaba lo que podría pasar cuando el pasajero del asiento contiguo viniera a sentarse, ¡qué espectáculo!, pero muy resuelto me dice mi vástago -“Güisa está allí”- señalando hacia la parte delantera del avión, tras la cortina. Carambaaaaaa con Güisa, iba en clase preferente.
Estando en casa de los abuelos, mi queridísimo hijo localizó una preciosa cabeza especial para prácticas de peluquería de su tía y se entretuvo, muy calladito, en pintarrajearle la cara, como si de un maquillador se tratara. Cuando descubrimos el desastre, le pedí explicaciones sobre su comportamiento y me dijo – “Es que Güisa quería estar guapa”- y al adquirir forma “humana” (algo rara, eso sí), Güisa desapareció para siempre, lo que me hace pensar que todo, en nuestras fantasías, es más perfecto y deseable y que cuando lo hacemos realidad pierden parte de su misterio.
A veces me pregunto, si Güisa, Antonio y Javier, habrán crecido tanto como mi hijo o se han quedado para siempre escondidos entre los cojines de aquél sofá.
2 comentarios:
Y yo me pregunto, ¿se pueden tener también mascotas imaginarias? ¿Y los amigos imaginarios pueden a su vez tener mascotas imaginarias? Creo que sí, todo queda a la libre imaginación de la persona en cuestión.
Y me pregunto algo más, ¿la religión no las inventaría alguien que retuvo sus amigos imaginarios durante toda la vida? Desde luego esto último daría para otro artículo o una buena conferencia de psiquiatría :-)
Luis
Claro que también se pueden tener mascotas imaginarias...Imagínate a Güisa con un perrito, llamado Luck.
Lo que ya sería un poco más complicado es que Güisa, por si misma, tuviera una mascota imaginaria. Incluso, me atrevería a decir que puede ser peligroso, porque lo mismo que es una mascota puede ser otra cosa y fíjate tú la que se puede liar.
Respecto a las religiones, también es posible, ahí tienes todos los dogmas. La fe es creer en la existencia de algo que no ves, pero que imaginas.
Eso si, como toda tu vida la llenes de amigos, mascotas y dioses imaginarios, será mejor que busques ayuda psicológica, jejeje.
Bss
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