
Un manto algodonoso de tonos grises se mueve desde el norte hacia el sur. La tarde está a punto de sucumbir ante la presencia de la Luna llena, pero antes envuelve su alrededor con las mejores galas que sus tenues y exhaustos rayos de luz pueden lograr.
El mar pierde sus tonos azules, para imitar al cielo, tornándose gris, sin perder el movimiento de sus mareas. Dentro de unos minutos, los rayos de la Luna caerán como plata sobre él y lo adornará con brillantes.
El horizonte se ha desdibujado y las nubes parecen desprenderse para caer sobre el mar y éste parece evaporarse para alcanzar el cielo.
Una ligera brisa acelera el encuentro y hace que los algodones del cielo parecieran mecerse al ritmo de las olas.
La Luna se asoma y se esconde, como queriendo concederle unos minutos más de intimidad al encuentro.
Una bruma, impenetrable a los ojos, consuma la magia: las nubes han bajado a besar al mar para desearle “Buenas noches” y la Luna se corona como fiel guardián de ambos, hasta el próximo amanecer.
El mar pierde sus tonos azules, para imitar al cielo, tornándose gris, sin perder el movimiento de sus mareas. Dentro de unos minutos, los rayos de la Luna caerán como plata sobre él y lo adornará con brillantes.
El horizonte se ha desdibujado y las nubes parecen desprenderse para caer sobre el mar y éste parece evaporarse para alcanzar el cielo.
Una ligera brisa acelera el encuentro y hace que los algodones del cielo parecieran mecerse al ritmo de las olas.
La Luna se asoma y se esconde, como queriendo concederle unos minutos más de intimidad al encuentro.
Una bruma, impenetrable a los ojos, consuma la magia: las nubes han bajado a besar al mar para desearle “Buenas noches” y la Luna se corona como fiel guardián de ambos, hasta el próximo amanecer.