Hoy he vuelto a poner los pies en el gimnasio después de casi un año de ausencia. Estoy muerta, más que muerta, exhausta.
En realidad no es que me exceda en ejercicio, que va. Lo que me deja para el arrastre es seguir las estadísticas del tiempo, distancia y calorías consumidas mientras camino hacia ninguna parte o pedaleo a ningún sitio. ¡Qué desagradables son esos números!.
Y aquí es donde entra la relatividad. ¿Cómo es posible que tarde dos segundos en zamparme una magdalena y tenga que sufrir 20 minutos de marcha para hacer desaparecer 85 tristes calorías?.
No es que me pase el día mirando cuántas calorías engullo, pero tengo una manía (varias, pero ahora solo interesa una de ellas); me entretengo en leer toda la información que aparece en los paquetes de lo que sea mientras como. Y claro, a poco que hagas la cuenta, unas galletitas de nada suman una barbaridad de calorías y, si encima, calculas cuantos kilómetros tienes que andar para hacerlas desaparecer, acabas con una indigestión severa.
Mañana será peor aún, porque iré a la piscina y allí no hay numeritos, sólo metros y metros de agua clorada y, otra vez, la relatividad. ¿Por qué 25 metros andando parecen poco y cuando tienes que vértelas con el bañador puesto se transforman en “distancia olímpica”?.
De momento voy a darme una vuelta por la cocina a ver si repongo “el tipo”, porque con tantos cálculos, tanta relatividad y tanto ejercicio me han entrado ganitas de comer.
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