Al leer “Adversidad ¿para qué?” en el blog de mi amigo Germán Gijón, he recordado una de esas fatalidades que ocurren en la vida de algunas personas y que marcan el destino de éstas, definitivamente, para bien o para mal.
“Sebastián ya rondaba los 60, o casi, cuando le conocí; era padre de una gran familia, humilde, de pueblo, honrada y trabajadora. Su ocupación: el campo, día y noche, invierno y verano, ganancias o pérdidas, siempre enredado entre semillas, surcos y cosechas.
Como la gran mayoría de sus paisanos, Sebastián tenía apodo, le conocían como “El Pena”. Siempre llamó mi atención porque su uso nunca me había parecido tan injustificado como en ese caso. Era un hombre alegre, "buena gente" y que silbaba y tarareaba desde el amanecer, todos los días de su vida. Te lo podías encontrar calle arriba, silbando alguna copla o cantando entre dientes y al llegar “a tu vera”, pararse y, con una amplia sonrisa, decirte “A las buenas, niña”. Nunca entendí, ni nadie supo explicarme, el por qué de su apodo y lo achaqué a la fina ironía andaluza que donde no quiere decir, dice y donde ignora, señala. Simplemente, me hacía gracia “ ¡qué simpáticos! ” –pensaba, mientras imaginaba al “listillo de turno” que se había entretenido en apodarlo y señalarlo justamente con la característica más ausente en su forma de ser.
Personalmente, mi relación con “El Pena” y su familia giró entorno a la amistad que nos unía a uno de sus hijos, el mayor, otro Sebastián. Esto me permitió visitar su casa, conocer a todos sus miembros, relacionarnos y abrir un vínculo de respeto y amistad.
“Sebastián ya rondaba los 60, o casi, cuando le conocí; era padre de una gran familia, humilde, de pueblo, honrada y trabajadora. Su ocupación: el campo, día y noche, invierno y verano, ganancias o pérdidas, siempre enredado entre semillas, surcos y cosechas.
Como la gran mayoría de sus paisanos, Sebastián tenía apodo, le conocían como “El Pena”. Siempre llamó mi atención porque su uso nunca me había parecido tan injustificado como en ese caso. Era un hombre alegre, "buena gente" y que silbaba y tarareaba desde el amanecer, todos los días de su vida. Te lo podías encontrar calle arriba, silbando alguna copla o cantando entre dientes y al llegar “a tu vera”, pararse y, con una amplia sonrisa, decirte “A las buenas, niña”. Nunca entendí, ni nadie supo explicarme, el por qué de su apodo y lo achaqué a la fina ironía andaluza que donde no quiere decir, dice y donde ignora, señala. Simplemente, me hacía gracia “ ¡qué simpáticos! ” –pensaba, mientras imaginaba al “listillo de turno” que se había entretenido en apodarlo y señalarlo justamente con la característica más ausente en su forma de ser.
Personalmente, mi relación con “El Pena” y su familia giró entorno a la amistad que nos unía a uno de sus hijos, el mayor, otro Sebastián. Esto me permitió visitar su casa, conocer a todos sus miembros, relacionarnos y abrir un vínculo de respeto y amistad.
Lo recuerdo y le veo de camino a sus labores. “ ¡Buenas tardes, Sebastián! ” –le decía, levantando la mano para regalarle un saludo. “Vaya con dios” –respondía sonriendo mientras continuaba su ruta.
A Sebastián “El Pena” un día le visitó “la adversidad”. No sé si fue por teléfono, si poco a poco, si de golpe, no lo supe, pero alguien le dio la noticia: “ha tenido un accidente”. En ese momento, su vida dio un giro de 180º y donde florecieron los sonidos de su silbido, la amplitud de su sonrisa y el eco sonoro de sus coplas, se instaló el silencio para siempre. Un hijo, uno de sus queridos hijos, había tenido un accidente laboral. Se había precipitado, mientras trabajaba, desde varias alturas de un edificio en construcción y la vida se le rompió en mil pedazos. Atrás, y para siempre, quedaban los planes de boda, los proyectos con su novia, los muebles que no llegarían nunca al recién e ilusionado piso en común. Atrás, y sepultados para siempre, su juventud, su color moreno, sus preciosos ojos verdes y aquella bonita sonrisa, heredada de su padre “El Pena”.
Demasiado duro para Sebastián que no supo, no encontró o, simplemente, no quiso encontrar un motivo para seguir. Las últimas notas que lo emocionaron y escucharon sus oídos, tan acostumbrados a sus silbos y tarareos, fue el repique de campanas que anunciaba el último adiós a su hijo y desde entonces, en su mundo, solo reinaron el silencio y una tristeza infinita.
Todos sus conocidos, un pueblo entero, comentaban con preocupación el estado de Sebastián. “No quiere salir, no va ni al campo”- decían unos. “No sale para nada, ni un rayito de sol”- comentaban otros. “Demasiada tristeza para este hombre, acabará con él” pensábamos todos.
Un año y poco más tarde, las campanas volvieron a sonar por y para Sebastián. Esta vez en su entierro; se había ido sin ruido, en silencio, devorado por la tristeza y consumido por “la pena”.
Como hombre querido y respetado dentro de una comunidad tan pequeña, su muerte fue muy comentada entre el vecindario y esta frase se elevó por encima de muchas otras: “Quién le puso “El Pena”, no imaginó por qué lo hacía”.
Y así, “por amor y de pena”, Sebastián se marchó, dejando atrás a una familia que tendría que aprender a vivir con las ausencias del hijo y del padre".
Hay adversidades difíciles de superar y no siempre se consigue reaccionar a tiempo, porque las lágrimas no dejan ver la luz al final del túnel o se perdió la última brizna de motivación para seguir adelante.
Recordando a Sebastián "El Pena" en su adversidad, reflexiono sobre esos otros "grandes problemas" que, a veces, decimos tener; esas menudencias que terminan por quitarnos el sueño; esos momentos pasajeros que nos empeñamos en pintar como eternos o esas circunstancias muy "circunstanciales" que no son definitivas y pienso que, en todos los casos, seríamos capaces de seguir silbando.
Hagámoslo entonces, silbemos, porque para el silencio siempre habrá tiempo y no hay ninguna prisa por llegar antes.
12 comentarios:
Hola María:
Hermoso Post, y digo hermoso no por lo trise de la historia, sino por lo qeu me has hecho visualizar y sentir.
Según te leia, veía a ese hombre de manos grandes, anchurosas y uñas negras y deformes, a ese hombre de silencios que silbaba a la vida y la aceptaba tal y como era sacando partido de ese golpe de azada, de esasonrisa furiva que de vez en cuando se escapaba cuando saludaba, de esa camisa recien planchada para las grandes ocasiones, de ese sudor con el que se ganaba su jornal y de su ilusión, esa que murió precipitándose en el vacio.
Siempre hay que silbar, pero al "pena" se le acabaron los silbidos y el último fue una exhalación.
Bellísimo. Un abrazo
Bonita historia, muy bien relatada, como dice Fernando, nos hemos impregnado todos un poco del alma de Sebastián, ese tipo de personas que hacen mejor la vida a todos (aunque al final, lamentablemente, terminase así, muriendo de pena y amor).
Suscribo tu última reflexión, a veces se nos llena la boca y la cabeza con nuestros "grandes problemas", que en el fondo no dejan de ser circunstanciales o incluso menudencias.
Un abrazo
Pablo
Hola Fernando:
Si he conseguido que imaginaras a Sebastián así, doy por bueno mi relato.
A veces, cuando me viene alguna de estas historias "de verdad" a la cabeza, dudo si debo o no debo plasmarla, porque tengo la sensación de estar creando "una abuela cebolleta", jeje, la que cuenta batallitas del pasado. Pero se me pasa pronto, porque siempre he disfrutado de los relatos de mis mayores que, a base de detalles "reales", han conseguido que me sienta partícipe de sus historias. Así que seguiré con esta costumbre familiar, rescatando historias y vivencias y dotando de memoria a los recuerdos.
Lo bueno que tiene el blog es que puedo comprobar que, efectivamente, no me estoy repitiendo, jeje. Y si lo hago, que alguien me SILBE, por favor.
Un abrazo, Fernando, gracias por la visita.
Hola Pablo:
Así es; a lo largo de la vida tropezamos con personas que no dudan en poner su mejor sonrisa para que tengamos mejor existencia. A mi me gusta intentarlo, hasta por teléfono, y tal vez sea impresión mía, pero es más difícil que alguien te devuelva un gesto "oscuro" cuando le presentas una sonrisa. (Excepciones las hay, pero muy puntuales).
Incluso durante esos momentos de "menudencias complicadas", mantener la sonrisa tiene mejor efecto que fruncir el ceño.
Gracias por tus palabras y la visita.
Un abrazo, Pablo.
Hola María:
Bonita y triste historia la de Sebastián, el Penas. A mí me ha recordado una que contaba mi abuela quien, como en tu familia y en la muchos, seguía la tradición oral de las historias cotidianas.
Me ha gustado mucho la sensación de que este homnre encontraba la felicidad en las cosas sencillas y que la perdió por una verdaderamente importante. Cuanto deberíamos aprender de quien entiende así la vida. Nunca se debería sobrevivir a los hijos porque es un golpe irrecuperable.
Un abrazo.
Maria..., cada dia escribes mejor..., si es que alguna vez lo has hecho mal. Suscribo las opiniones de tus comentaristas en cuanto al estilo literario..., y ademas me ha parecido cadencioso, dulce, pausado y al tiempo fluido. Has relatado una historia que de alguna forma o de otra todos hemos conocido de cerca o vivido con amigos o familiares.
Un relato precioso que nos toma de la mano para decirnos que ya vale de quejas gratuitas, de poner "morros y malas caras" al minimo problema, de andar refunfuñando por cualquier chorrada insustancial..., pero quizás nos pides demasiado, Maleni, alcanzar ese estado de calma y valoracion natural de la vida y los acontecimientos, es dificil y trabajoso..., pero hay que trabajar y se puede empezar leyendo tu relato.
Besitos canariña.
Hola Josep Julián:
Pues a que voy a tener razón cuando digo que me estoy convirtiendo en una "abuelita cebolleta", eh?. Si he provocado el recuerdo de una de las historias de tu abuela, imagínate el carrerón que llevo, jeje.
Ya se lo comentaba a Fernando, a veces, dudo, pero cuando algo ronda en mi cabeza, aunque intente cambiar de tema no puedo y tengo que escribirlo y entonces me doy cuenta de la facilidad que surgen las palabras, porque estaban ahí, esperando, pero ya estaban.
Según pasan los años, los asuntos se van relativizando y creo o, mejor aún, espero que nos de tiempo a aprender a disfrutar de las pequeñas cosas, de las que sí dan la felicidad a cambio de nada.
A mi me "alegra" tenerte como comentarista.
Un abrazo, Josep y gracias por tus palabras.
Hola Pedro:
A mí me ocurre lo mismo con tus relatos; deshojas como nadie el árbol de los detalles y las sensaciones y tu narración en primerísima persona nos permite colocarnos en tu "piel". Te admiro por ello, que lo sepas.
En esto de "vivir en paz" hay mucha teoría, incluída la mía. El día a día, el ponerse a intentarlo, el superar esos momentos de caras avinagradas y palabras malsonantes, cuesta...claro que cuesta. Pero es mejor intentarlo, ¿no crees?. Si creemos que ese es el camino, probar a dar pasos sobre su polvo sería un buen comienzo, en lugar de sentarnos de espaldas hacia él.
Incluso la polvareda que deja tu custom es una forma de "andar" por ese camino, o las pedaleadas por tu sierra.
Un beso, amigo Pedro..y como siempre, otro muy grande para Joa, la "musa del Niño Cazador", jeje.
Hola, amiga:
no sé si lamentar o celebrar que el contenido del post haya motivado este relato, porque es precioso.
Hoy ya es tarde (¿cuándo comenzó a ser una constante?), pero por desgracia ya te contaré otras cosas más que se acercan a la historia de Sebastián.
No han llamado. De momento, buena señal. Le sigue molestando, pero buena señal.
Un fuerte abrazo, María.
Hola Germán:
¿Y a tí que te digo?. Celebra que tu post haya generado el mío, porque con él va el recuerdo hacia una persona "de verdad" y aunque te aseguro que podría haber escrito sobre muchas otras adversidades, si me llegó su recuerdo, tan olvidado para mí que casi me sorprendió recordar tantos detalles, será porque "El Pena" se lo merecía.
Y respecto a la llamada que no llega, que NO LLEGUE. Yo, como siempre, seguiré enviando mis "Tin tin" (como un día pases por algún lugar y escuches un tintineo seguro que lo tendrás presente).
El descanso, amigo mío, es fundamental. Así que ajusta mejor tu tiempo y duerme, descansa, porque "tus fuerzas" son necesarias y no sólo para tí.
Un abrazo muy grande para todos, Germán. Mis mejores deseos van camino de Valencia.
Hola María, he querido conocerte un poco mejor a raíz de tu visita a nuestra cocina :)y este es el primer blog que me salió. Asi que he quedado encantada del mismo. De tu facilidad de palabra y de tu sensibilidad ya tenía alguna idea porque suelo leer los comentario después de dejar los mios para no influenciarme.
Te he contestado en blog. Ya vendre a verte más a menudo ahora que me has dado pie. (es que en el fondo soy tímida)
Un abrazo y gracias
Hola Katy:
Encantada de que hayas venido a visitarme.
Es cierto, nos "conocemos" de cruzar comentarios en otros blogs, todos ellos interesantes y amenos.
He de confesar que ya me había dado una vuelta por tu blog de cocina (creo que lo compartes con una hermana) y me resultó tan curiosa la receta de "tortilla en salsa" que hice lo propio y la compartí con mi propia hermana.
Tendré que darme una vueltecita por tus otros blogs. Te debo la visita.
Un abrazo y vuelve por esta casa siempre que te apetezca.
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